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Política, intimidad, delito y periodismo

A todo periodista debería incomodarle —siempre— tener que informar sobre la vida privada de las personas. Es una cuestión de empatía (a nadie le gusta que se metan con lo de uno) y de legalidad (el derecho a la intimidad está constitucionalizado).

Tal incomodidad le sirve además como moderador. Fácilmente el periodista puede dejarse llevar por corrientes de opinión que empujan al “linchamiento” social de, por ejemplo, cualquier espécimen de ese animal público tan peculiar llamado político.

Ahora bien, de ningún modo un periodista hecho y derecho se permitirá la licencia de no investigar y de dejar de publicar el resultado de su investigación cuando aquel animal político, en el ámbito privado, cometiera un delito o pesara contra él alguna denuncia. Otra cosa es la intimidad de quienes acompañan a los personajes públicos; ellos merecen un tratamiento distinto, más aún si son menores de edad.

En la trama sibilina de Evo y su joven pareja, algunos, seguramente esperanzados en una improbable expiación de la conducta de Morales, buscan enterrar el fondo del asunto transfiriendo la culpa al emisor (argumento ad hominem, atacar al mensajero con base en su reputación). De que Entrambasaguas y su medio representan a intereses nacionales e internacionales concretos, a esta altura del gatuperio, no deberían quedar dudas, ¿de ahí a intentar desviar el foco de la atención del caso de presunto estupro hacia el tema de la —deplorable— difusión de fotos de la “novia”, de cuando ella apenas estaría dejando la niñez…? ¡Qué funesta selectividad!

Remarco aquello de deplorable: no estuvieron bien los medios que, carentes de ética profesional, llegaron a propagar imágenes de la adolescente a rostro descubierto. Fuera de toda consideración política o ideológica, creo que les faltó el sentido de la incomodidad para poder resguardar el derecho legítimo y legal a la identidad de la jovencita que acompaña al maduro expresidente. Por lo demás, no se pretenda interesadamente atribuir al periodismo dilema alguno: incómodo ha de estar siempre, mas el buen periodista sabe y debe estar tranquilo de que con su trabajo no va a violar nunca la intimidad de un político sobre el que pesaren indicios de pedofilia.

Tres cosas más: 1) A un fiscal o a un juez probo nadie le puede enseñar que no se tiene que fijar si un caso se politiza o electoraliza para investigar o hacer la vista gorda, para procesar o dejar en la impunidad. Que la medida de la Justicia debe ser la misma para todos y, además, trascender cualquier simpatía partidaria.

2) Resulta incomprensible —a no ser por la imbecilidad o el ciego fanatismo— el cuestionamiento al policía, al fiscal o al juez que actúa contra un político cuando existen sospechas de que éste pudo haber incurrido, como cualquier otra persona, en delitos.

3) El estupro es un delito que se comete habitualmente en el país. Las instituciones correspondientes deben actuar siempre, no solo ahora que el implicado es quien es.

Para terminar, el sujeto político en cuestión puede caernos simpático o antipático, pero un análisis básico que dejase al margen los afectos y los desafectos concluiría que su vínculo sentimental no se ventiló por generación espontánea: alguien decidió exponerlo de nuevo en época electoral y de una manera similar al 2016, solo que cambiando la ficha de la “aprovechadora” Zapata por la de la “inocente” joven. Descontemos ya mismo los efectos negativos que esta relación privada con repercusiones públicas le ocasionará al MAS en octubre próximo. Lo que resta saber es en qué porcentaje.

Reflexiones finales: Hay que tener cuidado de no revictimizar a la muchacha y, al mismo tiempo, de no quitar la atención en la persona del presunto victimador so pretexto de electoralización del caso. Luego, ¿en la vida privada de un político hay comportamientos socialmente inaceptables? Depende de gustos, pero en general se podría decir que sí. Y ahí —me parece— no entra en debate la enfermiza inclinación (vaya gusto personal) de ciertos adultos muy adultos, casi ancianos, por liarse con jóvenes muy jóvenes, casi niñas.

Oscar Díaz Arnau es periodista.

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