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Populismo neoliberal

El populismo puede ser neoliberal porque no es una ideología, sino un estilo de liderazgo. Andrés Manuel López Obrador ejerció un Populismo neoliberal, de acuerdo con el afortunado término que emplea Francisco Báez Rodríguez. Se trata de una política económica a la que orienta “una profunda ortodoxia que parece sacada de los libros de texto de las escuelas conservadoras, aderezada por los apoyos directos a algunos sectores, que tienen muchos más efectos políticos que económicos”.

En su reciente libro Populismo neoliberal (Cal y arena, 2024) Báez se apoya en el clásico de la politóloga italiana Nadia Urbinati (Yo, el pueblopara subrayar que el populismo es “una campaña electoral permanente”. Urbinati va más allá y considera, glosada por Báez, que el populismo es “una reinterpretación de la democracia”. Populismo es caudillismo, clientelismo, apropiación del pueblo y polarización. Pero Urbinati, al hurgar en las causas del auge del populismo así como en sus raíces —y aquí no es redundancia— populares, le confiere al populismo capacidades que quizá no tiene. Eso ocurre cuando habla de “democracia populista”, término que resulta contradictorio. Si el populismo, entre otras cosas, promueve el ensalzamiento de un líder que se proclama como encarnación del pueblo, es adversario de la diversidad y la pluralidad y combate instituciones y reglas que las garantizan, entonces es un estilo autoritario y potencialmente autocrático. Por eso el populismo es antitético, y no complemento, respecto de la democracia. Es cierto, sí, que en las sociedades contemporáneas el populismo puede surgir de procesos democráticos, como el mismo Báez recuerda.

El populismo excluye, escinde, satura de estruendo redes, medios y cualquier otro ámbito público. Báez considera que las oposiciones al populismo están obligadas “a no congelarse en la antigua visión democrática, sino abrazar nuevas transformaciones”, tienen que “debatir en vez de satanizar”, han de “reconfigurar los partidos políticos”. Todo eso parece incuestionable. Pero ¿cuáles son esas transformaciones que han de emprender los defensores de la democracia si quieren hacer algo más que política testimonial? ¿Cómo debatir con el populismo cuando rechaza interlocutores, persigue a sus críticos y elude cualquier intercambio de ideas?

Ilustración: Belén García Monroy

Francisco Báez subraya que, para Urbinati, “los partidos socialdemócratas o reformistas tradicionales… son estructuralmente incapaces de defender la democracia de enemigos fascistas y nacionalistas, porque están basados en una reflexividad que difícilmente mueve las emociones”. Si eso es cierto, entonces ¿cuál es la política pertinente delante del fundamentalismo populista? ¿Ha de abandonarse el raciocinio para dejar toda la centralidad del espacio público a las apelaciones emotivas? Posiblemente así tiene que ser pero, en ese caso, la defensa de la democracia tendría que supeditarse a la fraseología y simbología de los sentimientos.

López Obrador apostó, como todos sabemos exitosamente, a escindir a la sociedad. La polarización crea dos bandos sin franjas de interrelación y, como apunta Báez casi al final de su libro, “suele dificultar el diálogo, obstaculizar los acuerdos democráticos y enquistar a los grupos sociales”.

Los textos que articulan este libro aparecieron inicialmente en La Crónica, el diario del que Francisco Báez fue director editorial hasta junio pasado. Muchos de ellos fueron escritos junto al estrépito de la redacción y acicateados por la perentoria hora del cierre, pero no pierden rigor ni actualidad. El oficio y la claridad de Báez se imponen a las prisas y le permiten mirar más allá de la coyuntura política. Hubiera sido útil que el libro incluyera las fechas en que fueron publicados esos textos.

Una de las tesis del libro es la presunción de que López Obrador transitó de la izquierda, al neoliberalismo. Con alguna precaución, el autor apunta primero que “el grupo político que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha hecho un viraje significativo, una deriva a la derecha”. AMLO, escribió Báez, “es dialéctico. Él cambia. No lo hace en función de valores sociales, sino de la estrategia en pos del poder”. Más adelante señala que, de plano, “AMLO no es de izquierda”. Y explica: “Según el líder de Morena, ser honesto y amar a la gente es ser de izquierda”.

López Obrador, apunta este libro, “fue pasando de un lenguaje supuestamente de izquierda, hacia un nacionalismo cada vez más ramplón”. “Habla cada vez menos de los pobres y cada vez más de la nación… hace tiempo dejó de buscar un lugar dentro de la izquierda”, se dice más adelante. Pero es discutible que dicho personaje hablase alguna vez en clave de izquierda, sea lo que signifique ese código. Referirse a los pobres y presumir de representarlos no hace a nadie de izquierda. López Obrador aparentaba ser de tal filiación política y eso quisieron creer muchos seguidores suyos pero sus escasas propuestas, así como sus decisiones, han sido, a lo largo de todo este siglo, las de un líder conservador en asuntos económicos, dinosáurico en términos políticos y de discurso y maneras populistas.

