Dentro de los ecos del Coloquio Internacional de Poesía & Filosofía, compartimos este ensayo de la poeta Alma Karla Sandoval, acerca del habitar una isla.
“…De Fuenteovejunas está plagada la literatura. Ignoro si la filosofía. Asuntos clave en este coloquio como caracoles del mar donde pensamos. Digo Fuentovejunas no para desplazar responsabilidades o decir que fuimos todas como en las marchas feministas de mi tierra porque o luchamos juntas o nos siguen matando por separado. Algo así hace la poesía, aunque muchos aún siguen sin creerlo. Quiero decir, un verdadero poema es un eco de muchos, una polifonía que golpea como ola iracunda o que acaricia como oleaje enamorado, desesperadamente melancólico…”
Alma Karla Sandoval
Esos soles abiertos y salados, esas playas de labios secos, ese cielo descolgado como una carcajada- Sin estas islas, que son mías, de otros y de nadie, no tendría cómo andar por el mundo. Adalber Salas Hernández
¿Qué es un isla?, ¿una isla es una isla como la rosa que rompe en símbolo en el devenir poético que llamamos tradición que fue ruptura, que fue vanguardia, que fue, como dijo Saúl Ibargoyen, un “gran cambalache”, desorden global que comenzó siendo intertexto, luego desapropiación hasta la IA que nos consume y nunca nos redime?, ¿qué más anotar sobre la o las islas en este pedazo de tierra rodeado de mar donde me encuentro ahora?, ¿venir hasta esta orilla a decir qué?, ¿a pensar cómo?, ¿a compartir algunas lecturas? Ni idea.
Dejo entonces que la intuición me guíe. Lo primero, descubrir que no se pueden arrancar estas páginas sin John Donne: No man is an island/Entire of itself; porque si cada hombre es en sí mismo un continente, es posible que seamos archipiélagos silbantes y nada más. Un lugar común como todos, así que tuerzo esa noción: si ningún hombre es una isla completa o completa por sí misma, nadie es tierra que no rompa, ni carne que no se encienda, ni mar que no arrastren las mareas. Nadie. Por eso Ulises elige ese nombre: Outis, en buen griego de aquella época, nadie; y Polifemo le cree. Ya sabemos en qué termina esa historia. Nadie lo alcanzó porque nadie es quizá el verdadero nombre de una comunidad.
De Fuenteovejunas está plagada la literatura. Ignoro si la filosofía. Asuntos clave en este coloquio como caracoles del mar donde pensamos. Digo Fuentovejunas no para desplazar responsabilidades o decir que fuimos todas como en las marchas feministas de mi tierra porque o luchamos juntas o nos siguen matando por separado. Algo así hace la poesía, aunque muchos aún siguen sin creerlo. Quiero decir, un verdadero poema es un eco de muchos, una polifonía que golpea como ola iracunda o que acaricia como oleaje enamorado, desesperadamente melancólico, a usanza de la voz del poeta mexicano, José Carlos Becerra en su reconocido poemario, El otoño recorre las islas:
A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
mis manos contienen la lejanía de las tuyas
y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías,
a veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón
y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
y es la hora de encender ciertas luces
y caminar por la casa evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
en tu pecho hubo tardes que al final del verano
todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
el deshielo que en la noche
deshace tu máscara y la pierde. (Pág. 56).
