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Microrrelatos – Colección de literatura breve CLXXXIII

Inteligencia sensorial

Ildiko Nassr – Argentina

El colibrí roza su piel y ella florece.

Virginidad

Mauricio Albeiro Montoya Vásquez – Colombia

– ¿Puedo saber el nombre de la chica con la que perdí mi virginidad? – preguntó socarronamente. 

-Me llaman mantis religiosa- respondió.

Sombras migrantes

Paola Tena – México

Hay sombras que abandonan sus cuerpos durante la noche para huir del vientre estéril de la tierra, del olor a sangre recién vertida, sombras que navegan en barquitos precarios siguiendo la Estrella del Norte. Algunas saben nadar, otras no; esas a veces se hunden, se disuelven en el agua negra del océano, dejan de ser. Buscan el paraíso, pero ignoran que aquí tampoco serán libres. Aquí extenderán mantas en el suelo y las cubrirán de baratijas. Aprenderán solo un par de palabras de un idioma desconocido. Dormirán apretadas una contra la otra, para darse calor. No saben que en esta orilla evitamos su dolorosa transparencia, porque hace mucho que ya no son hombres, mujeres ni tampoco niños los que desembarcan en nuestras costas, sino sus restos exhaustos y casi muertos. Les tememos porque nos da pavor convertirnos, también nosotros, en sombras que se extravían cruzando el mar, persiguiendo sueños imposibles.

Cosas para el aprendiz -1

Marti Lelis – México

Escribir, pero escribir al margen de las etiquetas, de los géneros literarios. Escribir al límite de las casillas. Simplemente escribir. Si tienes que escribir, lo haces, pese a todo. Las etiquetas son una guía, señales en el mapa para discurrir acerca de lo que se escribe. Pero si tú eres el que escribe, déjalas de lado. Busca y encuentra la libertad, y no hagas cálculos futuros: el futuro es la próxima palabra que pondrás en tu escrito. ¿Para qué comenzar limitado, autolimitado?

Bajo el volcán

Rubén García García – México

Llegamos a vivir cerca del volcán. En las noches de frío intenso te hacías bolita, tu cabeza se recostaba en mis brazos y tus pies se calentaban entre los míos. Próximos a dormir, mi pierna derecha cubría la redondez de tu muslo, dejando escapar su olor a canela.

Ayer dijiste que te robé la frazada y que el frío te despertó. Me reclamaste con enojo, y en tus ojos vi una luz diferente con sabor a quina. Desde entonces, cada uno comenzó a cubrirse. Con su propia cobija.

No puedes conciliar el sueño. Tu cuerpo no responde al acomodo. Yo me cubro hasta la cabeza. Hay una oscuridad que envuelve, fría como la menta. Afuera se oye el chiflido que hace crujir las vigas y azota el manzano.

El nevado, siempre solo, silencioso. Mañana llegan tus padres y sonreiremos.

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