«Diablo es todo aquello que nos separa»
Yo de peladingo fui janiwa
mis tardes pasaron entre la «tuja de esconderse» y el «pesca-pesca»
entre las promesas rítmicas del tacú
y la inolvidada montaña de cumbre tres veces repetida.
Pertenezco al territorio de los encuentros
(abomino todo aquello que separa)
en mí tienen hijos la selva y el altiplano,
y soy parido simultáneamente
por «escuadrones de tucanes», cóndores,
llamas, colibrís
y jaguares «manchados de luceros».
Vengo del matrimonio fértil de los opuestos
(hablamos de la universal complementariedad)
un ying yang telúrico y cósmico
un taquirari que saca a bailar al charango
una kullawada que también viste tipoy.
De esto puedo jactarme:
mi alma distingue qué fronteras
son las artificiales
y si es para impedir murallas
mi poesía sabe utilizar (con ternura)
la dinamita y el napalm
porque en este corazón desordenado
siempre aprendiz y siempre asombrado
irredento
pantagruélico de verdad y de belleza
hay espacio para Todo.
Por eso
infinito es el patio del humano
del humano corazón.
Credo urbano
Creo en el poema padre todopoderoso
y en el abecedario de silencios al que nos acerca.
Creo en la primavera y otros milagros.
Creo en los domingos
en la pedagogía secreta de un abrazo
sobre todo
creo en el Ser Humano.
Abandono las ciudades de la queja
las urbanizaciones del espanto
las catedrales de la melancolía.
Dejo atrásel traje de la tristeza
los zapatos del quebranto
el maquillaje del desánimo
las sonrisas de utilería.
Vestido de indulgencias
abandono el paraje de lo huraño
el oprobio
la angustia
y la ceniza de los años.
Ataviado de colores
ensombrerado de cariños
hoy, simplemente
vivo.
…y la tristeza (esa perra hambrienta)
y los famélicos roedores del invierno
y los pálidos buitres del insomnio
ésos
que esperen sentados.
Hoy no comerán de esta carne:
He resucitado.
Turismo de vos
Quizá comience visitando la plazuela de tu boca
sus mutuas calles
sus ocho esquinas
su doble callejón rosado.
Ascenderé luego
sin prisas
hasta el arenal de tus ojos
y me demoraré inventariando
una a una tus pestañas.
Descenderé entonces
por la doble vía de tu cuello
hasta trepar a las altas torres de tu pecho
visitaré sus mínimas catedrales
y las sentiré erguirse
como un par de promesas
como un par de duendes
como un par de tempestades
como un par.
En mi inexorable viaje hacia el sur
me demoraré
silente y minucioso
en cada una de las siete calles que conducen a tu ombligo
esa mínima rotonda
ese círculo de fuego
ese trémulo mandala
ese sol en miniatura.
A estas alturas (supongo)
habrán ferias en tu plaza principal
festividades del arroz con leche
lluvias con sol
mares de chilchi
enjuagues de tímido vegetal.
Deberé entonces averiguarlo
por mí mismo
es decir
por mi boca.
Deslizaré mi lengua
lúbrica y descafeinada
por entre los pliegues de tu centro
desatando
hábil serpiente
desconocidas lluvias privadas.
Degustaré el jugo de tu cántaro
ese maracuyá angélico
el cantar de los cantares
ese tujuré bendito.
Luego mi lengua
ya ávida
ya sabia
ya cansada
levantará testimonio de tus piernas
de tus pies
de tus dedos.
Finalmente (tengo la certeza)
terminaré tropezando
cara a cara con tu alma
mientras descubro
los suburbios de tu cuerpo.
Segundo deseíto
Que no sea
por favor
en una triste sala de hospital
amarrado a cables e insensibles enfermeras.
Que tampoco sea —de improviso—
en alguna aciaga carretera
o en un asalto que termine
en las crónicas obscenas
de Telepaís o Notivisión
(¡por Dios no, eso no!)
Que tampoco sea de viejito
todo achacoso y desmemoriado
y que implique —tal vez—
un alivio para mis improbables hijos o nietos.
Que sea, en fin,
en un luminoso día de noviembre
con el sol como testigo
y con la paz encerrada en mi alma.
Que sea en mi cuarto
escuchando mi música (Silvio, Serrat, Sui o Simone)
rodeado de las cosas y los seres
que alumbraron mi fugaz existencia.
Deseo estar bien despierto.
Voy a morir una sola vez
y quiero disfrutarlo.