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¿Quién &%$… les dejó publicar algo así?

Daniel Averanga Montiel[1] /Inmediaciones

Muerta. Literatura muerta. Ni llega a literatura. No nace, es extirpada del vientre de sus creadores, (y no solo hablo de novelas, sino de otros libros, como los de H. C. F. Mansilla y García Linera), pero si hablamos de obras de ficción, hablamos de textos que auguran al menos distracción, divertimento, dispersión creativa, pero no, a veces encontrarse con novelas escritas a la mierda, es como ver la versión estadounidense de Dragon Ball: un vómito canceroso lanzado (por un borracho que no conoces) contra tus piernas, un viernes cualquiera, cuando vas en minibús hasta tu casa. No vale, carajo, no vale. Compro libros como si me sirvieran, como si me resolvieran la vida, mi existencia en sí, y a veces me cambian el panorama, claro, porque bien es sabido que la literatura es una estafa muy bien diseñada que puede delatarnos ciertas verdades, y por eso, al ser un acuerdo entre el autor y sus lectores, debiera estar bien construida, o si no, ¿para qué hacerla, carajo, para qué?

No me tilden de exigente o altisonante, que tenemos grandiosos narradores bolivianos, no solo los que viven afuera “representándonos”; los de acá adentro también cuentan, pero no me he sentado para escribir sobre ellos —eh, creo que al final sí hablaré de estos otros—, sino sobre los que se han nombrado más por ellos mismos que por la mierda que publican, esos cuates de los cuates que les soban las pelotas a los cuates más establecidos en esos círculos creativos que supuestamente hacen arte, de esos quiero escribir, porque podré ser exigente, chinchoso, sincero rayando la vulgaridad, atrevido, grosero, poco ortodoxo, pero ser sobabolas de los demás por amistad o por conseguir otras cosas, no, no. Nunca.

Alguna vez, un pintor se metió a hacer cuentos o algo así; ese cuate, al que no nombraré pero que sí tenía nombre de cantante flamenco y cara de jailón demócrata, me regaló aquella cosa, con dedicatoria y firma y todo, y yo recibí el regalo sin mucho problema; un libro es un libro, al final, no me había costado ni el pedirlo.

Leí aquella huevada en media hora y terminé asqueado, no tanto por el producto (muy buenas tapas, páginas ahuesadas y todo), sino por la inutilidad del libro en sí.

Ahora hablaré de tres libros y nombraré a los autores, fundamentaré mi crítica y trataré de ser objetivo (aunque nunca sucede esto, somos humanos por imperfectos, y más yo). Vamos por puntos:

Uno: ¿para qué mierda escribir ficción si no se sabe cómo? Esta cosa es subjetiva, la de saber escribir, porque siempre aparecerán esos que dicen que saben hacerlo pero que no podrán igualar a un escritor de verdad porque se apoyan en la forma más que en el fondo; a ver, saber escribir, esa alquimia tan jodida de conseguir, yo no sé ni creo que sepa completamente, pero sí se nota, y clarito, cuando alguien no puede hacerlo; es decir, se puede manejar un lenguaje cuasi decimonónico-romántico como el de Ignacio Vera, protocolar y hasta diplomático como el de Carlos Mesa, carveriano de calle y medio valeverguista como el de Adhemar Manjón, pero, ojo, si no hay chispa, si no hay esa agarrada de las orejas al lector para que te acompañe hasta el final de esa paja que llamas novela, no hay nada; ¿entienden, cuates, sea Vera, Mesa o Manjón (pucha, esta tríada de noveles novelistas me sonó a Larry, Curly y Moe), entienden?

Bueno, a ser sinceros: tanto Vera, Mesa y Manjón publicaron tres novelas que me parecen lo peor de lo peor de lo peor en la historia de las publicaciones en Bolivia, y no exagero. Una patada en el hígado, que no en los huevos o en el culo, son esas tres novelas, las cuales, permítanme decirlo, están bien escritas en el sentido gramático, pero mal construidas como novelas (incluso si se las pone a evaluación en el nivel “sudaca” de novelas); el punto número uno (¿para qué mierda escribir ficción si no se sabe cómo?) es eso, porque ya en la primera línea, tanto “Génesis 4:12”, “Valentina y Natalia” y “Soliloquio del conquistador” son una especie de baño de tedio y de lugares comunes, que aseguran una tortura sin motivo de unos cuantos minutos (Manjón), una tortura somnífera casi eterna (Vera) o una tortura de ridiculez con la piedra de la vergüenza ajena (Mesa), por tratar de hacer algo que no sirve en ningún sentido.