¿Pueden las islas ser subterráneas poéticamente hablando?, ¿no mencionarse siquiera, pero existir en los textos? El poema anterior pudiera ejemplificarlo porque más allá de las barcas amarradas en los ojos del tú lírico que enuncia Becerra, la isla es el yo que se deshiela para inundarse y flotar en la pérdida de un recuerdo. Vuelvo a la palabra: nadie que no haya vivido un duelo amoroso podrá comprender que la nostalgia se torna archipiélago, que la memoria se rompe en atónitos pedazos que, para bien y horror del hombre, dichos fragmentos no se hunden, flotan eternizándose con sus pequeños mundos adentro, recuerdos como espejos que se reflejan, pasadizos secretos de la imagen, un juego borgiano, una dimensión atada a lo que el mar envuelve, una ficción tal y como el poeta canario, Antonio Arroyo Silva expone en su artículo “Palabras para un encuentro”:
Pero un aislamiento total es pura ficción. Parece que las ideas viajan como las esporas de un lugar a otro del planeta sin que nadie pueda pararlas: ni los regímenes políticos ni los statu quo literarios. He podido comprobar cómo un hecho literario se produce a un lado u otro del ámbito hispano sin que medie la crítica o las ediciones (por ejemplo, coincidencias entre el chileno Jorge Teiller y nuestro Luis Feria). El aislamiento, pues, no puede ser ya una característica de nuestra literatura. Quizá fuera un espejismo o un espejo que pusieron ante nuestros ojos. Sería mortal para la misma, porque realmente la literatura de Canarias siempre estuvo en diálogo constante con África, América y Europa. (Págs. 40-41).
Cierto, desde las montañas de las islas donde Nicolás Estévanez quiere esperar la muerte, hasta el Isolario de Adalber Salas Hernández, poeta venezolano; pasando por Versos de cada día de la poeta boricua, Marigloria Palma; desde Las maneras del agua, gran libro de la mexicana Minerva Margarita Villarreal, hasta la canaria Alicia Llarena González; desde el Ultramar de Elsa Cross hasta las costas del panameño Javier Alvarado; desde lo que canta Rosario Valcárcel, el diálogo es constante. Así lo revela el creador de la crítica dialógica, Mijaíl Bajtín y la categoría que nombró cronotopo, “Tiempo-espacio” en traducción literal y que se explica como una conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. Este término se utiliza en las ciencias matemáticas y ha sido introducido y fundamentado a través de la teoría de la relatividad de Einstein.
Interesa el sentido especial que tiene el término en la teoría de la relatividad; por ello lo trasladamos (…) a la teoría de la literatura, casi como una metáfora importante debido al hecho de que expresa el carácter indisoluble del espacio y el tiempo (el tiempo como la cuarta dimensión del espacio). Se entiende, entonces, el cronotopo como una categoría de la forma y el contenido en la literatura. En el cronotopo artístico literario tiene lugar la unión de los elementos espaciales y temporales en un todo inteligible y concreto.
El tiempo se condensa aquí, se comprime, se convierte en visible desde el punto de vista artístico; y el espacio, a su vez, se intensifica, penetra en el movimiento del tiempo, del argumento, de la historia. Los elementos del tiempo se revelan en el espacio, y el espacio es entendido y medido a través del tiempo. La intersección de las series y uniones de estos elementos constituye la característica del cronotopo artístico.
Corte a: Barcelona prepandémica. Cristina Peri Rossi en el sillón de su piso algo atribulada porque le acaba de ser concedido el Premio Cervantes. Hablamos de literatura, ¿de qué más? Me dice que la poesía también es ficción porque es historia intersubjetiva, relato de cada alma, testimonio de lo que el hombre es, según Hölderlin. Nuestro ser con-fundido en tiempo y espacio versificado, territorios de la emoción o la aventura, ejemplos abundan, tenemos:
- La isla de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, donde un náufrago lucha por sobrevivir en una isla desierta.
- La Isla del Tesoro: de Louis Stevenson, donde un joven se embarca en una aventura pirata en busca de un tesoro.
- La Isla Misteriosa: la novela de Julio Verne, donde un grupo de náufragos construye una nueva sociedad en una isla desierta.
- La isla de Ávalon: la isla mítica del ciclo artúrico, donde se cree que el rey Arturo fue llevado después de la batalla.
- La isla de Nunca Jamás: la isla ficticia donde vive Peter Pan, un lugar de juegos y fantasía.
- La isla de Shikoku: territorio Japón´´ es que aparece en las novelas de Haruki Murakami, donde se representa un lugar metafísico y de limbo.
