Al envejecer
Karla Gabriela Barajas Ramos – México
Lloró por él y rogó en vano: “¡No me abandones!”, pero su hijo también la dejó.
Aves
Fabiola Morales Gasca – México
El árbol se secó y nos devoró el miedo. Semillas de temor se fundieron en lo que un día fue nuestro excelso plumaje y tuvimos que emigrar. No somos humanos, somos aves de paso, aunque la migra insista en lo contrario.
A las siete
Estéfani Huiza Fernández – Bolivia
Cada cierto tiempo, ella revisaba si las manecillas del reloj marcaban las siete, quizá, por alguna suerte volvería a encontrarlo. Y así era, allí estaba, en aquella canción, en las palabras de su madre, en dos enamorados, en las flores naranjas, en el aire, en el agua, en el cine, en la vida misma.
El hijo de Ariadna
Carmen Nani – Argentina
Caracoli, caracolito, saca tus cuernitos, sácalos al sol. El niño subía las escaleras oscuras al ritmo de su corazón asustado mientras deshojaba una madeja de hilo que lo llevaría de regreso. Caracoli, caracolito, saca tus cuernitos, sácalos al sol. Mala elección, le contestó una voz cavernosa. Tengo cuernos, pero no me gusta el sol. La madeja rodó escaleras abajo.
Depresión en el castillo
Rubén García García – México
Todas las noches, por una razón que ignoro, despierto y me levanto a caminar por los oscuros pasillos. Hay paredes que son pasadizos que ilustran sobre mis antepasados o son trampas de las que jamás vuelves, A menudo miro la profundidad oscura del cielo. Quizá sean los azahares, que se mezcla con el aroma de los siglos los que avivan mi vigilia. ¡No sé qué me pasa!; cuando regreso, rumio con la idea de quemar mi futuro. Me pregunto si la eternidad no es más que una cadena de puntos interminables, un peso que me hunde cada vez más en la negritud. Me digo: ¿Para qué sirve? ¿Puedo vivir sin ella? Tiendo el lecho, lo golpeo para hacerlo confortable, y antes de que el primer rayo de sol roce el castillo, de un tirón cierro el ataúd, atrapando las pesadillas que vuelan como insectos a mi alrededor.