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Néstor Portocarrero / Tango Illimani

Tango Illimani

Tierra mía mi canción como un lamento
Traen en las noches de esta ignota lejanía
y en tus versos el recuerdo hecho armonía
sollozando por el monte lleva el viento.

Es tu cielo de un azul inmaculado
son tus flores de un perfume sin igual,
desde el lago Titicaca te han cantado
mil sirena con sus voces de cristal.

Sopocachi de mis años juveniles,
quince abriles quién volviera ahora a tener,
Miraflores mi refugio dominguero
sólo espero a tu regazo volver.

Y cantar mi serenata bajo tu luna de plata
cerca del amanecer
y entre amigos con cerveza disipar esta tristeza
y una nueva vida hacer.

La Paz, hija del nevado más hermoso
Por su ronco Choqueyapu acariciada
Donde guardo los tesoros más preciados:
Las sonrisas y los besos de mi amada
Nido andino no te olvido ni un momento
Illimani majestuoso de mi amor
Nieve altiva que escuchaste el juramento
De tus hijos que luchamos por tu honor
Sopocachi…

Biografía

Néstor Portocarrero Nació en La Paz, fue un músico y compositor boliviano. Es conocido por ser el autor del tango Illimani, una composición dedicada a la ciudad de La Paz, muy popular en su país.

Illimani, un tango a la ciudad de La Paz

Estracto del texto Imaginarios del tango en la ciudad de La Paz, publicado en SciELO Bolivia, escrito por Norma Quintana

Cuando se habla de tango en la ciudad de La Paz, lo primero que se menciona es, inevitablemente, el nombre de Néstor Portocarrero, el autor del tango Illimani, un personaje de la bohemia paceña, allá por los años 20, con una vida sentimental y tanguera que pareciera salida de la letra de un mismísimo tango.

Repasemos algunos datos biográficos de este personaje nacido el 26 de febrero de 1906. Propongo empezar siguiendo sus pasos por los finales de los años veinte, con un relato que Julio Crespo publica en una nota del periódico Presencia:

En verdad, en su vida había tenido solo a su madre, que había sido su protección y consuelo… Toda la vida le había faltado el apoyo de su padre. Creció en soledad y olvido. El mundo cruel no le dio la normalidad de una niñez con buenos recuerdos. Y desde muy niño, su mente y su corazón pugnaban «por disipar esa tristeza y una nueva vida hacer».

Por circunstancias familiares, y siendo un niño, ingresó como alumno interno en un colegio de los jesuitas, en La Paz, «… donde creció sin amores, sin complacencias ni ternuras…» La vida en el internado y la ausencia de su madre hicieron de él un niño triste y enfermizo. Finalmente dejó el internado y lo llevaron a vivir en una piecita independiente en la casa de una tía. Continuó sus estudios en el colegio «Ayacucho», un colegio fiscal de varones mucho más liberal que el anterior y en donde se relacionó con muchachos adolescentes como él, con los que compartía los mismos gustos por la música y la vida: «… las grandes noches de farras corridas que la juventud paceña del ‘Centenario’ armaba en los barrios de Chijini, en la casa de «Rosina»y la «Buscovik», con su enjambre de chilenas de rompe y raja».

Portocarrero se volvió habitué de una de esas casas y allí comenzó a tocar la batería. Terminado el secundario, ingresó en la Escuela Militar de Música; al concluir los estudios, viajó a Buenos Aires, donde trabajó como baterista en conjuntos porteños. No deja de llamar la atención que un baterista boliviano hubiera sido contratado en una orquesta típica tanguera, pero, por la documentación que conserva la familia, se sabe que integró la orquesta Basilio-Giudice. Esta orquesta llevó el tango por varios países de Sudamérica, culminando esa gira en Potosí y Sucre, donde acompañó musicalmente las películas de cine mudo.

En 1925, año de celebración del Centenario de Bolivia, se constituyó una orquesta oficial para los festejos, conformada, curiosamente, por músicos argentinos dirigidos por el pianista Enrique di Lorenzo. El joven Portocarrero fue invitado a tocar en esta orquesta encargada de amenizar los conciertos oficiales que se realizaron en el Palacio de Gobierno y otros festejos. Con la misma orquesta realizó giras en el Perú, entre 1925 y 19261.