- La isla de Clipperton: una isla en el océano Pacífico que fue objeto de disputa entre México y Francia y que aparece en La Isla de la Pasión de Laura Restrepo.
- La isla de la ninfa Calipso: donde Odiseo estuvo cautivo durante diez años.
- La isla de los lotófagos: en donde estos ofrecen a Odiseo una droga que le hace olvidar su viaje de regreso a casa.
Por lo tanto, cierta verdad del archipiélago como cronotopo lirico está dada por las señales de humo o las bengalas de nuestros paraísos o naufragios de personajes que no existen o de nosotros que, sin serlo, nos parecemos mucho a esos exploradores de la condición humana, de su sed de riesgo. Desconfío, por tanto, de una insularidad con los oídos llenos de cera para siempre. Me parece que la música de la isla es el acorde del canto de las sirenas. Preguntarse cuál fue primero es un sinsentido, un galimatías. Sin isla no hay piedra, arrecife ni descanso donde salgan del agua a cantar esos monstruos mitad mujeres que entrañan la verdad y el horror de la belleza, pues según el escritor Francés Pascal Quignard, reflexionando sobre Butes, el marinero que se lanzó al agua para abrazar a las sirenas porque quería escuchar esa melodía de lo único, acceder al conocimiento de primera mano en esas voces de mujeres míticas con cola de pez. De hecho, Foucault expone que las sirenas son la forma prohibida de la voz atrayente. No son sino enteramente canto. Simple surco plateado en el mar, cresta de la ola, gruta abierta entre las rocas, playa inmaculada, “¿qué son, en su ser mismo, sino la pura llamada, el vacío feliz de la escucha, de la atención, de la invitación a la pausa?”. (Pág. 125).
En esa convocatoria se juega la ínsula como cráter de existencia, momento límite del poema, catarsis y hallazgo. De esa manera explico el agua que rodea a la poesía como islote siempre intercomunicado con sus maneras, sus dones: “El agua que hoy ves enlodar el camino, dará frutos”, sostiene Margarita Villarreal (pág. 49), en alusión al torrente al que se arrojan los poetas, ya que están para eso para mojarse, rendirse ante lo que Alfonso Reyes llama el tercer valor de la literatura: “de humedad espiritual que la lógica no logra absorber: la estilística” (pág. 52). Esta humedad es decididamente analgésica desde el contexto de Karen Blixen: “La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar”, ¿dónde queda ese líquido salado, ése y no otro, incluso profiláctico?, ¿en qué tiempo y espacio de la imaginación y su materia, como asegura Gaston Bachelard? Después de todo también Rousseau se iba a pensar a un lago, tomaba una pequeña embarcación, se recostaba en ella y se dejaba mecer por las aguas para aclarar la mente o para sentir el alma en paz. Lo cuenta así en Las ensoñaciones del paseante solitario, ese libro de confesiones donde encontramos más a un poeta que a un filósofo.
Por su parte, el poeticoanalista francés antes mencionado no convence de que “el agua evoca en primer lugar la desnudez natural, la desnudez que puede guardar una inocencia. En el reino de la imaginación, los seres verdaderamente desnudos, cuyas líneas carecen de vello, salen siempre de un océano. El ser que sale del agua es un reflejo que poco a poco se materializa: es una imagen antes de ser un ser, es deseo antes de ser una imagen” (pág. 67), ¿podría pensarse entonces en un ethos isleño cronotópicamente lírico? Hablo de un tono en la poesía que apela a ser ese ser. Este poema de Fabio Morábito lo expresa:
Si te revuelca la ola
procura que sea joven, esbelta, ardiente,
te dejará molido el cuerpo y el corazón más grande;
cuídate de las olas retóricas y viejas
y de la peor de todas, la ola que regresa.
A una isla vuelve todo desde el cielo que se junta con el horizonte líquido, desde donde se refleja Venus y Elsa Cross descubre:
Venus y la luna menguante
en conjunción
Iluminan las aguas.
