Marco Fernández Ríos
Ubicada entre El Alto y Achocalla, Pocollita es una comunidad escondida en un largo cañadón, donde hay miradores naturales y una riqueza sin igual de aves y plantas medicinales
“Poco a poco pierden las fuerzas, no quieren comer y así se van al otro mundo. Se mueren”. Mientras cuenta las leyendas que existen en este cañadón escondido, Gregorio Quispe mastica algunas hojas de coca, sin dejar de sonreír y sin que su historia pierda interés. En ese momento está sentado en un rincón del Cuarto Oscuro, donde no se tiene que caminar de noche, pero se puede disfrutar de día, en una ruta paradisiaca entre El Alto y Achocalla.
La referencia más fácil para ubicar el inicio de la ruta es la Estación Terrena de Amachuma, que se puede ver desde cualquier parte de la urbe alteña. Visto de lejos da la sensación de que, además de la estructura que dirige el satélite Túpac Katari, no existe nada más que tierra inhóspita. Estamos equivocados.https://www.youtube.com/embed/Y7EjEKD0sjs?version=3&rel=1&showsearch=0&showinfo=1&iv_load_policy=1&fs=1&hl=es&autohide=2&wmode=transparent
También estamos equivocados al pensar que El Alto carece de atractivos, pues alberga al menos 18 sitios turísticos, desde la feria 16 de Julio, pasando por el nevado Huayna Potosí, hasta otros hermosos sitios naturales. Uno de ellos es Amachuma, que lleva a Pocollita, un pueblo escondido en Achocalla.
El inicio está en la última parada de la línea Morada del Teleférico, en la avenida 6 de Marzo, que lleva hacia el departamento de Oruro. Después de 10 minutos de recorrido en vehículo se avistan las enormes antenas de la estación terrena. Entonces, la emoción aumenta, al saber que la caminata comenzará dentro de poco.
El coche se detiene en Amachuma, una comunidad del distrito 10 alteño, cuyos pobladores se dedican a la agricultura y a la ganadería. Ahí, la planicie está cortada por una quebrada, que hace de este terreno un enorme mirador de la Cordillera Real.https://www.youtube.com/embed/HEzvWdSpNpA?version=3&rel=1&showsearch=0&showinfo=1&iv_load_policy=1&fs=1&hl=es&autohide=2&wmode=transparent
El viento es más intenso de lo acostumbrado, aunque no deja de ser agradable, más aún tomando en cuenta que hay cielo despejado y sol intenso. Desde ahí comienza la aventura, ya que el guía solicita caminar con calma y guardar silencio, porque hay que ver vizcachas (Lagidium viscacia).
Con mucho sigilo, cada uno de los visitantes avanza en cuclillas, con el viento y las pisadas en el pasto seco como único sonido. El premio llega al instante, pues a unos 20 metros se vislumbra la figura de un par de estos roedores de cola ancha.
Hay que mirar con detenimiento cada rincón de esta quebrada, debido a que las vizcachas se mimetizan con el lugar. Un pequeño movimiento hace dar cuenta que no sólo hay dos ejemplares, sino otros más, que, en este día de suerte, pareciera que esperan ser fotografiados.
Para algunos, este espectáculo natural sería suficiente para completar una ruta turística, pero apenas es el comienzo, tomando en cuenta que hay que descender desde los 3.900 msnm de Amachuma hasta los 3.600 de Pocollita.
Desde ahí se observa una extensa quebrada, que parece perderse en el horizonte. El guía extiende el brazo y señala al final, para informar que allá, a lo lejos, es el final de la ruta.
Antes del descenso, el guía se detiene en el inicio del recorrido, donde reúne a los caminantes para ch’allar con alcohol, con el fin de que los achachilas dejen ingresar a este territorio misterioso. De manera paralela, cada uno escoge cuatro hojas de coca, las junta con ambas manos y sopla a los cuatro puntos cardinales, para solicitar la protección del Illimani, Huayna Potosí, el lago Titicaca y el Sajama, los seres telúricos que protegerán esta aventura.
En menos de cinco minutos de caminata, el viento intenso ha desaparecido y un calor seco pero agradable se apodera del cuerpo, mientras los ojos no dejan de moverse de un lado a otro para admirar el paisaje, un extenso cañadón de formaciones que terminan en pico y que se formaron en miles de años, ya sea por las lluvias, el sol o el viento, o por los tres fenómenos juntos. En miles de años.
En esta caminata es preciso mirar a todos lados, porque el intenso aroma a plantas invita a observar el suelo y preguntar qué variedades existen —desde los interesantes zapatitos hasta q’oa—, mientras que en el cielo se disfruta el vuelo constante de alkamaris o Marías (Phalcoboenus megalopterus), kili kilis (Falco sparverius), alguna dormilona nuquirroja (Muscisaxicola rufivertex) o gallinazos (Cathartes aura). Un espectáculo por donde se dirija la vista. El premio, al final de la ruta, son los colibríes.
¿Qué significa Pocollita? Este territorio seco, que forma parte del valle interandino, alberga gran cantidad de puq’i (voz aymara pronunciada como poq’e), tierra fina que antaño servía para limpiar las ollas de aluminio.
A partir de ahí, otro elemento natural acompaña, hasta el final, el recorrido, se trata del río Milliri, que, según la explicación del guía, es una vertiente que viene desde el lago Titicaca.
