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Quien mucho amenaza tiene el miedo en casa

La historia registra una execrable nómina de los dictadorzuelos que, como Tiberio, Calígula o Nerón en la antigua Roma, o Benito Mussolini, Joseph Stalin, Adolf Hitler, Mao Zedong o Daniel Ortega en los siglos XX y XXI, han sembrado el terror en su época. Evo Morales, que tuvo a su disposición casi tres lustros, tuvo mucho de parecido con el sanguinario Rafael Trujillo, quien gobernó con mano dura la República Dominicana por más de treinta años.

Y después de casi veinte años de su posesión como presidente de la república de Bolivia, se me viene a la memoria, como si hubiera sido ayer, el rostro del indígena que, lejos de exponer una expresión de júbilo —porque, finalmente, iba a gobernar para reivindicar derechos de los pobres, de los discriminados o de los por siglos humillados—, presentó un rostro de revancha, el cual tuve la esperanza de que fuera fruto de un sentimiento pasajero contra los “blancoides”, pero que pronto desaparecería.

Pero el poder que alcanzó fue inusitado en la historia de Bolivia y el odio hacia quienes tenían la piel un poco más clara crecía inconteniblemente; lejos de dejar atrás las mañas de la intelectualidad salida desde San Francisco Xavier en las postrimerías del Alto Perú y de algunos bolivianos salidos de Harvard o de Lovaina ya en la segunda mitad del siglo XX, Evo Morales enfatizó la corrupción y el nepotismo a niveles nunca antes vistos; también la malversación de recursos fiscales y el tráfico de influencias que heredó de sus antecesores y que su Gobierno perfeccionó. El desconocimiento de la Constitución Política del Estado, que, redactada a las patadas y a su medida, hizo honor a lo que el socialismo acostumbra hacer allá donde los Estados tienen la mala suerte de por él ser gobernados.

Cuando el aparato del Gobierno masista era un búnker y su permeabilidad al exterior era nula respecto a los gravísimos actos de perversión que cometía Morales —y de los cuales su entorno ejercía un celestinaje que hoy, desde el ala arcista, empiezan a “recordar”—, ninguno de ellos se atrevía a denunciar nada sabiendo siempre, entre quienes gobiernan, de los extremos a los que el expresidente puede llegar, a partir de lo cual nace un miedo el someterlo a la justicia. Es que gran parte de los masistas, si no todos los que tenían acceso a la vida privada del déspota, son cómplices y encubridores de las fechorías de su jefe, de los contratos lesivos al Estado, del despilfarro que hizo de las arcas que administraba en viajes insulsos con dirigentes sindicales, de los millonarios gastos en helicópteros para llegar de Palacio Quemado al aeropuerto de El Alto o de un referendo cuyo resultado nunca cumplió.

Por esos antecedentes es que existe un miedo a investigar, procesar y condenar a Evo Morales. Aquello de que todos somos iguales ante la ley no es más que una expresión romántica que solo sirve para el adversario, por lo que el discurso de que la justicia se encargará de él es insostenible. ¿Por qué no se aplican los mismos métodos que emplearon para detener a Jeanine Añez, Luis Fernando Camacho o Marco Antonio Pumarí? ¿O solo se actúa selectivamente con la brutalidad con que las fuerzas del orden interrumpieron la marcha indígena por la defensa del TIPNIS en Chaparina?

Y no es que estas líneas sean una apología de la violencia, que siempre es condenable, sin importar de donde venga… ¿Pero resulta justo haber ajusticiado con la crueldad que ya se conoce en el caso del Hotel Las Américas y tantos bloqueos de carreteras cuando sus protagonistas eran detractores del Gobierno?

La posibilidad siempre cierta pero contraria a la norma de que Evo Morales pueda no solo ser candidato, sino presidente del Estado, es otro de los motivos que restringen la decisión del Gobierno para emplear todos los métodos legítimos pero eficaces que a través de sus organismos competentes tiene para que las vías sean desbloqueadas. En este orden de cosas, vamos a ver si el nuevo fiscal general del Estado también se alinea con el Gobierno o realmente cumple su rol constitucional y somete a juicio a los depredadores sexuales mimetizados en el MAS; vamos a comprobar si dejar al país sin alimentos y sin posibilidades de transporte motorizado es delito para todos, excepto para Evo.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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