La isla
copia la forma de esa media luna
quebrando su espinazo
entre dos puntas.
Restos de su cuerpo floran
como huesos calcinados.
Así el mar del sueño junta o devora
fragmentos de la sustancia dividida. (Pág. 33).
Roberto Calasso desentraña esa sustancia en Las bodas de Cadmo y Harmonía, para él, Helena de Troya era un reflejo en el agua que sueña, junta o devora, por eso tiene lugar la pregunta: ¿cómo matar un reflejo si no se mata el agua? Al contrario, si no se asume, ese reflejo es asesino. Salas Hernández confiesa que “el secreto que guardan las islas colinda, por momentos, con el horror. Durante siglos, nuestro imaginario se ha poblado de cosas temibles, de archipiélagos donde el asombro del hallazgo se troca en un pánico duro, un plomo que nos ahonda el estómago” (pág. 35), pero sin ese plomo flotaríamos eternamente sin desintegrarnos sobre el mar de la palabra. De ahí que ciertas heroínas sordomudas de la directora de cine Jane Campion, se aten a un piano que se hunde. Pero la poesía no es eso, un armatoste, un cofre con tesoros que cae hasta el fondo del amar. La poesía, algo más delicado, se transforma en perla que necesita que el poeta aguante la respiración para sumergirse profundamente en sí mismo y regresar, antes de ahogarse, con esa joya de nácar en las manos. No es cualquier joya, hace filosofía.
El punto de donde parte es un archipiélago porque tampoco las islas están solas de siete en siete, nueve en nueve o de cuatro en cuatro como las estaciones, los puntos cardinales, etc., el tiempo no es el de la historia, sino el del mito. El espacio es tierra rodeada de agua que fenomenológicamente hemos estado describiendo. Ambos: tiempo onírico y espacio insular en cuanto a temáticas, esto es, una comunitas de asuntos universales y locales, configuran la educación sentimental, los territorios fragmentados de la emoción del sistema que denomino cronotopo lírico y que seguramente ustedes pueden dibujar desde la memoria del alma o el desván de sus lecturas, mucho mejor que quien esto ha escrito.
De hecho, es en la poesía que se da de mano en mano, que se cruza en encuentros, festivales, coloquios, donde encontramos, al menos en los viajes a las islas dos elementos claves que sostienen la noción de cronotopo que trabajo:
- Concepción-pulsión de orilla/ espacio de experiencia ligado a esta última categoría del filólogo argentino, Noe Jitrik y que Jorge Rodríguez Padrón en su estudio “Variaciones sobre el asunto. Ensayos sobre literatura insular”, refiere como el agotamiento de una zona de sombra que sólo una palabra en estado puro conseguirá iluminar: lugar de muerte donde se recupera la vida, esto es límite porque “rebasada la orilla, traspasado el horizonte, comienza a existir el mundo que hay después” (pág. 58) agrego que aun cuando parezca lo contrario, como en estos versos del poeta Domingo Acosta Felipe:
Quien ama el mar
No vive ni canta debajo del océano.
Se ahoga en la llanura
Como una nube sin aire
Que grita
Y está enferma.
La isla es ese instante
que busca en sus pulmones sin remedio. (Pág, 70).
Lo cual nos lleva a unir el tiempo y el viento como la segunda mitad del cronotopo que, fragmentado, une lo que permanece sin juntarse. En esa paradoja recae su fuerza compartida por la voz tan visceral como genuina de Baltasar Espinosa en este poeta titulado, precisamente, Es en la orilla:
Es en la orilla
Donde más te reconozco,
frío
arenal.
Murallas de alta niebla
deshaciéndose.
Ciudad salina y triste, lugar
del viento.
Mar gris
cumpliendo a diario
con su olvido.
Es en la orilla
y llegas. (Pág 155).
