Luego de que la semana pasada el primer ministro francés anunciara la segunda etapa del desconfinamiento, París se volcó a las calles. A pesar de la advertencia de no olvidar las principales consignas oficiales (respetar la distancia, lavarse las manos, usar cubrebocas), esa misma tarde los bares se llenaron de filas de clientes a la espera de su trago para llevárselo a alguna plaza, pues todavía no pueden atender al interior de los locales.
Los anuncios en las calles no se han hecho esperar.
La transnacional McDonald’s regala café: “para a ustedes que están en primera línea, el café es gratis. A todos los profesionales de la salud, a los policías, bomberos y militares, les ofrecemos una bebida caliente. Gracias por estar ahí para nosotros”. En tono con el discurso oficial, la empresa destaca a dos figuras clave del proceso: el cuerpo médico y el represor (o encargado de que se cumplan las normas, el responsable de vigilar y castigar, como se dijo tantas veces).
Por un lado, es el reflejo de un mensaje que en una mano ofrece salud y en la otra punición. Los primeros luchan contra el virus, los segundos contra un tipo de ciudadanos desobedientes (habría que ver en otros materiales quiénes son, nada raro que en el fondo haya un imaginario racista). Todo por “nuestro bien”. Por otro lado, se invisibiliza a la gran cantidad de personas que están en la base del trabajo de esos dos frentes.
Sin quitarle el mérito y la valentía de médicos y enfermeras de la “primera línea” en la batalla, ¿por qué nadie se pregunta ni rinde homenaje a quienes permiten que éstos realicen su trabajo? ¿gracias a quién ese personal pudo desayunar, comer algo que vino desde el campo a su mesa, trasportarse, dejar a sus hijos al cuidado de otra persona, tener luz, agua e internet en su casa, etc.?
Si McDonald’s insiste en premiar a alguien regalando el producto más barato de su oferta, tendría que empezar haciéndolo por la colectividad que, en el caso francés, permitió que el país no se viniera abajo: una red productiva y laboral que está en la base del funcionamiento de la vida social y que siempre es olvidada.
Un anuncio más juguetón puso la alcaldía de la ciudad mostrando un cubrebocas: “En París no salimos jamás sin el accesorio de moda”. Simpático juego que evoca la elegancia parisina e incorpora el barbijo como una prenda más de vestir que llegó para quedarse. Es más, va a tono con todas las vitrinas que a partir de ahora ofrecen ese pedacito de tela en muchos diseños y precios.
Pero los auténticos “mensajes” -en el sentido de aportación intelectual, moral y estética- fueron aquellos que en un fondo blanco y con letras de colores simplemente dicen: “Esperando el retorno de los espectáculos, cultivemos el arte de ser solidarios y responsables”; “Bienvenidos afuera. Nos han hecho falta”; “Este afiche no tiene nada que vender. Solamente estamos muy contentos de volver a verlos”.
Es un nuevo tiempo en la vida urbana, tiempo de imaginación y creatividad.