Responsabilidades
Karla Gabriela Barajas Ramos – México
Alimentó a los peces del videojuego. Subió de nivel y celebró, prometiendo mejorar cuando regresara del trabajo. Sin embargo, olvidó darle croquetas a sus perros y depositar la pensión alimenticia de su hijo.
La recta
Hugo Vargas – Argentina
Ella era tan recta, tan formal, tan correcta. Nunca había hecho nada que pudiera considerarse inmoral. Había sido criada y educada en el respeto, las normas y las buenas costumbres. Era una “niña bien” que jamás en su vida había osado siquiera tener un desvío, algo que la apartara de su línea de conducta. Por eso, cuando en el cementerio todas las demás lápidas y bóvedas se abrían para liberar a sus ocupantes y darles una noche de libertad, ella se quedaba quieta y entrecerrando los ojos se quejaba: “¿Dónde se ha visto que las damas caminen con desconocidos por ahí a estas horas de la noche y tan mal vestidas?”
Caída libre
Carmen Nani – Argentina
La vio parada en el borde temblando de miedo, pero decidida. Sabía que saltaría; era su desafío. Corrió desesperado: el golpe podría ser fatal. Llegó en el momento justo en que se tiraba. La atrapó en el agua. La protegió con su cuerpo: su espalda crujió cuando impactó contra el fondo. Lograron salir a la superficie, sanos y salvos. Ella riendo, él furioso.
– ¡Nunca más te tires sola a la pileta, Alicia!
-No, papi. Se alejaron de la mano.
Postura
Patricia Dagatti – Argentina
Siempre ceñida al territorio que debe ocupar: el sitio esperable, en el lugar adecuado, con una postura decorosa. Sin embargo, todo eso ha quedado atrás. Con la miopía propia de los patrones de las normas, ellos aducen que el cambio fue repentino e inexplicable. Imperdonable. Desembozados, vaticinan que, de no deponer la actitud, su vida irá cuesta abajo hasta arrastrarse en el fango, con los animales. Porque desde cuándo y con qué derechos, ella, que se precia de ser una mujer decente, se atreve a descruzar las piernas, a abrirlas de par en par a modo de portales de vida y sentarse al revés, a caballo de la silla. A apoyar los brazos con desparpajo en el respaldo y hablar sin censura, como lo hacen solo los hombres.
La riqueza
Rubén García García – México
Caminabas por la loma cuando escuché tu silbido. Te respondí. Clamé al cielo para que la tarde no se hiciera noche. Prendí la estufa de petróleo para calentar el té de canela. Esta noche comeríamos sabroso, un cocinero amigo me apartó un manjar, un comensal dejó cuatro langostinos. Diez minutos se hacen desde la parada hasta nuestra casucha de cartón. Nos conocimos buscando plástico, ella huérfana, yo viudo. Le doblo la edad, pero eso no importó. Vino cansada, era el día que le tocaba lavar ropa. Yo recibí unos centavos de más y le compré un vestido usado. Aluzados por la vela, cenamos. Afuera, la luna bañaba el tiradero de cobre.