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Poemas de Javier Yabeta Justiniano

Pan con tomate y guindilla

Una hogaza anular, de trigo,
sin greña alguna,
y guardada en un frasco de cristal por dos días,
será mi cena de hoy. ¿Quién no ha comido pan duro?

Y mientras restriego el tomate,
pequeño y de jugosa pulpa,
me dispongo a dialogar con mi fiel soledad.
¡Eso es… hablar de los problemas conmigo mismo!

Y doy bocado…
el más sencillo y delicioso de los bocados…
¡sabor jugoso y fresco!… ¡fragante!… ¡suave textura!
y en el fondo, el tímido oliva.

…Otro bocado…
¡y un picor infernal me achicharra la garganta!
Un incendio papilar, capaz de calentar
mi gélida noche de invierno.

¡Está exquisito!

¡Tan exquisito!… ¡que lo veo todo muy claro!
La existente y antagónica dualidad de la vida:
un austero bocado de pan con tomate…
y otro, de ardiente guindilla.

Aquel todo

—¿Qué es lo que quieres de la vida?
—me preguntaron.
—¡Todo! —respondí —Riqueza, confort, privilegios.
Quiero un buen trabajo y consideración social…

¡Y todo se me fue otorgado!
Pero, ¿y qué era lo que quería?
No lo sabía bien. Quería sentir, estar vivo,
satisfecho, pleno, feliz y en paz con mi ser.

Bueno…, no lo es.
Porque aquel “todo” también incluye aspectos malos:
el vacío existencial de una vida sin sentido.
¡Nada me llena y satisface!

Lo dejé todo
para mirar en mi interior y reencontrarme
con aquel mendigo que, abandonado a su suerte,
suplicaba algo de atención.

Fue la ambición,
el egoísmo, las ansias, la necesidad
de ser mejor que otros… ¡Porque yo quería más!
Y me di cuenta. El ser humano solo finge serlo.
¡Por eso muere desilusionado!

Mi intimidad

Detrás de la sublimidad de un verso
está ella, mi prudente intimidad,
protegida, escudada, en soledad,
mi secreto vetado al universo.

Y no es que esconda un nocivo reverso,
es dónde el amor duerme en libertad,
sin el resquemor de la vacuidad,
ni la causalidad de lo perverso.

Esa parte mía que no trasciende,
se esconde en laberintos insondables
de poemas locos que nadie entiende,

y que solo aprecian los más amables.
Mi intimidad será de quien pretende
leer mi alma… ¡será de los afables!

La rosa de Jericó

En el desierto más caliente,
sobre la arena,
amontonada, despojada de toda vida,
vaga sin rumbo, con cien años que lleva muerta,

aquella planta misteriosa,
que por milagro necesita
un charco de agua, después, otro que sea lluvia,
bendita lluvia, suficiente para empezar…

¡y resucitar! …
Una centuria de penurias, quedan atrás,
ramas inertes que se nutren
abriendo al cielo sus despojos,

mientras que el agua se desgrana llena de vida,
acto seguido, tiernos brotes se reverdecen
y que florecen
con sus semillas de esperanzas.

Toda una hazaña pasajera, que luego sufre
arremetidas de calor del mismo sol,
que poco a poco la consume…
¡hasta matarla!

Y allí se queda marchitada, seca de nuevo,
merced del viento que la empuja
siempre adelante… así vive ella
¡La Rosa de Jericó!

El “asesino”

En un barrio pobre de la ciudad
un niño llora en la oscuridad,
su madre trabaja en un burdel
el padre se fue para no volver.

Lugares que venden mil emociones
fingiendo placeres, también pasiones.
Que mala vida para una mujer,
lo que hay que hacer para comer.

La madre del niño hoy falleció,
un disparo certero su vida acabó,
decidió ser libre y no sufrir,
¡qué mala estrella para vivir!

El tiempo pasa y el niño crece,
con gran dolor el permanece,
sin padre ni madre que lo haga ver
el amor que un hijo debe tener.

La ciudad es cruel, sin compasión,
la gente lastima su corazón,
personas que tienen conciencia fría
incapaces de dar amor y alegría.

Estrellas del cielo sirven de techo,
aceras y calles su duro lecho,
mendigando duro para comer
olvida sus penas drogándose.

La moral espera, el hambre no,
buscando comida asesinó,
al cajero de la tienda acuchilló,
por fin un nombre él recibió… ¡Asesino!

En la escoria social se convirtió,
la ley del hombre lo marginó,
en la cárcel paga por su pecado,
por ser ladrón, un renegado.

Entre rejas lo llaman el “Asesino”,
su pobreza es grande y marcó el destino,
como vagabundo así creció
en el olvido, por ser lo peor.

La justicia llega sobre tortugas,
es lenta y ciega jamás boluda,
un día Dios castigará
el no ser humano con los demás.

El “Asesino” hoy falleció,
un reo en la cárcel lo acuchilló,
nuestras acciones también se pagan
con la medida de lo que tu hagas.

Si meditamos en esta historia
en que el sistema nos niega la gloria,
no haber sabido luchar con fe
para que la historia fuese al revés.

Si a tu camino faltó ideales
y el asesino fuese esta vez
tu propia carne sangre y destino,
dígame amigo… ¿Qué haría usted?

Biografía

Javier Yabeta Justiniano. Nació en Bolivia, 5 de diciembre de 1972. Es comunicador social y videasta; actualmente reside en España, donde ha publicados sus poemas ene antologías poéticas.

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