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No quería dejar vestigio de nada (Cuento)

Oscar Seidel Morales

Después de extraños sucesos, que en principio a nadie inquietaron, la mamá notó con asombro que su casa de madera de dos pisos se estaba encogiendo.

Una mañana bajó la escalera de madera que la conducía al primer piso, y vio que faltaba el último escalón. No se preocupó y brincó; se regocijó al mirar que todo estaba bien: el pozo de agua y el artificioso jardín de las rosas. Caminó hasta el pozo, y con el calabazo sacó agua para regar los rosales.

La semana siguiente, observó que al pozo le faltaba la tapa, y pensó que alguien no quería dejar vestigio de nada. Pero un mes después, cuando a la escalera le faltaron cinco peldaños, y se hacía imposible alcanzar el primer piso, se alarmó, y creyó que era el ladrón de gallinas quien estaba desbaratando la casa, como represalia porque ella le había prohibido a la nuera hacer negocios con animales robados. Sin embargo, aquella contrariedad fue disipada por el olor del sancocho de pescado que preparaba su nuera en el fogón de leña, y decidió no bajar             

A los dos meses, había desaparecido parte de la cocina; entonces todos se alarmaron y fueron en grupo hasta la estación de policía a poner la denuncia. La investigación judicial no dio resultado alguno.                       

Un año después, la mamá murió de tristeza por haber quedado atrapada en el segundo piso, y no poder regar los rosales.                                                                                                                           

Una madrugada de aguaceros torrenciales, se vino abajo lo que quedaba de la casa. Un amigo dio albergue al hijo y su familia, pero se marcharon a los dos días porque a la nuera no le gustó la edificación de cemento y los alimentos cocinados en estufa de gas; lo de ella era la enfermiza obsesión por la madera y los fogones de leña.                                      

     De la casa sólo quedó un terreno sucio, y la preocupación porque no encontraron quién la comprara. Después de cierto tiempo, el hijo enfermó, y en su estado preagónico, la esposa le reveló el misterio de la extinción de la casa: sólo ella lo sabía.

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