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Perú/México: elecciones en puerta

Los dos países latinoamericanos con mayor tradición pre hispánica irán a las urnas este domingo 6 de junio. En el Perú se renovarán por completo las autoridades del poder ejecutivo central, mientras en México los cambios vendrán por debajo del presidente y del senado, es decir, habrá un relevo en casi todo lo demás: alcaldes, regidores municipales, diputados locales y federales, además de 15 gobernadores, un poco menos de la mitad de los cargos disponibles en ese nivel. 

En el país sudamericano podría ocurrir un giro si es que Pedro Castillo confirma los datos de las encuestas, mientras en el norte, México definirá si el rumbo iniciado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es o no el adecuado para la segunda mitad de su mandato de seis años. 

En ambos países, las fuerzas políticas tradicionales se han unido férreamente en contra de las inminentes transformaciones, a las que conciben como amenazas definitivas. Así, por ejemplo, el equipo técnico de asesores de Keiko Fujimori congrega a personalidades surgidas de los últimos cinco gobiernos calificados como neoliberales, todos unidos contra lo que consideran podría llegar a ser un neo comunismo en incubadora veloz. Por su parte, el trío de todos los partidos mexicanos (PRI, PAN, PRD) barridos por el Obradorismo en 2018 ha sellado una extraña alianza para sobrevivir al tsunami conocido como MORENA. Más que una alternativa aquello parece una sociedad de socorros mutuos. 

Otro rasgo común entre Perú y México es el dramatismo con el que se enfrentan los discursos políticos antagónicos. Desde la perspectiva de los defensores del sistema, es decir, Keiko y el llamado PRIANRD, lo que se anuncia venir es una catástrofe tamaño Venezuela. Las metáforas en uso evocan caídas al abismo. Lo curioso es que esta retórica versada en calamidades termina siendo útil a los supuestos cultores del cambio. Tanto AMLO como Castillo hoy, pueden postularse como luchadores titánicos contra la adversidad perversa del sistema. No importa si realmente son portadores de una transformación profunda, el caso es que lo parecen dada la histeria de sus adversarios. 

En los hechos, muy poco es lo que está realmente en juego. Los fracasos de los modelos de Cuba y Venezuela han terminado por encoger notablemente las perspectivas de un vuelco en América Latina. Como viene sucediendo en Colombia o El Salvador, ajustes de mínima cuantía como retirar una reforma tributaria o nombrar jueces y fiscal bajo nueva mayoría parlamentaria son estilizados por los medios informativos como virajes dramáticos. Fidel Castro murió hace casi un lustro, pero cómo nos sigue fascinando el argumentario caduco de la Guerra Fría. 

Otro rasgo compartido entre México y Perú es la ausencia de sistemas de partidos verazmente representativos. Una vacancia persistente parece imponerse sobre ambas sociedades. Mientras en Perú las siglas son cascarones vacíos que se arman y repintan en cada elección, en México proliferan emblemas y colores al calor del financiamiento electoral. En efecto, vivimos en una época en la que ya nadie mueve un dedo por convicción o pasión doctrinaria. Los partidos se han reducido a comparsas de canalización de un voto cada día menos comprometido y distante. El fenómeno lleva a la invocación de identidades primarias como la familia en clave religiosa (“Con mis hijos no te metas”) o a la recreación de micro nacionalismos de arraigo localizado. En parte por eso, Castillo solo quiso debatir en su pueblo natal, mientras AMLO decidió perorar desde el confort aldeano de un palacio presidencial sin mundo. Podríamos hablar, en tiempos de Covid-19, de una América Latina cada vez más replegada en sus 20 o más ombligos nacionales. 

Y sin embargo, México y no tanto Perú, ensaya ahora mismo una reforma que pasa desapercibida entre los noticieros. Por primera vez desde el inicio de su centenaria historia revolucionaria, cientos de autoridades mexicanas compiten por la reelección en sus respectivos cargos. Un tabú se desmorona sin que a nadie le sorprenda. El país más anti reeleccionista de la región se abre a ratificar a quienes gobernaron bien. La regla no vale ni para senadores ni Presidente, pero ayuda a que se rindan cuentas ante el electorado. Antes los incentivos para saquear el erario eran mayores, porque nadie podía quedarse y lo más aconsejable era delinquir por última vez. Como todo en la vida, un uso moderado es lo recomendable. Ni reelección perpetua al gusto de Evo ni anti reeleccionismo rígido, como sucedía en México hasta hace solo unos años.

Rafael Archondo es periodista.

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