… En 1925 con los festejos del Primer Centenario de la Fundación de Bolivia, llegaron a La Paz acreditadas orquestas internacionales, argentinas sobre todo, compañías y revistas del género «bataclán». En el cabaret «Centenario», centro de atracciones de la Feria Internacional, noches tras noches las jugosas tonadas del tango porteño se dejaban escuchar con sus lamentos y versos donde desfilaban «minas», «compadritos» y «farolitos de pálida luz» (Crespo)

Portocarrero aprendió a tocar el piano con uno de los músicos argentinos que había llegado para el Centenario, el maestro José Ciardi, que se quedó en Bolivia y le dio oportunidades para desarrollar y demostrar su talento:

… (Ciardi) formaría toda una generación de músicos de orquesta jovial y jaranera y era invalorable intérprete de tangos y chacareras. Con él Néstor Portocarrero aprendió a tocar el piano y muchas veces suplía al maestro (Crespo).

A partir de estas experiencias, el joven músico se volvió muy popular y vivió momentos de éxito:

… Se convirtió en un elemento de la farándula nocturna paxceña, y para su espíritu todas las noches «tenían un perfume sin igual»… en su interior el demonio de la música lo seguía poseyendo.. y sobre todo el tango…

.. y en el ánimo de Néstor Portocarrero la teoría sentimental fue tomando cuerpo. Si escribía algún día un tango, un gran tango, sería tal vez su «canto de cisne». No moriría sin haber dejado impreso un motivo tanguístico, donde pondría algo de su fallida niñez, de su adolescencia desesperada, un hondo sollozo donde vertería música y canción en la pena de «aquellos quince abriles que soñaba con volver a tener» (Crespo)

Pasó sus días en ese mundo de bohemia y fiestas desenfrenadas en lo de «Norma», en el barrio de Sopocachi, o en lo de la «Helénica», en el barrio de Miraflores, experiencias sentimentales que quedaron por siempre en su corazón: «Sopocachi era un sueño, Miraflores un refugio y los locales regazos donde siempre había que volver».

Con la orquesta de Ciardi también participó de giras por Chile y tal vez también por Buenos Aires. Lo que es importante señalar es que en esos viajes adquirió gran experiencia y oficio como músico profesional.

Cuando se hizo el llamamiento para la Guerra del Chaco, Portocarrero, junto con unos amigos, se presentó como voluntario, pues su clase aún no había sido convocada. Por la riqueza del texto y por el recorrido que hace hacia el frente de batalla, recurro a lo escrito y firmado por un amigo suyo y compañero de armas, Luis Llanos Aparicio:

El grupo de movilizados reservistas del arma de artillería, en el cual se había enrolado el artista, salió de La Paz el 19 de octubre de 1932 para su acuartelamiento en Viacha… Fue un momento emocionante, mezcla de lágrimas y de bandas militares con aires nativos, despedidas de madres, novias y familia de los que iban a cumplir el respetable deber2.

En esta escena, donde se despedía a los futuros combatientes que se embarcaban hacia el Chaco, podemos ubicar, musicalmente, algunos de los boleros de caballería que se compusieron en la época y también algunas cuecas de Adrián Patiño:

… Por las noches, en el descanso de fatigosos entrenamientos, nos repartíamos en grupos, ya sea de amigos o de quienes acabábamos de conocernos en filas, desde diversos puntos, toda clase de elementos que habían prestado el servicio militar, comprendidos en aquella reserva. Se escuchaban cantos diversos en el patio del cuartel, cuecas, huayños, etc., ecos de tierra adentro. Mientras los muchachos de la ciudad a su vez sabían la música de moda en los nigths clubs y cabarets de aquel tiempo, de aquella feliz edad: tangos, charlestón, foxtrots, pasodobles.

Sin embargo, Portocarrero no usaría las melodías ni convenciones de la música nombrada más arriba, como lo veremos muy pronto.

