Blog Post

News > Ignacio Vera de Rada > Perdiendo la sensibilidad en la era cibernética

Perdiendo la sensibilidad en la era cibernética

Sin que lo notemos, hemos ido perdiendo nuestra capacidad de prestar atención a la pareja, a los hijos, a los abuelos. También a los objetos y fenómenos que vemos, a lo que olemos y a lo que saboreamos. Un arcoíris, una lluvia torrencial, un árbol frondoso, ya no nos maravillan como antes. Lo que hacemos cuando esos hechos naturales se presentan ante nuestros ojos es sacar del bolsillo el teléfono inteligente, tomar una fotografía y publicarla lo antes posible en Instagram o Facebook, para luego esperar cuántos “Me gusta” o comentarios produce. Es que ya no prestamos atención a lo que el árbol, la lluvia o el arcoíris producen en lo más íntimo de nosotros, sino a lo que las reacciones digitales causan en nosotros.

Estamos más atentos a lo que ocurre en el ciberespacio que a lo que sucede en nosotros mismos o en la calle. Nuestras tabletas y ordenadores nos consumen, se apoderan de nosotros, nos aprisionan. Es mucho más fácil comunicarnos con nuestro primo que vive en Noruega, pero más difícil entablar una plática con nuestro hijo pequeño, inmerso en un juego trivial en su iPad, o con nuestro longevo abuelito, sentado en su silla en un rincón del departamento e inmerso en las oquedades del alzhéimer o la soledad. Las parejas andan en lo mismo. Hacer el amor nunca había sido un acto tan mecánico, una mera calistenia, pues luego de las caricias cada uno vuelve ansioso su teléfono para responder un alud de mensajes, algunos del trabajo y otros de amigos o parientes.

¡Qué diferencia entre todo esto y lo que vivían nuestros abuelos en su infancia, jugando fútbol libremente en las calles con arcos improvisados o enviándose cartas manuscritas de amor! O, más aún, entre esto y la infancia de nuestros tatarabuelos, cuando estaban inmersos en la bucólica finca, aspirando el olor de la tierra húmeda, leyendo las novedades de Victor Hugo o Alejandro Dumas, montando a caballo o bebiendo leche fresca y sintiendo el paso de las horas como si fuesen siglos. Antes, la actual indiferencia no podía haber sido posible: la vida exigía comunión. Más antes, mucho más antes, hace miles de años, las sociedades nómadas de recolectores y cazadores vivían sintiendo todo lo que sucedía a su alrededor, cuando cazaban mamuts o paladeaban el sabor de los frutos silvestres que se podían comer. Y al cabo del día, podían darse el lujo de tener un tiempo para hacer una fogata, contemplar el cielo estrellado y fantasear con mitos y leyendas sobre el origen de las maravillas que se veían en el firmamento. Hoy todos esos lazos comunitarios y familiares se van deteriorando.

Las sociedades posteriores fueron perdiendo la sensibilidad porque la ciudad ya no exigía las mismas capacidades sensoriales que la campiña. Los oficios se fueron especializando hasta lo indecible: si antes una persona tenía que ser lo suficientemente sensible para saber qué comer o qué animal domesticar, hoy la propaganda de las autoridades sanitarias y las empresas se lo dice con detalle. Luego irrumpieron el capitalismo y su hijo mayor, que es el consumismo, y la modernidad se apropió de ellos, haciendo pensar a las masas que la felicidad consistía no en percepciones subjetivas sino en experiencias materiales: un microondas, un televisor, viajes rápidos en jet, comida rápida, un teléfono inteligente… A esto, hoy se añade que los robots y algoritmos van haciendo el trabajo que antes correspondía solo a la mente humana. Y vivimos cada vez más alienados y ensimismados. La globalización digital es en realidad aislamiento. Y pocos son los que deciden dar batalla a la alineación de la modernidad digital. La percepción de los seres humanos es cada vez más limitada, pues está flanqueada por una serie de facilidades que mecanizan el diario existir. Para gran parte de la humanidad, por ejemplo, conseguir alimento nunca fue más fácil: se va al supermercado y, mientras se revisa el WhatsApp o el Instagram, se compra comida casi lista para ser ingerida. Sin embargo, se llega a casa y se ingiere la comida sin saborearla, rápidamente, pues mientras se mastica se está seguramente respondiendo correos o viendo una serie en Netflix.

¿Qué valen hoy una poesía o una pieza de música clásica? Consumir cualquiera de las dos requiere un tiempo de retiro o meditación. Entonces pueden valer mucho, muchísimo, o no valer nada. Depende de cada quien. Para el que quiere producir y producir como una máquina imparable, son cosas que ya pasaron a la historia. Pero para el que quiere recordar que es humano y tiene necesidades subjetivas, en cambio, pueden valer oro. No se sabe bien hacia dónde va la humanidad; creo los filósofos tienen una tarea muy importante: interpretar el mundo para lo consiguiente. Lo único que se sabe es que, hacia donde sea que esté yendo, va muy rápido. ¿Cómo encarar este camino?

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights