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Miau

Santos Domínguez Ramos

En la mesa próxima había empleados de Hacienda, Gobernación y Ultramar, y una tanda de cesantes. Entre ellos vio Rubín al individuo a quien solo faltaban dos meses de empleo para poder pedir su jubilación. Tenía pintada en su cara la ansiedad más terrible; su piel era como la cáscara de un limón podrido, sus ojos de espectro, y cuando se acercaba a la mesa de los espiritistas, parecía uno de aquellos seres muertos hace miles de años, que vienen ahora por estos barrios, llamados por el toque de la pata de un velador. El clima de Cuba y Filipinas le había dejado en los huesos, y como era todo él una pura mojama, relumbraban en su cara las miradas de tal modo que parecía que se iba a comer a la gente. A un guasón se le ocurrió llamarle Ramsés II, y cayó tan en gracia el mote, que Ramsés II se quedó. Pasando con desdén por junto a los espiritistas, se sentaba en el círculo de los empleados, oyendo más bien que hablando, y permitiéndose hacer tal cual observación con voz de ultratumba, que salía de su garganta como un eco de las frías cavernas de una pirámide egipcia. «Dos meses, nada más que dos meses me faltan, y todo se vuelve promesas, que hoy, que mañana, que veremos, que no hay vacante…».
Feijoo se arrimaba a él y le daba conversación, por lástima, animándole y procurando distraerle de su tema; pero Ramsés II, cuyo verdadero nombre era Villaamil, no tenía más consuelo que aplicar su oreja seca y amarilla a la conversación, por si escuchaba algo de crisis o de trifulca próxima que diese patas arriba con todo. Lo que él quería era que se armase gorda, pero muy gorda, a ver si…
-¿Pero a usted quién le recomienda?, le preguntó una noche Juan Pablo.-A mí D. Claudio Moyano.-Pues entonces ya está usted fresco.-Dicen que traen al Príncipe… -indicó Ramsés II con timidez.-Sí; lo traerán los rusos… por las ventas de Alcorcón. Aviado está usted si espera a que venga el Príncipe… Aquí lo que viene es la liquidación social… y después, sabe Dios. Saldrá el hombre que hace falta, un tío con un garrote muy grande y con cada riñón… así.Ramsés II bajaba la cabeza. D. Basilio era su único amigo, porque también allí ponía el paño al púlpito para anunciar la venida del Príncipe… «Por supuesto -añadía-, tiene que venir con la estaca de que habla el amigo Juan Pablo».
Así, como Ramsés II, por su aspecto de momia, aparece por primera vez, al comienzo de la tercera parte de Fortunata y Jacinta, la figura del cesante Villaamil, que se convertirá en protagonista de la siguiente novela de Galdós, Miau, que terminó en abril de 1888.
 Aunque a su autor le parecía una obra ligera y tuvo muchas dudas sobre su calidad, es una de las mejores novelas galdosianas, una de las más intensas, irónicas y pesimistas también, con un presagio de suicidio en el primer capítulo que acabará cumpliéndose al final.

Y entre esos dos momentos, una sucesión de personajes, ambientes y situaciones donde brilla el mejor Galdós, que presenta aquí a un protagonista víctima de un mundo hostil y una sociedad agresiva o indiferente ante la impotencia desvalida del individuo.

Sin llegar a la mirada atormentada de Dostoievski y a la denuncia alucinada de Kafka, Galdós aborda la realidad conflictiva del cesante desde la situación familiar, con una esposa despilfarradora por encima de sus posibilidades, una cuñada ineficiente y una hija inane y atormentada, unidas por el deseo de aparentar una solvencia económica y social de la que carecen.

Son las Miau, un mote familiar que sufrirá también entre sus compañeros de escuela Luisito Cadalso, el nieto huérfano y enfermizo de Villaamil, hijo de Víctor Cadalso, un funcionario inmoral cuyos ascensos en el escalafón parecen ser proporcionales a su progreso en los desfalcos. Viudo y sin escrúpulos, su condición donjuanesca le facilita una ascendente carrera funcionarial a la sombra protectora de sus conquistas femeninas.

El contraste de la apariencia engañosa y la realidad vertebra el comportamiento de los personajes, que no son -como Abelarda o Víctor- lo que parecen ser, como irá descubriendo el lector.

Y hasta del Dios un poco castizo que en su habla recuerda más a Fortunata que al modelo estilístico del Antiguo Testamento y se le aparece en sus episodios de desmayos a Luisito, que le pide una rectificación imposible, un empleo para su abuelo:
La excelsa persona que con Luisito hablaba dejó un momento de mirar a este, y fijando sus ojos en el suelo, parecía meditar. Después volvió a encararse con el pequeño, y suspirando ¡también él suspiraba!, pronunció estas graves palabras: «Hazte cargo de las cosas. Para cada vacante hay doscientos pretendientes. Los Ministros se vuelven locos y no saben a quién contentar. ¡Tienen tantos compromisos, que no sé yo cómo viven los pobres! Paciencia, hijo, paciencia, que ya os caerá la credencial cuando salte una ocasión favorable… Por mi parte, haré también algo por tu abuelo… ¡Qué triste se va a poner esta noche cuando reciba esa carta! Cuidado no la pierdas. Tú eres un buen chico. Pero es preciso que estudies algo más. Hoy no te supiste la lección de Gramática. Dijiste tantos disparates, que la clase toda se reía, y con muchísima razón. ¿Qué vena te dio de decir que el participio expresa la idea del verbo en abstracto? Lo confundiste con el gerundio, y luego hiciste una ensalada de los modos con los tiempos. Es que no te fijas, y cuando estudias estás pensando en las musarañas…».

Además de ser una de las más asequibles, la edición de Austral es una de las más recomendables, entre otras cosas porque incorpora una estupenda introducción en la que Germán Gullón resalta la modernidad de Miau y la novedad que significa su incursión en los recovecos ocultos de la vida íntima de los personajes: en las emociones y los deseos reprimidos de Abelarda, en la perversión sentimental de Víctor Cadalso, en la riqueza de los sueños infantiles de Luisito o en el proceso de autoconocimiento de Villaamil, porque -escribe Gullón- “la meta última de la pluma galdosiana era ofrecer a la cultura española una visión laica de la identidad del hombre, de un ser al que lo único que le resta es el sí mismo. O dicho con distintas palabras, trasvasar la responsabilidad humana de los sistemas de pensamiento al hombre mismo.”

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