Báez lo describe como “un mandatario fuertemente centralizador, místico, moralino, peleado con la sociedad civil y con cualquier cosa que huela a autonomía, ajeno a las preocupaciones ecológicas, militarista”. Así es López Obrador, aunque tal descripción le hace un pequeño favor al considerarlo como “místico”, como si realmente se dedicara a la “vida espiritual”. En buena medida esos rasgos los comparte su sucesora. Sheinbaum replica la grosera polarización, el fundamentalismo populista, las complacencias con el poder económico y la indiferencia ante causas como las ambientales, que han definido a su tutor.

Báez documenta y cuestiona la hostilidad del hoy expresidente contra instituciones que le incomodaron porque no se le subordinaban, o causas que no entiende o no comparte. La sociedad civil, la prensa, el feminismo, el INE, la UNAM, los intelectuales, la defensa del medioambiente, son motivo de sendos textos en este libro. El autor considera, sin rodeos, que López Obrador es “un nacionalista anticuado, un conservador peleado con causas igualitarias que ha defendido la izquierda en el mundo durante muchas, muchas décadas”.

El tercer y más extenso segmento (55 de las 168 páginas del libro) describe el neoliberalismo de López Obrador. La supuesta austeridad del gobierno (desmentida por el enorme gasto en obras innecesarias y extravagantes), el arbitrario ajuste de trabajadores públicos, los auto limitados presupuestos de los primeros años del obradorismo y el pago de transferencias que cultivaron la adhesión de decenas millones de personas, forman parte ese panorama. Para Báez, la llamada “economía popular” era un acierto de López Obrador porque colocaba en el centro a la gente. Pero sin suficiente inversión, tanto pública como privada, y sin reactivación del mercado interno, lo que hubo no fue economía popular sino subsidiariedad. “La inversión gubernamental y la mayor calidad de los servicios públicos —en educación, salud, cultura—, no crean clientelas políticas con la facilidad, casi automática, de la que se genera con quien recibe un cheque. Pero su efecto es más duradero, tanto en lo político como en lo social”, apunta. Ya sabemos cuál de esos dos caminos eligió el gobierno y cuáles fueron sus consecuencias electorales.

En un texto aparentemente escrito a fines de 2020, Báez ironiza: “AMLO nos está saliendo neoliberal”. Siempre lo fue, aunque en otros tiempos se le dijera de otras maneras a ese rechazo a reorientar al Estado en favor de la producción y la política social, con una política fiscal capaz de obtener recursos no para el clientelismo, sino para el desarrollo. A López Obrador le preocupaba su popularidad y no la solidaridad social, y le inquietaban tres “fetiches” con los que, dice Báez, la derecha mexicana descalificó a gobiernos anteriores: “que no haya déficit, que no haya deuda y que el peso esté fuerte”. AMLO terminó su gobierno con un déficit de 5.9 % del PIB. El déficit en 2006, cuando concluía el gobierno de Vicente Fox, fue del 1.28 %; en 2012, al finalizar el sexenio de Felipe Calderón, era de 3.7 %; en 2018, al acabar el gobierno de Peña Nieto, 2.2 % del PIB. En 2024, llegó casi al 6 %.

La deuda pública asciende en 2024 a 51 % del Producto Interno Bruto, según la Secretaría de Hacienda. En 2006 era 17.9 %; en 2012, 32.4 % y en 2018, 44.8 %.

El peso, a fines de 2006, estaba a $10.9 por dólar; en diciembre de 2012 a $12.93 y seis años más tarde a $20.23. Al finalizar septiembre de 2024, se encontraba a $19.67.

Esos indicadores no lo son todo. Si López Obrador les dió tanta importancia, fue debido a su identificación con los criterios ortodoxos para aquilatar a la economía. La deuda pública puede ser provechosa si contribuye a la inversión productiva, el déficit fiscal se justificaría como palanca del desarrollo, la depreciación de la moneda tiene causas domésticas y externas. Pero en los parámetros que, de acuerdo con el diagnóstico de Báez, le preocupaban al ahora expresidente, la economía en el reciente sexenio fue un fracaso. Peor aún, esos indicadores muestran el rezago y las cargas macroeconómicas que recibió el nuevo gobierno.

En algunos textos Báez acompaña sus cuestionamientos con el esbozo, a grandes trazos, de lo que hubiera sido una política diferente. Harían falta, dice: “…reformas consecutivas, con una mayor y más plural participación social y con un proyecto que implique no solamente una más justa distribución del ingreso sino, en primer lugar, un combate a la enorme desigualdad existente en la distribución del poder”. Eso no ocurrió. El acaparamiento del espacio público y en buena medida del quehacer político que logró mantener López Obrador, junto con incapacidades e indecisiones de las oposiciones, contribuyeron a pavimentar el trayecto hacia la autocracia que se ha venido construyendo.

Báez escribe de manera llana acerca de temas de economía que no siempre son inteligibles para todos. Lo hace sin perder de vista el contexto y los motivos políticos, y las consecuencias de las decisiones en ese campo. No hay economía sin política. El autor de Populismo neoliberal recuerda que “en política económica, el adjetivo es ‘económica’ y el sustantivo es ‘política’”. De la misma manera, en el título de este libro Populismo es el sustantivo y neoliberal el adjetivo.

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