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Rastros del principio del fin

Claudio Ferrufino-Coqueugniot/2025

Me está tomando bastante tiempo terminar el libro de Juan José Vega, La guerra de los viracochas (Resumen de la conquista del Perú), Lima 1969. Es que me detengo a cada instante para revivir lo que el autor narra acerca de las guerras civiles indias a tiempo de la conquista y compararlo con lo de hoy, en esta Bolivia que fue, y sigue siendo, el Alto Perú. No el surrealismo de André Breton, ni las figuras de Wilfredo Lam, esto es el burdo caos, circo interminable que marcha en constante y rápido retroceso hacia el futuro de Somalia o algo peor. Ya hasta jocoso está decir que corre el siglo veintiuno. Más parece Molière, el lazarillo de Tormes o las escenas de von Grimmelshausen. Medieval, absolutamente medieval. Poco ha cambiado desde la época en que Huáscar Inca y sus cuzqueños enfrentaban a los quiteños de Atao Huallpa (según lo escribe Vega).

La República de Bolivia ya nació una mentira, una asociación de pudientes que negó la esencia revolucionaria de Bolívar o de Castelli e impidió a las grandes masas indias pertenecer activamente al nuevo paradigma. Siguió con el embuste del indigenismo y desconocer que la gran culpabilidad del fin no era de España sino de ellos (nosotros) mismos. Mientras no haya una seria discusión al respecto seguiremos enterrando vivos a los “enemigos”, asesinando con imposible saña al otro, jugando la pantomima del progreso en un pueblo atrasado hasta el fin de los días. Nada ha de transformarse porque no será posible educarse. ¿Tirarnos a la fatalidad entonces? Preguntas sin respuesta en tierra que no concede futuro a sus jóvenes, Gomorra magnificada, ensalzada de forma falsa como rebelión social. El sueño de Pablo Escobar hecho realidad a manos de seres horripilantes disfrazados de kusillos, republiquetas que desmerecen aquel épico nombre, centros de vicio y oprobio, feudos de fango. Los monstruos de los tejidos jalq’as habían sido una cierta oculta presencia que siempre nos hemos negado a creer. Sí, claro, el bucolismo del domingo por la tarde con chicharrón, deliciosa chicha kulli de Todos los Santos, salteñas picantes de Cala Cala e infinidad de maquillajes continúan dorando la píldora acerca de lo que sucede acá. Yo mismo contemplo el Tunari de mi infancia y me suelo engañar también. Existe una guerra sorda, brutal, un todos contra todos que reaviva lo que aprovecharon Francisco Pizarro y sus secuaces para con diez mil españoles destruir un imperio de millones. A eso vamos y no habrá España para culpar y los Estados Unidos ya están demasiado lejos para cargarles el bulto.

Curzio Malaparte describía en Kaputt la desolación que observaba desde Finlandia. Caballos en carrera congelados en el lago Ladoga como metáfora del tiempo implacable que no perdona. Lecciones nunca aprendidas de la historia, siempre el ser humano, incapaz de grandeza colectiva, al arbitrio de dementes y tiranos. Mi asombro actual de observar una Bolivia dominada por la cocaína. Antes se podía alegar que era una manera de devolver “favores” al imperialismo; pues, la triste verdad es que el capitalismo salvaje ha triunfado en todos los campos, la droga se ha enseñoreado, incluso aquí, por encima de todo. La muchedumbre se ha prostituido en las redes sociales creyendo en su libre albedrío sin ser más que míseros fantoches vapuleados por el capital. Ni derrotista ni fatalista, lo que veo en la Cochabamba de hoy, que seguramente se extiende a lo largo del país, es que aquello, la coca y la cocaína, que solían “representar” una suerte de rebelión, son el dogal con que vamos a alcanzar el fondo, nada inesperado pero terrible.

El texto se me escapó por ramas que no pensaba tocar. No inusual en la escritura. La idea era hablar de literatura, a la vez que de lecturas al azar de la obra de John Reed. El gran norteamericano arrancando de las paredes carteles en las ciudades alzadas para conformar en papel una narrativa de lo que fue la Revolución Rusa, también fatídico momento que comenzó con poética y gloria y culminó en desastre. Cuánto amaba en mi juventud leer a Herzen y a Bakunin, anotar paso a paso pormenores de 1848, de 1863. De Chernichevski a Bujarin, de la debacle de Kronstadt en 1921 a las notas de Volin. Los populistas del siglo XIX. Otra vez, ficción colectiva que no nació como irreal pero que se convirtió en parodia según suele ocurrir.

Se me vienen a la mente imágenes de Solzhenitsin, del gulag y de 1914. Un tren salía de Vinnytsia, a orillas del Bug. Me acuesto a tu lado, Natalia Aleksandrovna, y te veo respirar. Tus caderas delineadas debajo de las sábanas, tu fraganciosa juventud. Enfrente de la ventana oscura desnudas los pechos tenues, largas piernas blancas con lencería modesta y bella. Listos para en su momento partir hacia esos lugares que describió el autor ruso. No te despierto, te dejo dormir. A ratos me recuesto a tu costado con un libro abierto de anotaciones de don Francisco de Viedma y Narváez, gobernador de Cochabamba. Las diez cuarenta, debo cocinar. Lejana quedó la angustia. No existen derrotas, a pesar de que comienzo el escrito con una general. No hay incoherencia, los contextos difieren. Prefiero sentirte, tocar tu cabello de metro de largo, aroma de perfume caro que te regalé. Pronto habrá baile de cuchillos y colores fuertes para decorar con especias. Distraeré la mañana con el mayor silencio posible para no despertarte. Debo acostumbrarme a hierbas y verduras no de mi entorno, frotarlas y olerlas antes de utilizarlas por inseguridad.

Ha llovido toda la madrugada. La montaña se halla cubierta de nubes. Cielo color de ratón gris. El rojo afiche del concierto de Siouxsie and the Banshees, 2002, en el Fillmore. Flores del árbol llamado dama de la noche que arranqué del patio de mi hermano Armando. Su esencia cubre el aire y eliminará lo prosaico de las frituras. Sillones oscuros con historia. El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, con una nota de Francine que se lee: “Te amo Claudie”. Navidad de 1987: “To my darlingsky Claudio, with much love”… Regalo suyo. León Felipe concluye: “¿Lo veis… lo oís… lo habéis oído? ¡Aquí no ha muerto nadie! Y esto no es un responso, amigos míos… Es simplemente una canción”.

Quizá todavía no sea un responso. Habrá que ver…

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