La rebelión ciudadana del 2019 contra el autoritarismo, fraude y corrupción del MAS no ha fracasado pero el coronavirus la neutralizó y el gobierno de transición la decepcionó. Sí golpe moral, no herida mortal.
La rebelión fue una señal en doble sentido: la obediencia e idealización a una autoridad empoderada dejaba de ser predominante, y la emergencia de una nueva corriente: el disenso con todo lo que huela a corrupción, autoritarismo y prorroguismo.
Por eso, disentir con el gobierno de transición y ejercer la libertad de expresión con sentido crítico -desde el llano- no significa pretender su inestabilidad política para ingenuamente servir al MAS que intenta su retorno al poder. Insistir con la tesis del fraude y apoyar la sucesión constitucional de Añez ante el vacío de poder no es credencial que certifique que hoy somos alcahuetes de la corrupción, aguantamos en silencio el tufo autoritario de algunas autoridades, e ignoramos que la presencia de la bota militar en el parlamento es una amenaza para la democracia.
El poder corrompe, por lo tanto, es altamente probable que el compromiso de todos los gobernantes de darse al servicio del bien público luego se transforme en la conservación de privilegios y poderes en nombre del “bien público”; y peor aún, si no admiten cuestionamientos y críticas de los ciudadanos -quienes son libres de debatir y estar en contra de las políticas de sus líderes- son más propensos a que los errores garrafales sean reiterativos.
A pesar que la pandemia develó nuestra condición de vulnerabilidad y nos tiene agobiados, la necesidad de las elecciones generales se justifica en el hecho de ser el único método en el mundo para tener un gobierno fundado en la legitimidad y con potestad para tomar decisiones políticas de orden estructural como, por ejemplo, convocar a una nueva asamblea constituyente. Por ello es un disparate querer asignarle dicha tarea al gobierno transitorio que carece de legitimidad.
La pugna discursiva entre los que demandan elecciones lo más antes posible (MAS) y quienes consideran que aquellas se deben realizar una vez superada la pandemia (Juntos) es un forma de polarizar en medio de la crisis del sistema público de salud. No obstante es necesario dar certidumbre con una postura clara sobre la fecha en que se desarrollarán los comicios en función de criterios y protocolos para proteger la salud de todos. Por ahora, la politización de la pandemia sólo favorece a los intereses electorales de los implicados en la polarización.
Las opciones en competencia electoral -en este 2020 caótico- no prometen mucho y siguen el mismo patrón de razonamiento político de gobiernos anteriores. De hecho, estamos ante un vacío de ideas iluminadoras que generen esperanza y propuestas concretas que aseguren soluciones. Sin embargo, llegará el día que todos tengamos la obligación de votar y que una fórmula sea la ganadora porque así son las reglas del juego.
Mientras no haya una reforma intelectual y moral de la clase política boliviana que apueste por la institucionalidad democrática en todos los niveles del Estado, seguiremos siendo escépticos, pero desgraciadamente la viveza criolla de los actores políticos, la mentalidad atrapa todo de los burócratas centralistas y el mesianismo de los caudillos, seguirán siendo el pan nuestro de cada día. Como dice el filósofo Norberto Bobbio: “los hombres siempre tendrán las mismas pasiones”.
El valor moral y horizonte político (no partidario) del espíritu público de la rebelión del 2019 no apostaba por una república de los siervos contentos y el mantenimiento de los privilegios para quienes habitan circunstancialmente el palacio quemado, sí por una república de los ciudadanos con libertad e igualdad política y gobiernos responsables y transparentes. ¿Es una utopía? sí, pero “La mejor manera de predecir el futuro es crearlo”.
Por lo tanto, nadie se rinde, nadie se cansa……….!!!
José Orlando Peralta B. /Politólogo