Dos: Que sepas algo, no te hace más interesante como escritor. Este punto tiene un doble filo, porque puedes saber algo interesante, como el funcionamiento de una sociedad en particular, y retratarla a partir de un argumento que trate de meter la descripción de ese funcionamiento, para que puedas establecer tu universo narrativo; le sirvió a Victor Hugo, a Stendhal, a Sábato, al mismo Baroja; pero ellos no se la pasaron explotando ese conocimiento para hacer que la historia se vaya al carajo, como sucede con Mesa, que de novela suya, no llega ni a la cuarta parte y se vuelve en un escrito histórico sin pies ni cabeza, pero sí con huevos (huevos tristes, huevos inútiles), e imagínense un cuerpo desplazándose sobre sus huevos: dolor asegurado, por supuesto. La historia del conquistador se la ve desde el lente soso del historiador que lucha por salir del clóset que es, en este caso, Mesa (¡ay, chus!), porque, obvio, él es historiador y se ha metido a escribir una novela sin saber cómo putas no espantar al lector, y lo espanta, pues, lo espanta más que toparse en un callejón, a medianoche, a la jueza Pacajes. Igual sucede con Vera, que ni comienza su novela epistolar (prologada por Mesa, que como novelista es muy buen orador, quien trata de salvar la novela de Vera con un análisis más sesudo que su defensa contra Chile en esto del proceso de la demanda marítima, y para colmo, sin éxito) la estropea pero con autogol y desde media cancha y de chilenita: “Federico: Es imperioso que miremos en retrospectiva (…)”; esta oración, al contrario de lo que afirmaba Gracián, es mala por lo breve y más mala porque es el umbral hacia un tedio mucho mayor; vale que él sepa cómo escribían los clásicos, pero hasta Victor Hugo le cocachearía y le agarraría a patadas al joven Vera por haber escrito semejante huevada. Mirar “en retrospectiva” (así, “de retro”), como es el estilo de la novela misma, no es malo, lo malo, lamento decirlo, es de qué trata al final, porque el manejo de Vera es arduo, un poco pretencioso, pero arduo en sí, y a pesar de ello la novela no llega a ser novela, porque dos muchachos, de esos que crían camellos, tienen amigos políticos cachetones y no salen ni pagados de la zona Sur, se cartean en lo que parece una historia de amor típica entre una mujer delicada, indefensa, bonita y cogible y uno de ellos; es 2017, pero ambos, Federico y Jacob (¿Por qué no Inti, Ruway, Salustiano, Huáscar o Atahuallpa, por qué no?) escriben como Eugene Sue o como Homero Simpson después de escuchar los audiolibros para mejorar su oralidad (“Ay, chus” x2). Buena intención, mala ejecución; más parece que Vera perdió su tiempo intentando imitar el estilo o congraciarse con su circulito de gente, que hasta la novela misma se va a la mierda por su argumento; y Manjón, que al parecer trata de emular el argumento de la película “La fiaca”, trata de ser carvertiano y se esfuerza como castrado con puta para demostrar que sus años de periodismo han cimentado su oficio de narrador, pero no logra ni llegar a interesar, carajo, no llega; uno se decepciona por el modo con que está escrita esa huevada llamada novela, y zaz, ya termina, es como un rapidín en donde ni el hombre ni la mujer, llegaron al clímax. Manjón debía aprender de Montaño, de Saúl Montaño (así, como el agente 007), a escribir algo que valga la pena, como “Autorretrato”.

