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Paris, mon cheri

Maurizio Bagatin

“Parigi Parigi è lontana/ma oramai ci so arrivare/io la vedo e tra un momento/la potrò toccare./Parigi Parigi/Parigi Parigi è vicina,/è una stella nella será/dove fuggono i ricordi di una notte scura/e vanno via”       Roberto Vecchioni

Hay una literatura en la cual necesitamos engancharnos, en la cual es su prosa en llevarnos a su poesía, Cabrera Infante, Lezama Lima, James Joyce, Samuel Beckett, Hermann Broch, Vladimir Nabokov…leer es dejarse llevar, ir y gozar, volver y seguir gozando. De otra manera, existe una literatura para la contemplación, el francés de las Iluminaciones de Rimbaud, el alemán de los Himnos de Hölderlin y de la poesía de Trakl, el italiano de la Divina Comedia, Trilce de Vallejo para la lengua española.

Visita al Louvre

Llovizna sobre Paris, lluvia de diciembre, no son ni siquiera gotas, parecen caer ininterrumpidos cordones delgados y húmedos, ligeros, suaves y silenciosos. La cola al Louvre es la de todos los días, la Mona Lisa espera con su sonrisa enigmática de siempre, a los gringos buenos (los malos, dijo Oscar Wilde seguirán muriéndose en los Estados Unidos…), a los asiáticos (todos juntos ahora, chinos con japoneses, coreanos con indonesios, filipinos con tailandeses) y a nosotros, desde las 8 de la mañana haciendo cola –como las colas que veo estos días en Cochabamba, colas de una cultura de las colas: para cobrar, para pagar, para protestar, para dejar de protestar, para recibir, colas para botar…– para entrar a ver quizás La Venus de Milo, diosa del amor y de la belleza, prisionera de su mutilación, siempre invocando ligereza, velocidad, exactitud, visibilidad, multiplicidad y coherencia, o La libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix, inmenso sueño que desde siempre invade al hombre para luego opacarla con la seducción por el poder, sino seguir y contemplar La bodas de Caná de Paolo Veronese, milagro o taumaturgia, Jesús o Dionisio, misterios de la Historia, y en nuestro deleite hasta el Edipo y la esfinge de Ingres, la tragedia y el enigma, terminamos donde Tiziano Vecellio demuestra el poder de la luz y del color negro sobre el lienzo, en el Hombre con un guante, todo su  genio para que luego también El Greco, Rubens, Rembrandt y Velázquez…

Antes de entrar al Louvre, pero, impacientes, intentamos una jugada clásica, desfilar desapercibidos, como si no estuviéramos en la cola y disimular unos pasos hacia la pirámide de Ming Pei y luego volver a la cola, pero ganando unos treinta, cuarenta metros, acción que solo el guardia percibió y al mirarnos fríamente, nos hizo reconducir adonde estábamos antes. El guardia era un hombre de enorme estatura, de origen africana, vestido con un tabarro reglamentar de algunas tallas más grandes, que lo hacía aparecer como un mastodonte digno de otra exposición, tal vez en la de paleontología; así nuestra astucia tuve que ser puesta en práctica, nos intercambiamos nuestros impermeables (de verde a blue marina) y nos pusimos las capuchas, y en abrir y cerrar de ojo estábamos nuevamente en la posición ganada anteriormente, el mastodonte no se dio cuenta, y aunque buscaba entre adonde nos hubiéramos ido, su mirada, siempre bajo nuestra observación, no alcanzó detectarnos. Así entramos al Louvre, antes de los gringos buenos y de los asiáticos barajados como naipes.   

