Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Letras de mujeres, poemas de Idea Vilariño y Sun Axelsson. La siempre presente Emma Goldman, a quien tengo, junto a Mijail Bakunin, como maléficos iconos encima de mi biblioteca. “Los días pasan como embrujados” escribía Rosa Luxemburgo a su amiga Lulú en Cartas de la prisión. Como embrujados, por cierto, y los hechizos tienen nombres concretos, colores específicos, humos definidos y determinantes. Rosa Luxemburgo íntima, solidaria, compañera, no diré lejos pero sí al margen de la pensadora, de la analista, dando consejos, vertiendo añoranzas, insuflando energía humana a seres queridos aun estando lejos.
Jueves con sensación de domingo. Mañana tomaría un café con una cronista cochabambina; lo haremos la próxima semana. Ya se me cumplió el plazo de leer al detalle, muy conocido personalmente por ella, de cuando se quiso quitar de la silla al tirano Luis García Meza. Recuerdo a un amigo militar, qué grado tendría entonces, quizá teniente, que formaba parte de los conjurados y que al fracaso de la llamémosle asonada, fue castigado a servir en el páramo de Curahuara de Carangas, entre el concreto en ruinas de los campos de concentración del MNR.
Mitad del camino a Chile, a la frontera, más o menos, vi Curahuara de ida y de vuelta y después ya no. Casi espejismo. El diesel congelado de los gigantescos camiones suizos, suecos, ingleses, Irina que me sonríe desde mi teléfono desde los rincones del mundo o del extramundo, en lo que era futuro entonces y hoy pasado. No es que el recuerdo de aquel viaje sea vago pero en conciencia poco existe. Sopa de asno, casuchas bajas del pueblo de Sajama. Botines amarillos de caña alta de Manaco para proteger los tobillos de quiebres y picaduras de alacrán. Carabineros chilenos que parecían el general Bernardo O’Higgins cada uno de ellos en contraposición a los modestos soldados nacionales con porte de jardineros.
Domingo jueves o viceversa, de visitas fracasadas. Extraigo de los poemas de Edith Wharton, que me subyugan, muchas líneas, esta entre ellas:
“con la presión de cuerpos extasiados, cuerpos como los nuestros, que se buscan el alma en el fondo de caricias insondables”. Apasionada, no de las mujeres cobardes que se entregan a lo consabido, poeta neoyorquina que conocí en largas tardes virginianas, en las de Rockville, Maryland, en feroz soledad inmigrante.
“El cielo de todas sus estrellas despojado”, cuando la noche es eso: oscuridad, sin rastro de neones ni faros de automóvil, apretujarse entre diarios viejos y amarrar los zapatos uno con el otro para evitar ser robados. Deseo salir a caminar antes de que el crepúsculo entre por el ventanal norte y tome primero las máscaras y luego los sillones. No quiero ponerme triste porque no hay porqué. Lo vivido ya está, y lo perdido también. Pongo una menta en la boca para combatir la tos. Así la vida, el cúmulo de las pesadumbres que siempre, en mi caso, han sido menores a las alegrías. Un taxi al centro, el placer de lustrarme los zapatos, y con la última luz avanzaré algo más en la lectura de M. Aguéev: Novela con cocaína. En Lyon leía a otro ruso, en un clásico café de esquina. Pareciera que un lustro ha pasado y es ficción. Hay calendarios y dedos que suelen contar días y meses sin yerro. De nada sirve inventar, elucubrar acerca de los intentos. A la corta no produce nada y a la larga no existe. La bella Anna Ajmátova escribe:
“Mi vida ha transcurrido en algún sitio
del que yo estaba ausente.”
Pido a Paola, en Belgrado, nombres de una tarde de feriado que pasamos en casa de sus suegros. Su suegro ponía la mano al pecho y repetía: “Kosovo en el corazón…”. En ciernes un drama que va a retornar tarde o temprano, en Kosovo y en Bosnia. Cerca de mi hotel mantuvieron varios edificios dañados por los bombardeos aliados contra Slobodan Milošević, testigos como maltrechos dientes de la ira del hombre. Pasar de Sarajevo a East Sarajevo es como atravesar dos países distintos. Tan pesado el ambiente, tan cargado. No veo minaretes ni musulmanes. Allí tomo transportes “Cóndor” que me llevará a Belgrado. Hielo en la columna vertebral, sensación de asesinato muy extraña. He visto la muerte cara a cara repetidas veces pero esto era distinto, Nosferatu en su caterva realidad. Llegaremos a la capital serbia antes de que anochezca, desde el taxi veré el Danubio y el Sava y al caminar por las calles en penumbra me preguntaré qué me ha traído aquí, si el sueño de ir tras Panait Istrati sigue en pie, si algo se ha transformado. Estoy en la vertiente de las aguas míticas. Digo: un lustro ha pasado, qué va, una década. Pero mi calendario afirma que es 21 de agosto; entonces miento yo. Me consuelo con la paz de las cartas de Rosa Luxemburgo, cuyo cuerpo sería arrastrado por las calles de Berlín donde supuestamente reinaba la calma.
Me pongo chaleco, si fuese antibalas vendría mejor, implicaría que hago algo trascendente pero dudo de este comentario venido desde la inercia. Ahora que ha salido el libro de Olga Amarís Duarte sobre conversaciones de café, me traigo en el pretérito y subo la calle de Tolstoi hacia el parque y me detengo siempre a beber un café de calle, en la vereda de la avenida y dejo que la viejita ucraniana derrame el azúcar en el líquido y lo bata para mí. Es otoño. Eso es trascendente. El viento que mueve los árboles, arbustos que se mecen.
EnBarič, municipio de Obrenovac, Belgrado, pasamos estupenda tarde con los familiares del esposo de Paola. Abundancia de diversas comidas serbias, magnífica ensalada rusa, chorizos y un pan que era simplemente un milagro: pogača, cocido en las cenizas y del que comí demasiado. Todo regado de cerveza y salsas picantes. Luego retornamos a lo largo del Danubio y me dejaron a una cuadra de mi casa al pie del gigantesco Cristo de la antigua estación de tren. Me detuve en la esquina y tomé otro chop en un bar italiano. Observé que los ojos de Gavrilo Princip oteaban desde la pared. Cerré con llave la puerta de mi cuarto, el 6, felizmente sin la maldición de Chejov, y dormí. Soñé que el río de la capital bosnia estaba color de sangre, como el matadero de Quillacollo cuando iba a comprar sangre fresca para alimentar a mis patos en la pequeña granja cercana. Cómo resaltaba el color sobre las plumas blancas. De noche eran ruidosos pero la noche estaba por lo general abandonada y solo me despertaban a mí. En un modesto dormitorio en donde amé sin desgano a aquel primer amor sociológico.
Y en el bosque de cañahuecas, M mostraba sus fabulosas tetas a la luna. De las medias aguas goteaba el rocío…