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Política en tiempos de “cólera”

El desarreglo en la política mundial nos tiene más que asombrados y asustados por conductas erráticas, delirantes y polarizantes.

La Gran Disrupción en los EEUU es, desde luego, el intento de la toma del Congreso estadounidense, que se dio en enero de 2021, por una horda de fanáticos, azuzados nada menos que por el propio presidente saliente, violando una tradición sacrosanta de la transmisión pacífica del poder.

En Europa, Rusia rompió el equilibrio geopolítico acordado en Yalta finalizando la Segunda Guerra Mundial –firmado por el propio Stalin, con Roosevelt y Churchill– invadiendo Ucrania, y anexando Crimea.

En América Latina, retornó un socialismo mafioso sostenido por el narcotráfico, a cambio de tolerancia pública. La tiranía insurgente disfrazada de democracia regresa de la mano de exguerrilleros, que cambian las constituciones para reprimir mediante la (in)justicia. Es una estrategia continental por revivir el comunismo muerto en Berlín en 1989, y enterrado en la Unión Soviética y China, y resucitado en Cuba.

Pero ese mundo perdido en el pasado no contaba con la oportuna irrupción de la última revolución tecnológica digital que está cambiando de cuajo al mundo y la forma que vivimos y nos relacionamos.

Y fundamentalmente está cambiando la política, como la conocíamos, en dos dimensiones: la delegación/intermediación política; y la delegación/espacial, territorial.

Primero, en la democracia representativa, el político es el intermediario entre el elector y el poder. Mientras que la delegación territorial es también una intermediación espacial.

Todo lo anterior cambia por la irrupción de la democracia digital que va rompiendo dependencias de representación y distancia por obra del conocimiento instantáneo, que antes hacía indispensable al “político”, el intermediador que poseía el monopolio del conocimiento exclusivo y privilegiado.

La digitalización de la información ha matado tanto al “agente” (entendido como el intermediario), como a la distancia, como obstáculo. Por tanto, el político como “agente” intermediario del ciudadano con el poder del Estado está perdiendo su función tradicional.

Asimismo, el político, como intermediario-puente en la distancia, que separa igualmente al ciudadano del poder central, también se desvanece.

Ya en 1997, James Dale Davidson, y Lord William Rees-Mogg publicaron “El Individuo Soberano: una guía para dominar la transición hacia la era de la información”.

Aquello no estaba en la visión de Antonio Gramsci, en los años 30, para mucho pesar de los estrategas socialistas del siglo XXI.

El “Cabildo de las 833.115 firmas”, que acaba de suceder en Bolivia, es una victoria histórica hacia la conquista de una nueva soberanía, que, si se digitaliza, tendrá la fuerza del testimonio, con una posibilidad de solución de continuidad política.

Así, la tecnología parece irrumpir para alterar para siempre la política tradicional, destruyendo el andamiaje Gramsciano de la hegemonía cultural, y liberarnos de estos tiempos de “cólera”.

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