Uno de los desafíos mayores de la sociología y las ciencias políticas se presentó cuando ambas se dieron a la tarea de definir qué era el fascismo. La imposibilidad de darle una definición estriba en el hecho de que el fascismo se amalgama con la tradición política, la cultura e incluso la idiosincrasia de la sociedad donde se pretende imponerlo, de manera que el fascismo italiano de Mussolini no era exactamente igual al español de Francisco Franco, al alemán de Hitler o al japones de Hirohito.
Una cosa similar pasa con el populismo, excepto que la dificultad de definirlo ha sido superada por la propuesta de Federico Finchelstein, un sociólogo e historiador argentino-norteamericano que propone definirlo como “fascismo en clave democrática”, definición que encaja perfectamente en el concepto de “neofascismo”. La propuesta teórica ha sido tan bien recibida que ya a pocos les queda duda de que el populismo latinoamericano es una variante histórica del fascismo clásico, fenómeno político que, a pesar de sus peculiaridades locales, posee un conjunto de características y atributos invariables.
De entre las características más sobresalientes que comparten todos los regímenes fascistas, los especialistas consideran que el uso de la violencia extrema es particularmente inherente al fascismo. No se trata de cualquier violencia política (violencia que existió desde el momento en que los humanos inventaron la política); la violencia fascista tiene carácter público, está diseñada para que pueda ser vista por todos y con este fin la rodean de toda una parafernalia que la presenta no solo como un acto deliberadamente destructivo, sino como un protocolo de purificación constructiva mediante la cual se restituyen determinados valores en los que ellos creen ciegamente. Se suma también una función aún mucho más práctica; la violencia fascista se ejerce como escarmiento.
El uso de la violencia fascista como método de acción política fue en gran parte la obra maestra de Mussolini; Il Duce (como se hacía llamar) instrumentalizó el terror como método de dominación política y terminó doblegando la sociedad italiana por la vía del miedo. Sus camisas negras, llamadas Fascio de Combatimento, organizadas en grupos de choque extremadamente violentos, sometieron poblaciones; entre las víctimas más emblemáticas se encuentra Giacomo Matteotti, líder socialista secuestrado y asesinado en 1924 por esos grupos.
El fascismo de Mussolini y el neofascismo de Arce Catacora, Evo Morales y el MAS son muy similares, ambos son violentos, utilizan sectores sociales de forma mañosa, apelan a las desdichas humanas para desencadenar odios y paciones, desprecian el valor de la democracia, se apropian de la verdad y tejen infinitos relatos que intentan reescribir la historia en base a las supuestas virtudes del caudillo. Se creen poseedores absolutos del poder y además juran que su Gobierno es eterno, irreversible y definitivo, nada de lo que hubo antes tiene importancia alguna excepto la gloria de sus imperios (Mussolini pretendía reeditar el imperio romano o ser más grande que Alejandro Magno, tal como los masistas quieren reeditar el imperio incásico; en consecuencia ellos son la única historia verdadera.
Los regímenes fascistas y neofascistas desprecian el orden legal y la libertad de prensa y de pensamiento. Si dices o piensas algo diferente te conviertes en su “enemigo interno” ya que el “externo” sigue siendo poderes extranjeros (con esto se asimilan a los viejos revolucionarios de los años 70 del siglo pasado).
Sus argumentaciones y su racionalidad políticas son tan pobres que han terminado por degradar la política a sus niveles más lacónicamente escuálidos. Los grandes debates han sido sustituidos por el comentario vacío, falaz, intrascendente y en consecuencia han sustituido los argumentos racionales e inteligentes por la mediocridad del insulto, la diatriba, la ofensa, el menoscabo del opositor y cuando todo esto no resulta pasan a los empujones, los golpes la violencia física y el insulto procaz. Si encuentran resistencia optan por el secuestro. Les cierran los ingresos y salidas (aun las de emergencia) y, sin la posibilidad de socorro, sus “enemigos” son sometidos a formas de amedrentamiento extremo que alcanza fácilmente el nivel de tortura psicológica.
Cuando nos preguntamos cómo es que hemos retrocedido tanto en tan poco tiempo es porque los fascismos en todas sus formas son depredadores históricos por naturaleza. Al intentar borrar la historia y construir su propia narrativa optan por aniquilar todo lo que se ha logrado, Hitler pretendí imponer el Imperio de los Mil Años, Mussolini reconstruir el Imperio Romano, Evo y sus accidentes históricos, refundar el Tawantinsuyo bajo la forma de Estado Plurinacional. Al final, todos fracasaron.