La caminata continúa por unos senderos angostos, pero todo se compensa con las aves que se ven en el cielo y con las formaciones que hay en el cañadón, con cuevas que parecen lleva a algún lugar misterioso.https://www.youtube.com/embed/rK6tqfyH3I8?version=3&rel=1&showsearch=0&showinfo=1&iv_load_policy=1&fs=1&hl=es&autohide=2&wmode=transparent
Después de unas horas de paseo agradable se lleva a Pocollita, comunidad perteneciente al municipio de Achocalla, donde viven casi 70 personas. Los caminantes descansan en el patio de una de las casas de adobe y techo de calamina, adonde Modesta Choque llega con un aguayo y un balde.
Mientras se desarrolla una charla amena, Modesta sirve una sopa de triguillo, el plato indicado para empezar a reponer energías. “No caminamos de noche porque es oscuro y podemos caer en uno de los barrancos”, dice la mujer de blusa floreada, pollera café, sombrero claro y sonrisa sincera.
“Todo lo que están comiendo los producimos aquí”, afirma con orgullo y tiene razón, ya que en estas tierras se produce papa, cebolla, repollo, lechuga, haba, cebada, avena, trigo, arveja y quinua, especialmente.
Un ejemplo de ello está en un atado pequeño, que cada visitante recibe después de tomar su sopa. Al desatarlo, cada uno ve con sorpresa y agrado que se trata de un fiambre compuesto por haba, papa, chuño, queso y tortilla, acompañado por un platillo de llajua que desaparece en pocos minutos.
Luego de un breve descanso y la observación de colibríes, el itinerario lleva más abajo, a un cañadón estrecho, donde habitan los sajras (demonios). Don Gregorio aparece antes de ingresar a este espacio estrecho.
Con una chompa deportiva que tiene el escudo del Gremio brasileño, pantalón plomo y abarcas bien utilizadas, una gorra negra, un saquillo atado a la cintura y un hacha, el anfitrión comienza por hablar del Cuarto Oscuro (Chamak’uta), un lugar estrecho adonde apenas llegan los rayos del sol.
Según cuenta, por ahí suele aparece un sajra con forma de ave, que vuela para hallar a una persona enferma, con el fin de llevarse su ajayu. “Poco a poco pierden las fuerzas, no quieren comer y así se van al otro mundo. Se mueren”, asegura.
Camina despacio y sin dejar de contar leyendas, como que, a las seis de la tarde, este espacio se oscurece completamente, por lo que es necesario encender una linterna. “Este lugar es un sajrani. Los tíos vivían aquí, los tíos malos, las aves malas. Cuando la gente pasaba por aquí, borracha o para dormir, se levantaba enferma”.
De acuerdo con su explicación, las personas ebrias que pasan por el Cuarto Oscuro suelen alucinar con un edificio grande, donde una bella mujer los espera para descansar. Al día siguiente, la víctima despierta en un hueco de tierra, de donde se suele levantar con mucho cansancio.
“En ese momento puede lamentarse, porque está sin ganas, con el cuerpo dañado, sin ajayu. Se puede enfermar poco a poco”, dice Gregorio, quien recomienda que de inmediato se debe visitar a un yatiri para sacrificar un animal, para cambiar su mala suerte y salvar la vida.
Ahí también, algunos músicos dejan afinar sus guitarras o mandolinas con el sirinu. Resulta que en las noches apoyan sus instrumentos musicales en uno de los rincones. Entonces esperan a que el viento (sajta) interprete bellas canciones.
En ese momento, los músicos lanzan una lata para espantar al espíritu. Cuando vuelven, “la guitarra o mandolina de por sí llora, es bien lindo”. Este pacto tiene una condición: el músico puede tocar sus mejores canciones, pero no puede embriagarse, porque se le aparecerá una mujer bella, que lo llevará al Cuarto Oscuro para quedarse con su ajayu.
Es momento de retornar porque la oscuridad se apodera de este lugar, pese a que afuera hay un sol intenso. La caminata de subida es más corta, ya que un vehículo aguarda cerca de la casa de doña Modesta, que espera sonriente que más gente conozca este rincón alejado de la vorágine de las ciudades, donde las aves vuelan sin temor, tal vez porque hay sajras que cuidan este paraíso del valle interandino.
¿Con deseo de más?
Para disfrutar de la experiencia de Pocollita, la agencia Turismo El Alto ofrece el paquete de un día completo, que incluye la observación de vizcachas, fotografías en al menos cuatro miradores, avistamiento de aves y explicación de la flora, almuerzo tradicional, visita a El Cuarto Oscuro (Ch’amakuta), con todas las medidas de seguridad y de bioseguridad, k’oa a la Pachamama y recuerdos de la visita.
El punto de partida es la avenida 6 de Marzo, entre las calles 1 y 2 (frente a Infocal), a las ocho de la mañana. El retorno está programado para las cinco de la tarde.
El paquete, que está disponible todos los domingos, tiene un precio promocional de 99 bolivianos para quienes mencionen el blog Marco Vínculos.
Para reservaciones o preguntas, llamar a los teléfonos 69940021 y 78770103, o en la oficina central, ubicada en la calle Montevideo Nº 188, casi esquina Capitán Ravelo (a dos cuadras de la UMSA).https://www.youtube.com/embed/Gq7XwUJ_Ew8?version=3&rel=1&showsearch=0&showinfo=1&iv_load_policy=1&fs=1&hl=es&autohide=2&wmode=transparent
Fotos y videos: Mauricio Aguilar, Mariela Medina y Marco Fernández Ríos