Amalia Cordero / Cuba
Guerra es guerra, conflicto, desavenencias, avaricias en los intereses, odios ancestrales, como quiera llamarse según esas acepciones, a cual de ellas más tenebrosas. Desde los lados de donde se mire brota el miedo a la posibilidad de morir. Los hombres invasores a otro país no siempre van convecidos del por qué los reclutan. Lejos de sus fronteras les ataca nostalgia por la madre, el padres, la novia. Como ellos, no aceptan esa misión encomendada al soldado que temprano muestra rasgos duros, mirada triste. Les duelen fotos guardadas en sus mochilas, cartas recibidas mientras están incrustados en las trincheras donde las acarician, buscan apoyo y valor para disparar.
Los pueblos invadidos se arman de un sentimiento de arraigo a su tierra permeados del temor a perder familiares, amigos. El sonido de los aviones de guerra, el tronar de los tanques, las explosiones retumban en los oídos de unos y otros para protagonizar miedos iguales. Los miedos tienen una medida colosal; provocan un daῆo sentimental, emociones distorsionadas, insomnios, impotencia de cualquiera de los lados. Los invasores pagados no albergan ideologías, ciegos, obedecen órdenes. Se desgastan los medios de difusión de unos y otros defendiendo sus posiciones.
El paisaje, bajo los combates, borra sus tonos verdes, el rojo y el amarillo de sus plantas. Las aves que los habitan sufren del genocidio y son víctimas inocentes del conflicto. Duele ver sus despojos sin oportunidad de protegerse ni de resguardar los pichones que indefensos son sacrificados en su nido donde, antes de morir, sienten la agonía dentro del humo levantado por bombardeos.
El desespero de familias en huída provoca una huella psicológica para la que no existen antídotos. Van permeados del dolor al abandono de lo suyo durante su vida y la de los ancestros; verdaderos patrimonios familiares, reservorios de historias y amor. Huyen despavoridos. Detrás quedan fotos, objetos importante. Solo en minutos ingresarán el reino de ruinas, los niῆos aῆoran sus juguetes y sus mascotas. Un mundo de dolor son las caravanas de desalojados.
¿Cuándo habrá paz? Nadie sabe. Solo se define el día de agresiones, pero todo se extiende como pandemia y ninguno de los acuerdos ensayados ha sido capaz de lograr el diálogo. Hay muchos intereses en juego y muchos criterios no ceden a pesar de las crueldades que desatan. No alcanza mi imaginación para volver a ver esos campos con hierbas bien verdes, los árboles frondosos, aves revoloteando a su alrededor y sus cantos de vida en el ambiente.
Me defino en contra de cualquier guerra. Me pronuncio a favor de la paz y el cese de acciones que daῆen la naturaleza, al hombre, su especie más importante y al patrimonio creado por la humanidad. El planeta necesita paz para sobrevivir.