¡Aleluya! El Presupuesto General del Estado (PGE) 2025 hizo su gloriosa aparición. Una nueva ficción del populismo gastador. Pero antes de sumergirnos en las fantasías oficiales, hagamos un ejercicio de cordura: ¿qué tal si evaluamos el PGE 2024? Esta es una práctica sana y que además tiene respaldo legal, pero que el gobierno ignora olímpicamente.
En este 2024, el PGE nos aseguró que creceríamos un robusto 3,72%. Con mucha suerte, y si contamos las propinas, llegaremos a un crecimiento económico de 2,5%. Sobre la inflación, proyectaron un bucólico 3,72%. Pero, a menos que los chefs del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) consigan otra receta mágica, superaremos cómodamente el 10%.
¿Y el tipo de cambio? Nos vendieron un rango entre 6,86 y 6,96 bolivianos. Técnicamente, no mintieron: el dólar sigue fijo… pero desapareció. Hoy, su paradero más probable es el mercado paralelo, donde cotiza ente 11 y 12 bolivianos, convirtiéndose en el unicornio de nuestra economía.
El déficit fiscal en 2024, según el guion del gobierno, sería de 9% del PIB. La realidad es otra. Este año es altamente probable que se supere el 12% del Producto Interno Bruto (PIB). ¿Y la inversión pública? Los mismos 4.000 millones de dólares que se anuncian con bombo y platillo cada año. Eso sí, ejecutados, probablemente, ni la mitad.
Por lo tanto, si el gobierno fuera sensato e inteligente, tendría que utilizar estas referencias para ajustar sus proyecciones para 2025. Sin embargo, lo único que presenta es un rosario de pretextos para justificar este pésimo desempeño. La lista crece cada día: la crisis del capitalismo, los bloqueos de caminos, las dificultades con sus hermanos de la Asamblea Legislativa, los opinadores del pantano neoliberal, la crisis internacional, el cambio climático, la carabina de Ambrosio y un largo etcétera.
En este contexto de crisis, llega el PGE 2025: otra oda a la negación y al escapismo. Para el gobierno, en el paisaje económico, no pasaron naranjas. Así que vuelve la ficción ideológica: crecimiento del 3,5%, inflación del 7,2%, déficit fiscal de 9,2% y tipo de cambio inmutable, mientras el dólar ya escala el Everest. Subsidios a los hidrocarburos y alimentos como de 2.800 millones de dólares. Por último, la inversión pública, otra vez, mágicamente, ubicada en 4.000 millones. Sin duda, un presupuesto de la mamocracia con mucho cuero… y poco contacto con la realidad.
En el PGE 2025 encontramos una verdadera oda a la intervención estatal, digna de figurar en los anales de la planificación centralizada de gloriosa y recordada Unión Soviética. Con una coreografía financiera que recuerda a un ballet ruso (elegante, y lleno de giros inesperados), el gobierno se lanza al ruedo con una estrategia que prioriza la inversión pública como motor de desarrollo bajo el principio tácito de “el que parte y reparte, se queda con la mejor parte”.
Por supuesto, el presupuesto trae consigo una centralización de recursos que deja a las administraciones subnacionales con una sensación parecida a la de un comensal olvidado en el banquete. Esto quiere decir que el gobierno seguirá siendo populista a nivel central, gastando a manos llenas, y se convertirá en un neoliberal atroz cuando se trate de cortar recursos para municipios y gobernaciones. Ah, la novedad de este año. Sé que se les cortará la renta dignidad como a 10.000 abuelos. Ciertamente una cosquillita al elefante público gastador.
El financiamiento de este espectáculo de PGE 2025 no tiene nada que envidiar a un circo de tres pistas. Las estrategias incluyen: 1. Emisión de deuda externa: 3.000 millones de dólares, porque ¿quién necesita diversificar ingresos cuando puedes diversificar deudas? 2. Organismos multilaterales y bilaterales: 1.000 millones de dólares. Aquí la consigna parece ser: “No preguntes de dónde viene el dinero, mientras venga”. 3. Crédito contingente con la CAF: 400 millones de dólares, ideal para emergencias… como pagar las cuotas de las otras deudas. 4. Bonos de carbono: 5000 millones proyectados, porque siempre es buena idea financiar el futuro vendiendo la idea de que quizás algún día dejaremos de quemar hectáreas a ritmo de fogata de campamento. Eso sí, la viabilidad de estos malabares se tambalea ante un elefante en la sala: la depredación ecológica. Con 10 millones de hectáreas devoradas, pareciera que el mensaje implícito es “no prometemos bosques verdes, pero sí balances rojos”.
