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Noches sin luna

Sagrario García Sanz

La luna siempre está ahí, la mayoría de las veces simplemente se deja ver, pero otras, es ella quien observa. Se esconde tras la inmensa oscuridad del firmamento y nos mira.

Las personas llaman su atención en su gran complejidad o absoluta sencillez, depende de cada uno, pero cuando las observa, se acerca tanto a ellas en su sublime camuflaje que ejerce un incontrolable influjo que no solo afecta a las mareas. Ese es su diabólico entretenimiento.

Esa noche, Laura había salido a pasear con su perrita, hacía mucho frío y el cielo estaba negro y completamente raso. Levantó su cabeza mientras se ajustaba bien la bufanda y buscó la luna, pero esa noche no se dejaba ver. Lo que ella no sabía es que la luna sí estaba ahí, muy cerca, demasiado, y esa noche la había elegido a ella como distracción.

“Esta es una de esas noches sin luna”—pensó Laura, y se dirigió al parque con Ela, que movía alegremente la cola. En el parque no había un alma y se notaba aún más el frío; una brisa gélida la golpeó en la cara y se tapó con la bufanda hasta las orejas, mientras el eco del lejano sonido del tráfico pugnaba por prevalecer sobre los silbidos del viento.

Ela se alejó hacia unos matorrales y, cuando Laura la llamó, no hizo caso, parecía que estuviera entretenida con algo, así que su dueña se dirigió hacia el lugar con curiosidad. Ela escarbaba con sus patas en la hierba que rodeaba esos matorrales pero, de repente, se paró y empezó a ladrar.

Cuando Laura se acercó, no sin cierta cautela, una luz brillante la golpeó en el pecho y Ela se marchó aullando despavorida, entonces, la joven palideció hasta alcanzar el color de la luna y sus ojos adquirieron un intenso brillo. Era la primera vez que la luna se manifestaba de forma corpórea utilizando a una persona, había superado una línea que, hasta ahora, nunca había traspasado.

La luna experimentó increíbles sensaciones que nunca había sentido al estar en un cuerpo humano, pero quería más. Sabía que no se podía demorar demasiado o haría sucumbir el cuerpo de Laura por la increíble energía que desprendía, y no es que sintiera pena por su mortal anfitriona, sino que le pareció un recipiente estupendo para futuras ocasiones.

Buscó a Ela, que estaba temblando de miedo escondida tras un árbol, pero no tuvo opción a escapar, la luna la apresó en un rápido movimiento y empezó a devorarla mientras aún estaba viva, experimentó por primera vez el sabor de la carne fresca en su boca y esa experiencia la colmó de placer. Sin embargo, se tenía que marchar ya, así que salió del cuerpo de Laura, quien se desplomó inconsciente junto a los restos de Ela.

Un vecino se topó con la escena pocos minutos después y, rápidamente, llamó a emergencias. Laura pasó unos días en el hospital sin recordar nada y nadie supo explicar qué le había sucedido a ella y a Ela. El diagnóstico fue súbita debilidad muscular y preocupante deshidratación, por fortuna, nadie analizó los restos de su estómago y la recuperación fue rápida.

La joven había desarrollado un agudo pavor a las noches sin luna, no se atrevía a salir a la calle cuando la oscuridad colmaba el cielo, y tenía claro que su fobia tenía que ver con lo sucedido aquella noche en que perdió a Ela, y de la que no consiguió recordar absolutamente nada. A pesar de ello, cada una de esas noches, la luna vestida de oscuridad se acerca a su ventana con la intención de tentarla, pero, hasta ahora, no lo ha conseguido; el miedo de Laura es más fuerte que el influjo de la luna, que tendrá que buscarse otra alternativa.

Si alguna noche ves que la oscuridad sepulta el brillo de la luna en su totalidad, no salgas de casa, ella siempre está al acecho, se ha vuelto más atrevida y busca nuevas víctimas.

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