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Microrrelatos – Colección de literatura breve XCII

Náufragos

Caro Fernández – Argentina

Hubo un tiempo en el que él dejó de escucharla. Ella, sin embargo, no se dio por vencida y lo intentó de mil maneras. Nada sirvió. Una tarde se encerró en el baño y lloró. Las primeras fueron lágrimas de rabia, después resbalaron las de impotencia y a la hora brotaban lagrimones truculentos que se convirtieron en ríos y cascadas que caían por la escalera. Él nadó, arrastrado por tsunamis en medio de un océano de olvido. Y en el filo del ahogo emergió abrazado a la pata de la mesa. Aturdido, vio que a su lado flotaba una botella y un mensaje en su interior: “¡Mario, tengo algo que decirte!”, pero nunca lo leyó.

La muñeca

Márcia Batista Ramos – Brasil

Los padres del joven agricultor, querían dar continuidad a su apellido. Cuando su único hijo varón entró a la casa después de las faenas diarias, los padres se miraron y sonrieron mostrando complicidad. El hijo entró al dormitorio para sacar ropa limpia y bañarse, se percató que su muñeca inflable no estaba en su ropero. Tomado por la ira agarró el hacha y los miles de pedacitos de la muñeca se mezclaron con los pedacitos de los padres.

Desde mi infierno

Estéfani Huiza Fernández – Bolivia

Te escribo desde mi infierno, desde estas vetustas paredes donde apenas se divisa un gramo de luz. Aquí estoy en medio de cajas de cartón y efímeros pasajes de tu recuerdo, mas esos objetos no hablan, no me dicen nada. Cuánto quisiera escucharlos, así quizá podría matar mis pensamientos que sólo recuerdan tu nombre. Y cada vez que intento dejar de pensar, cada ínfima palabra en este cuarto ahoga la vida, los minutos, las horas. Entonces miro atrás y encuentro el paraíso -debo estar muerta-, me digo. ¿Será este mi infierno?, quizá encarnado en la necesidad de no tenerte a mi lado.

II

Rubén García García – México

Fui a Tlen. Dos días y a la vera del sendero llegué a un campo de piedras encimadas, y algunos hoyos a medio cavar, ¿o buscaban agua, o tesoros? Dicen que por este rumbo campeaba la banda de los Ali hace décadas. Había un socavón. El tiempo y los remolinos lo llenaron de hojas y arena de desierto. De él sobresalía un árbol de pirulí, una frutita roja vistosa que la disfrutan los pájaros viajeros. Me senté a la sombra y al poco tiempo llegaron varios tipos de aves que hicieron un barullo grandioso. En aquel silencio cubierto de lajas y yuyos un árbol tenía su fiesta. Así que me uní a la chifladera.

Los Maras no admiten demoras

José Antonio García Pérez – Cuba        

El sudor deshidrata mi frente fría y la solución más atinada es una bolsa para mis posibles náuseas, mientras sucumbo al desmayo en la espalda más próxima a mi cara.

Solo veo flashes. Escucho las voces de los 7 que me atropellan en el asiento trasero del auto, aunque lejos. Más me cuesta hablar y respirar. Por momentos, mi cadera como que se parte.

Las siguientes dos horas, a más de 120 millas, serán largas.

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