El 6 de junio de 2017, Bolivia perdió a uno de sus pensadores obreros más fecundos: Filemón Escóbar. Su hija, la socióloga Gabriela Canedo Vásquez, tuvo la gentileza de alertarnos sobre el sexto aniversario de dicha partida.
Juntemos recuerdos.
Aunque una parte de su familia Lora lo niegue, Filemón Escóbar fue un trotskista hecho e izquierdo. A lo largo de su extensa vida intelectual, Filipo, como lo quisimos en su tribu, atesoró y además bolivianizó al menos tres de las cuatro teorías entregadas a la Humanidad por el camarada Trotsky, asesinado cruelmente en agosto de 1940.
Me refiero a la teoría de la Revolución Permanente, la del Estado obrero degenerado y la de la naturaleza democrática y deliberativa de la clase obrera. En lo relativo a los aportes trotskistas sobre el fascismo, Filemón Escóbar cobijó ideas divergentes. Viva su heterodoxia.
En efecto, para él, la revolución boliviana no tenía por qué conocer etapas, paréntesis o merodeos, iba a ser permanente, y lo sería así porque además nacería del sudor de los mismos trabajadores, organizados en sus órganos de poder: la Central Obrera Boliviana (COB) y su glorioso corazón irrigador: la Federación de Mineros (FSTMB). En esa base sindical unitaria como casi ninguna en América Latina, palpitaba la garantía de que el Estado socialista boliviano no fuera a caer en el envilecimiento burocrático patentado por el estalinismo y denunciado por Trotsky desde su exilio en Turquía, Noruega o México.
Filemón Escóbar congenió con la democracia obrera en asambleas, ampliados y congresos. Nunca se cansó de explicarle a la izquierda, vano esfuerzo, que la COB no era un sindicato, sino algo similar a un soviet y que los partidos eran una excentricidad sin destino ni arraigo. Persiguiendo el proyecto de una clase que se autodeterminaba sin mediaciones artificiales, Filipo recordaba infatigable lo ocurrido en las elecciones de 1947 cuando la FSTMB inscribió candidatos elegidos en asambleas y ratificados en las urnas; sí, del mismo modo que sus imitadores posteriores, los cocaleros del Chapare o los vecinos de El Alto. Escóbar pudo haberles pasado la receta.
Lo que la izquierda no le pudo perdonar jamás y por lo que decidió expulsarlo primero de la COB (1992) y luego del MAS (2004), fue que Filemón Escobar haya puesto sus ideas revolucionarias al servicio de la complementariedad de opuestos. Tan sólida era su noción del carácter ininterrumpido de la Revolución, que elaboró una tesis sobre las llamadas coyunturas democráticas. Sostenía que dada la fuerza imponente del sindicalismo boliviano y dado que ese era el motor inequívoco de las transformaciones, la izquierda debía unirse para preservar y profundizar al máximo, hasta hacerlos irreversibles, los periodos de libertad civil irrestricta.
Filipo bautizó con un nombre preciso aquel pecado original de la izquierda fulminada por sí misma en julio de 1946: el neo-pirismo, es decir, la propensión a estrellarse con los moderados, provocando así, el zarpazo del enemigo principal y pretorianamente autoritario. Fuimos neo-piristas al organizarle una guerrilla al nacionalizador Ovando, al dejar a Torres a merced de Banzer, y al reventar el gobierno de la UDP para abrirle la puerta al 21060. Y es que nunca escuchamos a Filemón. Al contrario, lo acusamos de traición por erigir escudos contra las regresiones autoritarias, por proponer el cogobierno de los trabajadores con Siles Zuazo, por aliarse con los kataristas en los comicios de 1985, por suprimir huelgas y jukeos para inmunizar a la Comibol y evitar su cierre o venta. Filipo fue un defensor de los acuerdos que salvaran un piso mínimo para seguir caminando.
Y en ese mismo tren, a Escóbar no le atrajeron las aventuras armadas, las vanguardias guevaristas que apilaron cadáveres en el macabro esfuerzo por usarlos como escalera para la toma violenta del Estado.
A fin de librarse de Escóbar, la izquierda neo-pirista que se coló hábilmente en el MAS, logró la expulsión del entonces senador con una calumnia deleznable: “eres un agente de los yanquis”. Por suerte, en 2008, los estalinistas que lo purgaron tuvieron la decencia de dejar su confesión para la Historia. Ante los escritores Harnecker y Fuentes, los legisladores masistas Antonio Peredo y Santos Ramírez reconocieron que sacaron a Filipo del partido porque notaron su cercanía con el entonces presidente Carlos Mesa. Canallas. No fue entonces porque lo sorprendieron cobrando un soborno en dólares. Rehabilitar hoy a Escóbar es necesario, pero leerlo podría ser incluso indispensable.