Rodrigo Pacheco Campos
Desde hace años que en Bolivia se utiliza la categoría “polarización” para caracterizar las causas y las consecuencias de los problemáticos fenómenos que han moldeado el escenario sociopolítico en el país. Sin embargo, a pesar de que “polarización” es un concepto pregnante, su instalación en el debate público y en los análisis políticos suele estar revestida por simplificaciones y sentidos comunes. Ante eso, primero, es preciso preguntarse qué es la polarización, para luego identificar las perspectivas de comprensión del fenómeno dentro de los análisis realizados en el país, así como sus principales límites.
De manera simple, la polarización hace referencia al grado en el que las opiniones se encuentran en extremos opuestos con relación a diferentes aspectos de la vida social y política de determinada sociedad. Consecuentemente, la polarización política –que es de la que suelen hablar con mayor frecuencia los analistas políticos- hace referencia al grado en el que las opiniones se encuentran en extremos opuestos con relación al sistema político y a los fenómenos políticos que se desarrollan a lo largo del tiempo. Por tanto, la polarización, en tanto que se vincula con el grado de divergencia entre las opiniones de los distintos grupos sociales, es una categoría relacional.
Dado que, como puede presuponerse, es lógico que existan múltiples posiciones/opiniones en el seno de la sociedad –por ejemplo, en razón de la ideología, la clase social, la identidad cultural, las posiciones políticas, etc.-, es pertinente preguntarse ¿Cuándo se habla de polarización? Generalmente se lo hace solo cuando se considera que esas posiciones/opiniones diferenciadas pueden traducirse fácilmente en conflictos y crisis que amenacen la estabilidad social. Por ello, una de las dimensiones por medio de las cuales se operacionaliza la polarización se relaciona con las particularidades de su impacto en la vida sociopolítica de una determinada sociedad y en sus posibilidades de desencadenar actos de violencia. Incluso algunos autores indican que la polarización es un fenómeno de carácter permanente dentro de las sociedades democráticas, aunque de manera atenuada, presentando muchos niveles de gradación e intensidad y que, por tanto, el énfasis se debe poner en que tan problemáticas son sus consecuencias en sus momentos más álgidos.
Ahora bien, la idea de que Bolivia es un país en el que los distintos grupos sociales y sus comprensiones en torno a la sociedad se encuentran polarizados no es nueva; desde hace mucho tiempo se habla de las fracturas sociales que desencuentran a los grupos sociales de la formación social boliviana –fracturas de clase, étnico/raciales y regionales, principalmente- y desde hace aproximadamente 20 años se habla bastante, de forma específica, de la polarización política en el país. Habitualmente, al hablar de polarización política se esbozan sucesos que funcionan como una suerte de hitos demostrativos de su presencia en el país durante los últimos años; por ejemplo, se hace referencia al estallido de violencia y a los enfrentamientos sucedidos en 2007 en Cochabamba, a los conflictos emergidos a consecuencia del referéndum del 21 febrero de 2016 y, por supuesto, a los últimos procesos electorales, mediados por la crisis de 2019.
Sin embargo, los análisis acerca de la polarización en Bolivia son difusos en cuanto a demostrar si la polarización se da preeminentemente a nivel de las élites políticas y los grupos de poder o si se da preeminentemente a nivel de la “sociedad civil”. En la literatura sobre el tema no existen posiciones unificadas, aunque la idea de que la polarización se presenta eminentemente a nivel de las élites políticas es dominante –idea que, en el país, encuentra soporte en investigaciones realizadas durante los últimos años; por ejemplo Osorio (2019), Moreno (2020)-.
Así, se presentan análisis que señalan que la sociedad civil muestra cansancio por la polarización a la que las élites recurren frecuentemente como estrategia política, argumentando que la población focaliza su atención más bien en fenómenos relacionados con sus necesidades materiales cotidianas. Sin embargo, paralelamente, se presentan análisis que señalan que las élites incurren en lógicas polarizantes en respuesta al complejo antagonismo que se encuentra instalado en las relaciones sociales cotidianas en el seno de la sociedad civil –buscando capitalizarlo, sobre todo en periodos electorales-.
Asimismo, tampoco existen posiciones unificadas en cuanto a la identificación de las causas de la polarización en el país. Por ejemplo, algunos abordajes consideran que las diferencias socioeconómicas e identitarias son clave en la conformación de escenarios de polarización, mientras que otras perspectivas de análisis consideran que el factor verdaderamente clave en la producción de esos escenarios es el político/ideológico. De hecho, uno de los puntos centrales del debate acerca de la polarización en el país se relaciona con la caracterización de sus causas.
Sin embargo, las precedentes no son posiciones excluyentes per se. Así, i) la polarización social y/o política que se irradia desde las élites puede no ser replicada en los mismos términos a nivel societal, sin que ello conlleve la inexistencia de polarización a nivel de la sociedad civil, y ii) las causas de la polarización pueden ser multivariables y, por tanto, combinar determinantes –políticas, económicas y sociales- de tipo coyuntural e histórico. Ello, además, contemplando que la polarización es un estado que emerge a consecuencia de procesos acumulativos de antagonismo en las relaciones sociales entre los distintos grupos sociales –ergo: es un estado moldeado por las determinantes materiales que caracterizan la posición de los distintos grupos en el jerárquico espacio social, a saber: desigualdad socioeconómica, asimetrías de poder, etc.-.
En ese marco, aunque la polarización presente como principal dimensión la ideológica/política en un momento dado –ese es el caso de Bolivia en el período actual, donde la forma más visible de polarización se presenta a consecuencia del posicionamiento político tendiente a comprender lo sucedido durante la crisis de 2019 como un “golpe de Estado” o como una “movilización ciudadana en contra de un fraude”-, los distintos grupos de la sociedad no incurren en el escenario de polarización vaciados de historia, de identidad, de experiencias de clase y de sentidos comunes. De ese modo, la polarización no se encuentra –ni puede encontrarse- en los márgenes de las contradicciones estructurales que moldean y configuran el contenido de las relaciones en una formación social. Empero, hay que aclarar que aunque la polarización se encuentre revestida por esas contradicciones, tampoco se reduce a ellas.
Por tanto, en lugar de pensar la polarización en lógicas dicotómicas –polarización de las élites/polarización societal, polarización estructural/polarización coyuntural, polarización a consecuencia de la desigualdad socioeconómica y cultural/polarización a consecuencia de la diferencia política e ideológica-, resulta más útil abordar el fenómeno comprendiendo que en Bolivia existen factores –sociales, económicos, culturales, políticos, coyunturales e históricos- que actúan simultáneamente, y de formas diferenciadas de acuerdo al caso específico, en la conformación de escenarios de polarización. Para finalizar, hay que recordar que un abordaje de ese tipo requiere más investigación y, por supuesto, menos reflexión “al ojo”.