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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXXXIX

Constelaciones vecinales

Manuela Vicente Fernández- España

Después de escribir la novela, se le cayó el manuscrito a la fuente que surtía de agua a la comunidad. Ahora, cada persona que bebe se identifica con algún personaje y no hay forma de saber quién es quién.

Mi hermana Makiu

Rubén García García – México

Una noche entraron a nuestra cama un gorila, un gato y un fantasma. Grité tan fuerte que los tres salieron corriendo. Yo no sabía que eran parte del sueño de mi hermana Makiu, y que llegaban para protegerla y para evitar que tuviera pesadillas. Si ella me lo hubiese contado, mis otras hermanas no se hubieran asustado. Por mi alarido, ahora la familia me mira con recelo. He perdido su confianza. En la mañana, para ir a la escuela, me dicen:

—Pasa las esquinas con atención, respeta los semáforos, siempre escoge calles transitadas, no te embobes con revistas y sé recatada y juiciosa; nada de balancearse como si tuvieses un muelle en cada pierna. —No saben que siempre camino pegada a la pared, y la que marcha de ese modo es mi hermana Makiu.

La vida entera

Paola Tena – México

La bala abandonó el cañón del fusil. Avanzaba lenta hacia el condenado, y le dio tiempo de huir con el grupo de rebeldes junto a los que se había levantado en armas. Se escondió en una aldea cercana, raptó a la ahijada del cura y lo obligó a casarlos. Escaparon en un caballo robado y pasaron por campesinos en un pueblo donde no les hicieron preguntas. Le pusieron una azada en una mano, pero con la otra cogió un saco de monedas de oro que encontró bajo el colchón de la viuda dueña de la finca. Se pagó un pasaje hacía el otro continente, donde fue traficante de esclavos. Se enamoró de una mulata fuerte que lo llenó de hijos a los que les contaba historias increíbles de guerra y sangre. Murió de viejo en los brazos oscuros de su mujer, casi sin sentir la bala que le atravesaba limpiamente la frente, mientras el pelotón de fusilamiento lo veía caer con una sonrisa en los labios, viviendo lo que no iba a ser.

Del fuego sagrado

Patricia Nasello – Argentina

Prometeo roba el fuego de los dioses y se lo entrega a los hombres. Indiferentes a la tortura con la que aquellos han decidido castigar a su benefactor, los hombres hacen uso y abuso del don recibido. No así las mujeres. Pasarán milenios antes de que tal fuego las abrigue. Y no será gracias a ningún Prometeo. Gracias a ellas será, a ellas mismas.

Certidumbre

Juan Martínez Reyes – Perú

Cuando perdí la última vida en el videojuego, comprendí que jamás volvería a salir de él.

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