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Oscar Puky Gutiérrez – Poemas

«Diablo es todo aquello que nos separa»

Yo de peladingo fui janiwa
mis tardes pasaron entre la «tuja de esconderse» y el «pesca-pesca»
entre las promesas rítmicas del tacú
y la inolvidada montaña de cumbre tres veces repetida.

Pertenezco al territorio de los encuentros
(abomino todo aquello que separa)
en mí tienen hijos la selva y el altiplano,
y soy parido simultáneamente
por «escuadrones de tucanes», cóndores,
llamas, colibrís
y jaguares «manchados de luceros».

Vengo del matrimonio fértil de los opuestos
(hablamos de la universal complementariedad)
un ying yang telúrico y cósmico
un taquirari que saca a bailar al charango
una kullawada que también viste tipoy.

De esto puedo jactarme:
mi alma distingue qué fronteras
son las artificiales
y si es para impedir murallas
mi poesía sabe utilizar (con ternura)
la dinamita y el napalm
porque en este corazón desordenado
siempre aprendiz y siempre asombrado
irredento
pantagruélico de verdad y de belleza
hay espacio para Todo.

Por eso
infinito es el patio del humano
del humano corazón.

Credo urbano

Creo en el poema padre todopoderoso

y en el abecedario de silencios al que nos acerca.

Creo en la primavera y otros milagros.

Creo en los domingos

en la pedagogía secreta de un abrazo

sobre todo

creo en el Ser Humano.

Abandono las ciudades de la queja

las urbanizaciones del espanto

las catedrales de la melancolía.

Dejo atrásel traje de la tristeza

los zapatos del quebranto

el maquillaje del desánimo

las sonrisas de utilería.

Vestido de indulgencias

abandono el paraje de lo huraño

el oprobio

la angustia

y la ceniza de los años.

Ataviado de colores

ensombrerado de cariños

hoy, simplemente

vivo.

…y la tristeza (esa perra hambrienta)

y los famélicos roedores del invierno

y los pálidos buitres del insomnio

ésos

que esperen sentados.

Hoy no comerán de esta carne:

       He resucitado.

Turismo de vos

Quizá comience visitando la plazuela de tu boca

sus mutuas calles

sus ocho esquinas

su doble callejón rosado.

Ascenderé luego

sin prisas

hasta el arenal de tus ojos

y me demoraré inventariando

una a una tus pestañas.

Descenderé entonces

por la doble vía de tu cuello

hasta trepar a las altas torres de tu pecho

visitaré sus mínimas catedrales

y las sentiré erguirse

como un par de promesas

como un par de duendes

como un par de tempestades

como un par.

En mi inexorable viaje hacia el sur

me demoraré

silente y minucioso

en cada una de las siete calles que conducen a tu ombligo

esa mínima rotonda

ese círculo de fuego

ese trémulo mandala

ese sol en miniatura.

A estas alturas (supongo)

habrán ferias en tu plaza principal

festividades del arroz con leche

lluvias con sol

mares de chilchi

enjuagues de tímido vegetal.

Deberé entonces averiguarlo

por mí mismo

es decir

por mi boca.

Deslizaré mi lengua

lúbrica y descafeinada

por entre los pliegues de tu centro

desatando

hábil serpiente

desconocidas lluvias privadas.

Degustaré el jugo de tu cántaro

ese maracuyá angélico

el cantar de los cantares

ese tujuré bendito.

Luego mi lengua

ya ávida

ya sabia

ya cansada

levantará testimonio de tus piernas

de tus pies

de tus dedos.

Finalmente (tengo la certeza)

terminaré tropezando

cara a cara con tu alma

mientras descubro

los suburbios de tu cuerpo.

Segundo deseíto

Que no sea

por favor

en una triste sala de hospital

amarrado a cables e insensibles enfermeras.

Que tampoco sea —de improviso—

en alguna aciaga carretera

o en un asalto que termine

en las crónicas obscenas

de Telepaís o Notivisión

(¡por Dios no, eso no!)

Que tampoco sea de viejito

todo achacoso y desmemoriado

y que implique —tal vez—

un alivio para mis improbables hijos o nietos.

Que sea, en fin,

en un luminoso día de noviembre

con el sol como testigo

y con la paz encerrada en mi alma.

Que sea en mi cuarto

escuchando mi música (Silvio, Serrat, Sui o Simone)

rodeado de las cosas y los seres

que alumbraron mi fugaz existencia.

Deseo estar bien despierto.

Voy a morir una sola vez

y quiero disfrutarlo.

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