- Tiempo del viento /horizonte de espera. Penélope mirando el mar podría ser el personaje arquetípico de esta categoría. Penélope que se transforma epistolarmente en eco de la prosa poética de Olga Rivero Jordán: “Te mando esa cesta de peces voladores para cuando pase la niebla. No la dejes ir sin mirar hacia lo alto. Aquí te espero, con la siembra de la respiración sobre la débil luz que traspasa el agua.” (pág. 253). Otra vez el respirar canario frente al mar, un aquí y ahora acompasado, un oleaje en stand by que sin el viento no funda otra medida temporal. Si existen los relojes de agua, clepsidras, los del viento no se reducen a energía eólica. Implican un exhalar e inhalar más allá de los segundos, un tempo interno, oculto en el valle de la ola porque la cresta es el espacio que se muestra. El descender espera a que lo roto cuaje, se suspenda el fluido para que el coágulo de la herida se vuelva costra o tierra firme.
No hemos hablado aquí del tiempo de la historia, sino el del mito que en la poesía si acaso se puede fijar con fechas, son las del recuerdo. El tiempo de los relatos de hadas, sílfides o sirenas, el tiempo que liberó todos los vientos del saco del dios Eolo, un regalo para Ulises que a su vez desata tempestades, sin las que no habría podido existir esa Odisea. La poética de las islas que aquí se propone, en movimiento constante descubre que el hilo de unión en archipiélagos líricos es el fluido o el éter, las nubes vueltas aire, el aire transformado en agua. Si la materialidad de esos elementos la imaginamos como hilos con los cuales no se une, sino se sutura la herida de la tierra separada, el archipiélago cronotópico es clave para que la luz marina siga alumbrando la tradición y a su vez de nuevo la ruptura de una poética insular reinventada desde el doble vuelco abierto y ciego de la ola.
¿Una posible conclusión? No renunciemos a navegar en tiempos de penuria, los primeros polinesios sabían leer el oleaje para recorrer largas distancias y no hundir sus embarcaciones. Los canarios, las cabañuelas para alimentar la vida con su hambre de alma. Entre lo que el cielo y mar unen queda el bucear infinito de la expresión que busca, filosofando, más preguntas y la poesía que salva al náufrago de las pantallas, de la mentira sin fundar reinos posibles para el sueño o el deseo, sino prisiones de consumo que nos uniforman. Un cronotopo lírico en la verdad y en la razón de toda poética otorga tierra para imaginar y agua de una orilla a otra para encontrarnos, navegantes, con la cabeza en alto y los brazos abiertos.
Referencias
Acosta Felipe, Domingo. El mar de nadie. Ediciones Idea, 2019.
Arroyo Silva, Antonio. “Palabras para un encuentro”, Revista Archipiélago, UNAM.
Bachelard, Gaston. El agua y los sueños. FCE, 1998.
Becerra, José Carlos. El otoño recorre las islas. FCE, 2000.
Cross, Elsa. Isla negra. Era, 2024.
Espinosa, Baltasar. Obras completas (1962-2011). Mercurio Editorial, 2021.
Foucault, Michel. El pensamiento del afuera. Pre-textos, 2008.
Morábito, Fabio. Lotes baldíos.FCE, 2005.
Reyes, Alfonso. La experiencia literaria. FCE, 199.
Rivero Jordán, Olga. Antología. Biblioteca básica canaria, 2020.
Rodríguez Padrón, Jorge. Variaciones sobre el asunto. Ediciones Tamaimos, 2016.
Salas Hernández, Adalber. Isolario. Pre-textos, 2023.
Villarreal, Minerva Margarita. Las maneras del agua. FCE, 2022.
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Alma Karla Sandoval (Morelos, 1975)
Es poeta, periodista, narradora, ensayista y docente. Ha obtenido apoyos del FOECA, FONCA y PECDA. Así como múltiples premios, tanto nacionales como internacionales, en poesía, cuento, novela, crónica y ensayo. Doctora en literatura, cuenta con más de treinta títulos publicados. Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, ruso, catalán, francés y rumano. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde el 2020.