En un movimiento que raya entre la audacia y la desesperación, el Banco Central de Bolivia (BCB) tiene luz verde para jugar Monopolio con las reservas de oro del país, 22 toneladas. La Ley 1503 de 2023 habilita esta maniobra con la misma confianza que un equilibrista saltando sin red. A este paso, el gobierno podrá empeñar los lingotes de oro de las reservas internacionales del ente emisor y quien sabe más adelante solicitará las joyas de la abuela, los dientes de oro, los topos de las cholitas del Gran Poder, los anillos de oro de bodas y las cadenas de oro de los benianos prósperos para superar su hambruna de dólares.
El presupuesto 2025 no es solo un documento, es una declaración de principios: “Soñemos en grande, endeudémonos más grande aún”. El aparato estatal se expande como masa de pan con demasiada levadura, impulsado por deudas, bonos y reservas empeñadas. El resultado, como era de esperar, parece menos un modelo económico sostenible y más un episodio piloto de “¿Quién quiere ser millonario? Versión Déficit Fiscal”.
Para cerrar este viaje por las maravillas del PGE 2025, nos topamos con lo que podría llamarse un “contrabando a la inversa”, un salto temporal digno de ciencia ficción, pero con toques burocráticos locales. Permítanme transcribir literalmente esta joya de la mamocracia, porque no quiero contaminar con interpretación alguna:
La primera disposición final de la Ley del PGE 2025 dice: “Se autoriza al Banco Central de Bolivia a otorgar un crédito extraordinario en condiciones concesionales a favor del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, a través del Tesoro General de la Nación, destinado a financiar el pago de sus obligaciones de corto plazo generadas al 31 de diciembre del 2024, en el marco de la administración de la deuda pública y las operaciones de manejo de pasivos. Para esto se exceptúa al Banco Central de Bolivia de la aplicación de los artículos 22 y 23 de la Ley No 1670 del 31 de octubre de 1995”. Ambos artículos de la Ley de Banco Central que impedían convertir a la autoridad monetaria en la caja chica del Ministerio de Economía.
En otras palabras, parece que con el dinero del futuro próximo se pagarán los aguinaldos y sueldos del presente. ¿Es esto una maniobra financiera o un milagro navideño? Papá Noel revolucionario se nos ha adelantado, dejando un regalito anticipado al Ministerio de Economía. Eso sí, sólo para los bien portados Chuquiago boys. Mientras tanto, el Viejo Pascuero del Polo Norte sigue gastando alegremente en el ahora y dejando las cuentas al “yo del futuro”.
Post data: Por si fuera poco, la ley del presupuesto, esa que llegó con puntualidad inglesa antes del 30 de octubre de 2024, decidió tomarse unas merecidas vacaciones en los cajones de la burocracia de la Asamblea. Allí permaneció casi 30 días, seguramente esperando el espíritu navideño. Pero ahora, por arte de magia (y con la velocidad de un reno cansado), reaparece. Los asambleístas, por reglamento, tienen 60 días para debatir y aprobarla, pero con diciembre avanzando y los villancicos sonando, es evidente que ese debate se archivará junto al resto de los adornos navideños.
Como la ley prevé que si un presupuesto no es analizado por el Legislativo puede ser aprobado por el Poder Ejecutivo, ello ocurrirá otra vez, como ya pasó con el PGE 2024. Un festín de espejos y humo, cuidadosamente orquestado por la mamocracia, que siempre sabe cómo envolver sus regalos sorpresa. ¡Feliz Año Nuevo presupuestario queridos contribuyentes! Ustedes serán los “paganinis”.