Las despedidas, si bien eran dramáticas y tristes, no carecían del toque de entusiasmo por la novedad y la juventud que rebosaban estos conscriptos. Continúa Llanos Aparicio:

… Con el estreno de prendas militares y repartos de vituallas, estábamos equipados, listos para salir al frente… Fue la última oportunidad de ver a nuestras familias. Se habían constituido en la víspera. A las seis horas, obligábamos a nuestras adoradas viejitas a retirarse a descansar, dejándolas alojadas en hoteles, alojamientos… Mientras, en la noche teníamos que divertirnos. En el local del famoso «Quintalito» se preparaba un sonado baile bufo llamado de «máscaras», con muchas «amiguitas», pibas de andanzas juveniles y tardes de recuerdos de los campos de Miraflores que, tiempo después, evocaría Portocarrero en sus estrofas. Vinieron ellas para el adiós.

Fue una larga espera compartiendo con otros destacamentos e inevitables nuevas escapadas de la guardia, música y camaradería. Hasta esta etapa, la guerra semejaba más un campamento de colegio que una acción bélica:

… entre las horas de esperar nuestro destino en la máquina de guerra, y en las gratas reuniones, recordábamos la lejana ciudad altiplánica, La Paz, el mencionar su nombre daba un fuerte golpeteo en el corazón.

Las imágenes de su paisaje parecía reflejarse con mágico espejismo en la mente, con sus montañas y lagos; nuestro Illimani soberbio; el lago Titicaca de hermosas leyendas; nido de cóndores y reducto kolla del ancestro, nuestros valles de frescas primaveras.

Quizás en esos momentos evocativos el artista ya iba gestando su música de querencia, dedicándole sus apasionadas estrofas.

Había llegado el día de despedirnos del inolvidable y gran amigo. El 24 de diciembre de 1932 se leyó la orden de destinos y movilización inmediata al frente de combate (…) debíamos separarnos con Néstor y otros buenos amigos, sin réplica, en el más breve instante, cual cumple un militar subordinado a toda orden.

Llanos refiere después el destino de estos conscriptos en su sacrificada marcha hacia Tarija:

Caminatas de sol a sol y de luna a luna (…) cuesta arriba y cuesta abajo, ríos, caminos pedregosos, espinosos, interminables para los comodones que paseábamos la calle Comercio en La Paz o dando vueltitas por las retretas domingueras, aquellas jornadas fueron duras, ya que utilizábamos el lento y vetusto tranvía para llegar al Prado, nos fue penoso trotar como en los tiempos de los musculosos «chasquis» de los Incas.

Aquí termina el relato de don Luis, justo en las puertas del combate de la guerra más cruenta que vivió Bolivia.

La contienda duró hasta el 24 de junio de 1935, y Portocarrero peleó en los combates de Alihuatá (septiembre de 1933) y Fortín Ballivian (1934). Por la conversación sostenida con su nieto, Carlos Portocarrero, sabemos que al terminar la guerra el músico regresó muy enfermo. Su salud, frágil de por sí y bastante maltratada por las noches de bohemia, se agravó con la terrible experiencia de la guerra. Dicen que regresó transformado, se volvió amargado, decepcionado y quizás lo que más contribuiría a este estado de desánimo fue la artritis, que le deformaría las manos y le impediría volver a tocar el piano.

Se había casado con María Luisa Bueno, con quien tuvo tres hijos, y para agravar su angustia, sufrió una situación económica muy precaria, puesto que como músico no ganaba lo suficiente para mantener a su familia. Trabajó en la oficina de Correos de La Paz, y al decir de Don José Pastor Vidango, su vecino en la zona de Santa Bárbara, «no sólo por su honestidad y seriedad en el trabajo sino porque poseía un sidecar que era el adminículo donde llevaba la correspondencia que debía distribuir con frecuencia». En algún momento logró comprar un auto y se ayudaba económicamente alquilándolo, y muchas veces él mismo hacía de chofer.

