Márcia Batista Ramos
“Y Kyiv, roja de ira, mira cómo Babyn Yar es envuelta por las llamas.” Mykola Bazhan
No puedo escribir todos los gritos, porque faltan palabras que puedan traducir el horror a cabalidad. Tal vez, por eso, los nudos se acumulan en la garganta después de más de quinientos días y noches sin dormir, aun que, a veces duermo a puñados, escuchando los estallidos de las bombas y luego camino entre escombros en busca de restos de vida. Como sonámbulo, remuevo nidos de ruinas abriendo con las manos la noche hasta el amanecer. A veces, encuentro una criatura con una vida incompleta, deforme, sin gestos, mutilada y asesinada mientras dormía. ¿Qué pasará por su alma? ¿Habrá cargado consigo su nombre o sus recuerdos?
Mis ojos ya no tienen lágrimas, solamente guardan tristezas después de tantas horas olvidadas en relojes oxidados, que detuvieron el tiempo en una escena de terror. Me duelen las cortinas rotas, las tazas salpicadas por las alfombras, los restos de pared dónde cuelgan deshojados almanaques y las gradas cubiertas de evocaciones que serán borradas por el tiempo, me duele mucho, como si yo hubiera vivido allí.
Mis manos sin brújula, ni timones, parecen un remolino de furia por la rapidez con que separan escombros y cuando tienen suerte, encuentran a un enorme perro asustado que berrea palabras con los ojos, sin comprender porque su familia y su mundo se borraron en un instante.
Después de poco más de quinientas noches, las luciérnagas ya no son atisbos de luz verde fosforescente que traen promesas de verano, ahora, ellas son premonición del fuego que cae desde el vientre de los pájaros de hierro que singlan la noche ensombreciendo los ojos azules de los niños que ya no tendrán una infancia serena.
El inhumano vive más allá de la frontera y viene sembrando desolación en medio del todo y de la nada. Él es una bestia, en quién el amor se le pudrió antes de llegar a la garganta. Él quiere robar los campos con los trigales, las urbes, las flores silvestres, los días normales, la cultura y la vida de todos los que quieren paz y progreso. Piensa que tiene más derechos que otros, y, atacó a los inocentes que soñaban, tiernamente, en sus cunas… Ya mató a tantos, destruyó ciudades y sacrificó a miles y miles de jóvenes de su propia nación, abriendo heridas sangrantes en su propia patria. El monstruo se cree un visionario, pero, es un tirano que la historia quiere muerto. Y ellos lo quieren fuera de allí, in-me-dia-ta-men-te.
Todas las constelaciones están ofuscadas por el resplandor del fuego que hiere y mata. Ya fueron iluminados por explosiones de misiles, más de quinientos amaneceres, desde la primera noche que las bombas robaron el protagonismo a la luna. Allí la a gente, ya no vive, apenas resiste más allá de la capacidad humana de resistencia. Haciendo posible o imposible su sobrevivencia, con una garra silenciosa, con un dolor tan fuerte que arrastra soledades. Ellos saben que ya no conocerán a ninguna descongoja, por eso trabajan en silencio y no hay necesidad de palabras. Todos guardan silencios que nunca se callan y sus ojos azules que acaparan la melancolía, ahora, ocultan la luz que llevan adentro.
Después de más de quinientos días y noches de lucha, allí todos olvidaron cómo se siente la brizna que envuelve de humedad a la noche, los tiempos en que brindaban con copas de vino y sonrisas entre los labios. También se olvidaron del crujido de la leña en el hogar, de los vestidos púrpura y de una larga lista de sueños.
Son incontables los rosales calcinados, los corazones desiertos, los ángeles y los héroes amputados o con las piernas vendadas que subieron al cielo en los últimos poco más de quinientos atardeceres, dónde ya nadie conoce el silencio de las horas y la languidez del cielo anaranjado o rojizo en el horizonte.