La última casa de Le Corbusier, el Edificio Molitor en la 24, rue Nungesser et Coli

Era la casa estudio de un arquitecto polaco, Woginsky u Wokinsky, algo así, y su secretaria, la cual parece que fungía también de secretaria de la casa museo Le Corbusier, era bella, bella como tiene que ser bellas las francesas que atiende en las Boutique de los Campos Elíseos, en las tiendas de renombres, las de Vogue, de Cartier, de Chanel, en los museos y en los boliches de la Rue de Rivoli, bellezas francesas, charme a la Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, Jaqueline Bisset, nos abrió la puerta cuando habrán sido las diez, diez y media de una mañana de un miércoles muy frio, y no fue fácil para nosotros entrar sin dejar de observar ante todo su belleza total (¿porque madre naturaleza genera estas venus para luego permitir que se las encierre en una oficina, en una tienda, en un boliche?) y luego sus detalles, la camisa abotonada hasta el tercer botón, empezando a contar desde abajo, permitía entrever el sostén delicadamente bordado (los de Chantelle siempre tuvieron esta pasión, delicadas elegancias pensando en las bellezas de la Grecia clásica), mientras que apoyando el brazo a la consolle donde un espejo minimalista dejaba ver todo el salón enfrente, su decolté 60 color negro, no dejaba duda en el carácter de la femme fatale, desde el Marques de Sade, pasando por George Bataille, uno de los detalles fundamentales de la belleza femenina, lo define el tobillo. El tobillo de nuestra femme fatale era divino. Particulares que aprendimos desde muy temprana edad, yo vendiendo zapatos a petite bourgeoisie y a las rampantes mujeres de pueblo, las que, aunque por un solo día en todas sus vidas han sido madre, amantes e hijas. El primer día de visita a la casa museo de Le Corbusier transcurrió felizmente, entre fotos a los detalles arquitectónicos y a los detalles estéticos (femeninos incluidos). Al despedirnos, muy educadamente, pero con aquel toque de nuestros veinte años, preguntamos a que hora abriría el día siguiente, debido a que algunas medidas y algunos detalles de los particulares que el arquitecto suizo supo ofrecer al departamento, nos había escapado, una nueva visita al día siguiente nos permitiría finalizar el estudio que teníamos programado hacer. Con una fatal mirada nos avisó que el día siguiente el horario de visita era por la tarde. Fijamos la cita para las tres de la tarde del día jueves, hora en la cual nos encontró esperando, mientras llegaba llaves en la mano, con su paso que nos pareció lo de María Schneider mientras entra al departamento adonde un desesperado Marlon Brando la espera. París puede ser una fiesta, para algunos nunca lo fue, Paris no se acaba nunca o ni siquiera te ofrece el tiempo de iniciar. No creo acordarme el nombre de la femme fatale, quizás Genevieve, Dominique o Sylvie, la observábamos desde todas las perspectivas posible, desde la escalera, tomando hipotéticas medidas para un futuro examen, deslizando la huincha amarilla, intentando haciéndole creer que lo que todas estas actividades era un trabajo serio, intenté comentarle que además de Le Corbusier, el futuro laureando le gustaba la música francesa, Barbara, Juliette Greco, las películas de Louis Malle y Claude Chabrol; a mi me gustaban los poetas malditos, Céline y el vino Beaujolais con Salade Niçoise. Nada de todo esto, no era tonta, nuestras miradas ya habían empezado a desgastarla, se sentía presionada y en lugar de defenderse, como una tigresa del asfalto, jugó de contrataque. Al despedirnos, siempre con nuestro Dolce Stil Novo, les pedimos si hubiéramos podido terminar nuestro estudio de los detalles al día siguiente, a un principio vimos cambiar de color sus mejillas para luego, violentamente y al mismo tiempo con astucia, decirnos que los días viernes la casa estudio no habría y que para unas visitas así prolongadas y con esta cadencia debíamos presentar una solicitud a una oficina de la cual ninguno de nosotros entendió bien el nombre, pero ya habíamos entendido. La invitamos para una pizza, pero se hizo a la italiana y no quiso entender. La vimos caminar danzando el día siguiente mientras iba hacia la metropolitana, que digo, parecía volar, como todas aquellas femme fatale que si no actúan te dejan todo lo platónico de estos seres que tal vez han nacido solo para esto, ser o volverse en Venus, sin dejarse tocar, sin dejarse admirar sino desde el museo que el Mito ha creado para ellas.

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