Sin embargo, y pese a todo, no dejó la música. Fue integrante de diversas orquestas, entre ellas la de los hermanos Molina, y él mismo tuvo dos importantes: la orquesta Rotsen y la orquesta estable del Hotel Cochabamba, en Cochabamba, junto a los músicos Tomás Guzmán, Carlos Barrón y Ezequiel Catacora, y los cantantes Néstor Hugo Vidaurre, Gastón Peñaloza Vila y la cancionista argentina Rosita Quintana.

Los últimos años de Néstor Portocarrero fueron de dolor, pobreza y enfermedad. Murió a los 42 años, el 3 de noviembre de 1948, y fue enterrado en el pabellón de notables del Cementerio General de La Paz. Recuerdan los que acompañaron el entierro que se oía, como un último homenaje, a lo lejos, desde el barrio de Miraflores, la melodía del tango Illimani, interpretado por una banda militar. Raúl Salmón (el famoso escribidor que inspiró a Vargas Llosa) dijo en la oración fúnebre dedicada al artista:

… ¿por qué te hiciste artista? ¿No hubieras estado mejor siendo un materialista?… ¡tu sangre toda era arte!… Y tu obra queda perenne… Nuestros borrachitos alegres, nuestras cholitas, el pueblo cantando tu «Illimani” y esa será la mejor ofrenda a tu labor.

El dolor de la guerra en el tango Illimani

Llegado a este punto del trabajo, el tango se me presenta en una dimensión nueva: la capacidad de expresar el dolor y la añoranza, que son típicos del género, es tomada ahora por la propia historia de un hombre que no es un porteño pero que se contagió de la «tanguedad» de Buenos Aires. En efecto, a decir de Gustavo Varela.

La condición de posibilidad del tango está más allá de sí mismo: su esencia radica en los conflictos del hombre urbano, en el ajuste de nuestra manera de ser, nuestra postura psicosocial, nuestras vivencias y nuestras maneras de ver y decir las cosas. (Varela, 2006: 177)

Aquí es importante destacar que la historia de Bolivia, especialmente la de la Guerra del Chaco, tiene una música que representa esa tristeza, en la forma del bolero de caballería, género musical único. A decir del compositor Alberto Villalpando:

Para cualquier oyente boliviano, el bolero de caballería es la plasmación de una tristeza, una congoja que emerge, casi siempre, de una pérdida, de una ausencia que nos conduce a la melancolía. Esta melancolía, que en el pensamiento del ensayista argentino Héctor A. Murena, se encuentra en el origen del arte. Es decir, la pérdida de lo que fue, del profundo extrañamiento de lo que fue el paraíso. Y esa permanente evocación, esa melancolía, nos lleva al arte.

La paradoja es que, en este caso, el boliviano Portocarrero expresa esos sentimientos, ya no con un bolero de caballería sino con un tango, y ya no en el espíritu de la bohemia paceña, sino de ese dolor, de esa melancolía que añora una cotidianidad citadina y se traduce en arte4.

Regreso al texto de Julio Crespo para referirme al origen y composición del tango Illimani

… en esa hora de dolor físico y material preludió Néstor su música y sus cantos. Mientras escribía, encontrando guitarra o charango, ensayaba sus notas, las pulía, armonizaba sus efectos, hacía y deshacía, borraba y volvía a escribir, y puesto su pensamiento en la ciudad madre, dormida y apaciguada al pie del Illimani majestuoso…

¿Illimani? … sí, era el nombre de repleta armonía, más poética y simple que enrevesado título de quejumbres, pena o dolor, tormento o placer… «Illimani», montaña de níveo granito, enhiesto, viril y tan inmenso como todos sus sueños de «nueva vida». Pulsó una vez más la guitarra. Ahora la armonía era más perfecta y segura y cantó: «Es tu cielo de un azul inmaculado/son tus noches de perfume sin igual/desde el lago Titicaca te han cantado..».

Sí, ahora todo estaba bien. Sentía una rara y gozosa sensación. Su tango tenía forma y nombre. Ahora sí podía afirmar: «Disipar esa tristeza/y una nueva vida hacer».