Tres: Los artificios no hacen una buena novela; y sí, lo sé, “La puerta” tiene más artificios que ternos “no escupidos” tiene el Álvaro García Linera, lo acepto, pero en una mala novela (incluso en una no tan mala como “La puerta”), se notan estos artificios al instante: el final de la novela de Mesa es un artificio sucio, repugnante, más grande que sus intenciones de ser fotografiado en la pose perfecta para su paparazzi privado; los artificios de Vera en “Valentina y Natalia” arrancan risas, al menos los artificios argumentales, los deux ex machina y la construcción de sus personajes femeninos (que no son Sebastianas Choque ni Ernestinas Mamani, sino jailoncitas culoncitas-ideales-mujeres-bien-que-harían-humedecer-de-placer-a-Virginia-Woolf); tanto en una primera parte se hace la construcción de nada, absolutamente nada, más que lo que piensa Jacob de su amistad y amor por Natalia, y así los choquitos están, hasta que Jacob comienza, al igual que Victor Hugo en sus escritos que no fueron ficción sino reflexiones, a ser un Goethe zonasureño, tan somnífero como desarraigado con lo que debe contar. ¿Realmente importa una novela así, que no tenga más sabor que al de las servilletas que de seguro dan en La Tranquera? Y Manjón, ay, Manjón, usa el lenguaje cansado, como de hombre de mundo que no ha salido de su barrio, para construir, mediante este artificio de mal polvo que es esta novelucha, una estafa doble con el lector. Estafa como novela, y estafa como intento de ficción.

Cuatro: Una novela o cualquier obra de narrativa de ficción no es un pasatiempo para que te vean bien y bonito, es un trabajo. Y sí, Álvaro Pérez, Rodrigo Urquiola, Rosario Barahona, Erick Ortega, Alejandro Suárez, Claudio Ferrufino o Gonzalo Lema han demostrado esto con sus novelas, que bien debieran ser leídas por estos tres tipos con ínfulas de escritores, y urgentemente, y que estos tres piensen que escribir ficción requiere de una planificación, de un tiempo, de un sentido directo de labor profesional, y creo, me arriesgo en este juicio, que las tres novelas descritas en este escrito pretendían todo, menos ser tales.

Lo que entristece es que Manjón es un excelente periodista, que alguna vez dijo que había escrito “Génesis 4:12” como una forma distinta de lo que se ve en el medio farandulero periodístico (fracasó a pesar de las reseñas; además, el libro es hermoso como objeto artístico, pero de nada le sirve su pinta, ni su costo elevado, de nada, de nada, ¡de nada!), o lo que apena es que Vera tenga, y de hecho tiene, un talento único para hilar ideas, como en la segunda parte de “Valentina y Natalia”, cuando filosofa como pocos en la actualidad, y Mesa, ehmm… Mesa tiene buenos paparazzi.

Creo, después de renegar tanto, que la novela menos errónea de las tres, es la de Manjón, ya que, a pesar de sus limitaciones, trata de contar una historia (cansina, obtusa, poco interesante, tediosísima, un Sartre sin Beauvoir) y termina en eso, mientras que Vera trata de mostrarse ideal como autor, abandonando o tirando la novela a un lado para decirles a los lectores: “Quiero ser un grande, un estadista, un político, un diplomático, quizá un presidente”, y a eso parece que se perfilan sus intenciones: a usar la novela como peldaño para subir aristócratamente y ser amigo de imbéciles con terno que le hagan favores a futuro, sin que alguien le diga de frente, con sinceridad: “Oye Ignacio, trata de leer a los contemporáneos pues, no te quedes solo en Ramírez Velarde, en Arguedas o en tu crush-fetiche, el tal Goethe; tienes talento, solo necesitas no esperar nada de tu circulito cultural, que salgas de una buena vez de tu zona de confort y te bajes de tu camello: hay más allá de esos literatos, hay más allá de 1952”, y Mesa, pues, Mesa publicó esa novela porque de seguro tenía mucho tiempo libre como para tratar de mal-usar la imagen del difunto Abraham Bojórquez en cierta parte de su mamotreto; para qué se mete a escribir ficción si no sabe.

En tiempos en los que la publicación de un poemario (de un boliviano) en Bogotá importa más que un premio de novela (de un boliviano) en México, solo porque el autor de la primera es un viejito jailonazo y el otro un joven proletario sin trabajo, o que valga mucho más que tu novela de mierda  haga click, al ser publicada en España, que la posibilidad de que sea legible y produzca gusto o placer a los lectores, es más importante ser sinceros y directos, y no miento que, cuando terminé estos tres libros, no dudé en preguntarme, como escupiendo al viento (o a la cara de un masista o un mesista impertinente): ¿Quién mierda les dejó publicar algo así?


[1] Escritor orureño, vive en Cosmos 79, El Alto. Cuidado al visitarlo.


Foto portada: https://carlosdmesa.com/2015/01/19/entrevista-sobre-soliloquio-del-conquistador/?fbclid=IwAR2djBxpGYyyhckKMtE9kH-eGkKdrsrGglse8caaa1oBbxCXWRFOOb8Y_WI
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