Tercer acto
Gabriel Ramos – México
En la maleta media hora después de que terminó el espectáculo, el muñeco del ventrílocuo seguía burlándose del público.
Sed
Nana Rodríguez Romero – Colombia
Si para Platón el tiempo es una imagen en movimiento de la eternidad y Carlos Argentino tiene un aleph en el baúl de su casa, ¿qué hago yo bebiendo el tiempo inútilmente hasta morirme de infinito?
Ojos que no ven
Estéfani Huiza Fernández – Bolivia
El cerrojo de la puerta que daba a la felicidad quedó ciego, desde ese día nadie se atrevió a mirar por la cerradura. Entonces vos y yo, en algún universo, por fin vencimos al tiempo y al espacio, pudimos vernos.
Confusión
Carmen Nani – Argentina
Caminaba asustada. Era noche cerrada y no se veía ni la sombra de un alma en la calle. Por eso cuando vio que una la seguía, sacó la lima de las uñas que tenía en la cartera y se la clavó sin piedad en medio de la cara. No entendió por qué la que sangraba era ella.
Hacia el lugar donde se oculta el día
Manuela Vicente Fernández – España
Recuerdo las casettes con los éxitos de Duncan Dhu, las tardes de verano en el cine América y el sabor de su piel. Sobre todas las cosas sigo recordando, sigo sintiendo en la boca el sabor agridulce de su piel. Elva era como una noche clara de verano, como ese trago de café con su nube de leche. Amarga y dulce. Limón y azúcar. La vida se nos atrancó en medio adoptando la ira de sus padres y de los míos. Enemigos sin posibilidad de reconciliación. Mi padre era el amo y su madre la criada mestiza, Nuestro amor era una aberración a los ojos de todos. No volví a verla ni a saber en qué jardín arribaron sus pies. Hice caso a mis padres y me casé con una buena chica, pero no sabría decir, ni siquiera ahora, después de cincuenta años de matrimonio, a qué sabe su piel.