Paraíso perdido
Chris Morales – México
El niño desea, anhela, conocer el lugar donde los angelitos se llevan a los difuntos porque en el que él vive son las moscas quienes se encargan de ello.
Sísifo
Laura Nicastro – Argentina
Lunes. Despertar a las seis.
Desayuno, niños, escuela, vajilla, las camas, aspiradora, lampazo y plumero, mercado. Lavarropas, escuela, niños, almuerzo. Gimnasia, planchado, curso, merienda, tareas escolares, computadora, agenda social, cena, baño. ¿Placer? A veces. ¿Descanso? Escaso, mientras por la noche la traidora roca se desliza hacia el valle.
Amistad
Gabriel Ramos – México
En la universidad conocí al mejor amigo que he tenido. Él era mayor que yo por tres años y murió hace cinco. Se siente extraño ser el mayor.
Juego de mesa
Carmen Nani – Argentina
Su vida era el ajedrez por eso reprodujo el tablero con sesenta y cuatro cuadros blancos y negros por toda la casa. Bajaba las escaleras, un escalón blanco el otro negro. Cuando pisó uno rojo, trastabilló y fue cayendo, blanco, negro, blanco negro. Supo que la vida le hacía jaque mate.
Mensajero de las estrellas
Nana Rodríguez Romero – Colombia
Galileo, después de pasar años observando los astros y los planetas a través del telescopio, queda sin palabras, al escuchar de boca de un famoso profesor de matemáticas que las supuestas lunas de Júpiter no existen, sino que las había puesto Galileo en los lentes con el propósito de engañarlos.
Con su telescopio a cuestas y callando para sí las verdades heliocéntricas ante la amenaza de la hoguera, Galileo conversa con los astros y sospecha con horror la infinitud de los espacios celestes. Ciego y al filo de la muerte, Galileo sabe cómo la tierra gira en silencio, alrededor de un telescopio.