En uno de mis últimos viajes por la patria antes de la aparición del Covid 19 asistí a la fiesta de los Reyes Magos en Reyes, una de las poblaciones benianas de mis antepasados. Una imagen me fascinó: el desfile de las mujeres ganaderas montadas en hermosos caballos, tan gallardos como ellas. Son escenas de película para citadinos que llegan desde la metrópoli de las alturas.
Cada una de ellas, algunas veteranas y otras aún adolescentes, lucían la herencia de belleza física de unas estirpes mixturadas y crecidas bajo el cálido sol y la armonía de un paisaje de agua y luz. Por su propio medioambiente y por las tareas que cumplen en las praderas, tienden a ser esbeltas, condición que aprovechan con cuidados de sus cuerpos y modas. Jean sentadores, blusas blancas impecables, botas, sombreros ladeados. Conocí algunas biografías de aquellas que llevaron el ganado a las colinas para evitar que mueran en medio de las aguas desbordadas; o la que ayudaba a parir a las vacas o la que recorría solitaria los llanos detrás del hato. Reyes fue la región histórica para cubrir la demanda de carne en mercados andinos y mineros.
Recuerdo algunas pioneras cruceñas que salían eventualmente en los periódicos, muchas veces en los suplementos femeninos, a pesar de que sus actividades estaban más relacionadas con la economía que con lucir hermosas cabelleras. También, pude asistir al trabajo de una propietaria en una lechería en San Javier y admirar unas faenas inimaginables para alguien que se limita a leer y a escribir desde un escritorio. Madrugar para empezar a tiempo cada actividad; para mantener sanos a los animales; para asegurar su alimentación; para recopilar la materia prima; para preparar el queso, la mantequilla.
Históricamente, hay dispersos datos de mujeres dueñas de haciendas que ayudaron a hacerlas competentes y a sacarlas adelante, relatos más orales que escritos. Ahí están los ejemplos en los Yungas paceños o en la provincia Inquisivi; o las nueve generaciones de mujeres cochabambinas en la Muyurina que dieron fama a esa villa; o las herederas en torno a la producción de singani en los Cintis
Actualmente, conocemos la noticia, la buena noticia, de la organización de mujeres ganaderas de Beni y de Santa Cruz, ya no solamente como hijas de ganaderos, sino como profesionales capacitadas en especialidades relacionadas con el agro.
Una veintena de ellas fundó hace poco CREA Mujeres Agropecuarias para intercambiar experiencias, información, habilidades, conocimientos generales para atender los problemas de las empresas agropecuarias y mejorar las técnicas tanto de producción como de gestión. Varias se formaron en centros de alta competencia como la Universidad Zamorano de Honduras o las facultades brasileñas.
Cada experiencia busca avanzar desde los inicios familiares tradicionales a la modernidad, tanto desde el aprovechamiento de las técnicas modernas, como la relación con la comunidad y con el entorno natural.
Estas noticias -que deberían ser titulares de la prensa- nos permiten conocer los diversos rostros del país productivo, el país que trabaja, el país que integra. CREA anunció que espera incorporar a agro empresarias en Tarija y en La Paz. Aunque estas formas asociativas tienen una larga data, la novedad es concentrar la capacidad específica de las mujeres agropecuarias profesionales.
Son estas personas, estos esfuerzos, los que explican por qué Bolivia se mantiene y sigue adelante a pesar del estropicio de la política y de la confrontación. Un buen regalo para el aniversario de Santa Cruz.
Lupe Cajías es periodista