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Olvidar el “Día del Mar”

Otro año de rendirle homenaje a los Colorados, ver desfilar los restos de Abaroa y a funcionarios públicos disfrazados como jueces de la Haya. “Día del Mar”, nuestro peculiar ritual de la derrota. Después de 144 años, una guerra perdida, dos juicios internacionales perdidos y varias humillaciones diplomáticas, es urgente repensar la cuestión marítima. “Ni por la razón, ni por la fuerza”, debería ser el lema que glorifique la labor de abogados y fuerzas armadas nacionales, pero eso sólo serviría para reforzar el patetismo festivo de cada 23 de marzo.

Ritualizar hechos históricos implica necesariamente su simplificación. Fundar la mitología del heroísmo de Eduardo Abaroa, la resistencia civil ante el vil invasor y la bravura de los Colorados sirvió como estrategia para combatir la desmoralización ciudadana luego de la desastrosa participación boliviana en la Guerra del Pacífico, se incrementó después de la suscripción del tratado de 1904 (que fijo las nuevas fronteras con Chile y selló nuestra mediterraneidad) y se mantuvo constante a lo largo del siglo XX como estrategia para producir cohesión social ante momentos de incertidumbre. La historia no es lineal, negra o blanca, es una gama de grises, discontinuidades, rupturas y contrasentidos que en su complejidad no pueden ritualizarse sino olvidando los aspectos menos favorables para las narrativas funcionales a los discursos de hora cívica.  

La realidad puede resultar dolorosa cuando se vive en base a rituales, cuando deliberadamente se olvida que se perdió ante un rival superior en el campo de batalla, los tribunales internacionales y cuyo cuerpo diplomático deja muy mal parada a nuestra “diplomacia de los pueblos”. Ingenuo es insistir en la injusticia de la guerra causante de nuestro enclaustramiento marítimo, como si en la historia latinoamericana o en la historia de la humanidad hubiera existido alguna guerra justa. Pero eso no implica ceder ante la desesperación en la medida que, en términos históricos, ninguna derrota es absoluta. Bolivia y Chile son Estados limítrofes y por tanto interdependientes. Urge un nuevo abordaje, una mirada renovada de las relaciones con Chile para dar cuenta de la mutua dependencia comercial, aduanera y migratoria entre ambos países. Necesitamos también mirar a Ilo y al océano Atlántico vía Puerto Busch, desarrollar nuestra política exterior en varias direcciones, son los pasos a seguir luego de tantos tropiezos y caídas. Para eso es necesario abolir progresivamente toda esa ritualidad de la derrota, es necesario olvidar el “Día del Mar”, por muy doloroso que pueda resultar al principio.

Creer que algún día volveremos a las costas del Pacífico con soberanía, que Antofagasta, Tocopilla, Mejillones y Calama “otra vez a la patria volverán”, es un sin sentido, un trauma colectivo históricamente aprovechado por distintos gobiernos necesitados de explotar nuestro patrioterismo ciego para despolitizar coyunturas difíciles y hacernos olvidar su incompetencia. Es reabrir 144 veces una herida que sólo fortalece una ceguera autoimpuesta, un enclaustramiento espiritual.

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