Evidentemente, el Illimani, poderosa montaña que puede ser vista desde distintas perspectivas de la ciudad de La Paz, era el perfecto título para este tango que canta a la ciudad en la añoranza de la vida urbana.

Existe una controversia sobre dónde y cuándo escribió Portocarrero el tango Illimani. Hasta aquí las versiones de Julio Crespo y Luis Llanos Aparicio dejan inferir que el tango fue escrito en las trincheras de la Guerra del Chaco. Por otra parte, en la biografía escrita por Julio Díaz Arguedas en su libro Paceños célebres, se señala que este tango fue creado antes de la guerra:

Dicho tango había sido estrenado allá por los años 1924 o 25, en la gruta que existía al pie del Montículo, en Sopocachi, donde a la luz de las noches de plenilunio, bajo la fascinación cósmica del Illimani, acudían algunos conjuntos musicales para hacer oír sus ejecuciones orquestales… (Díaz Arguedas, 1974:169-170)

Y en un párrafo anterior dice: «…y fue en este popular tango Illimani donde nuestro poeta evocó aquellos tiempos idos de su juventud…». Eso no me convenció, pues en 1924 Portocarrero tenía 18 años, y estaba en plena juventud: ¡cómo podía evocarla si la estaba viviendo!

Ambas versiones, la que postula su origen en la de la Guerra del Chaco y esta última, están teñidas por un toque de romanticismo. La versión de la Guerra del Chaco está más documentada por personas que lo conocieron, y continuaré indagando sobre el imaginario de esta «tanguedad».

En las trincheras de la Guerra del Chaco, en un calor insoportable, casi sin agua ni alimentos, entre montes de tuscales, un soldado escribe un tango. Su mente vuela a la ciudad donde nació y vivió la normalidad de una vida cotidiana, tan entrañable como lejana a la realidad que está viviendo. Además, en la primera estrofa habla desde la lejanía, la añoranza y el recuerdo. Y la frase «sollozando por el monte lleva el viento» nos muestra una vegetación que no es la altiplánica.

Tierra mía mi canción como un lamento
va en las noches de esta ignota lejanía
y en mis versos el recuerdo hecho armonía
sollozando por el monte lleva el viento

En las siguientes tres estrofas está el recuerdo de la ciudad amada, de una vida bohemia de amistad y buenos momentos:

Es tu cielo de un azul inmaculado
son tus flores de un perfume sin igual,
desde el lago Titicaca te han cantado
mil sirenas con sus voces de cristal.

Sopocachi, de mis sueños juveniles,
quince abriles quién volviera hoy a tener,
Miraflores, mi refugio dominguero
sólo espero a tu regazo volver.

Y cantar mi serenata bajo tu luna de plata
cerca del amanecer
y entre amigos y cerveza disipar esta tristeza
y una nueva vida hacer.

Estas cuatro estrofas componen la versión más popular del tango Illimani. Sin embargo, en otras versiones aparecen dos estrofas más, que no siempre se cantan, y los sentimientos a los que aluden las mismas tienen que ver con las vivencias del autor en esa guerra.

Cuando ese infierno acabe, él, uno de los sobrevivientes, se llevará consigo la enfermedad y el recuerdo de tantos camaradas muertos, no todos por las balas enemigas sino por el hambre, la sed y esa geografía inhóspita a la que los llevaron sin entender muy bien por qué se peleaba. Éstos son los sentimientos a los que aluden las otras dos estrofas:

La Paz, hija del nevado más hermoso
Por tu ronco Choqueyapu acariciada
Donde guardo mi tesoro más precioso:
Las sonrisas y los besos de mi amada

Nido andino majestuoso de mi amor
Illimani no te olvido ni un momento
Nieve altiva que escuchaste el juramento
De tus hijos que luchamos por tu honor.

Curiosamente, estas dos estrofas son las únicas que hacen referencia a la montaña Illimani, pese a lo cual, como dije, no se las canta con frecuencia. Y reitero, estas estrofas son las me permiten inclinarme por la opinión que indica que el tango Illimani, que la población paceña toma como un segundo himno de su ciudad, fue escrito desde las trincheras de la Guerra del Chaco.

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