Cierto día un hombre viajaba en su automóvil por una carretera. De pronto se detuvo por un desperfecto. El hombre bajó, lo revisó y trató de componerlo pensando que podía encontrar solución debido a que conducía su coche desde hace varios años. Luego de muchos intentos, se convenció de que no podía dar solución a la falla del motor. En ese momento se detuvo un vehículo del que su conductor bajó para ofrecerle ayuda. El hombre del auto averiado le dijo: “Mire, no creo que usted, que no conoce mi auto, pueda darle solución”. El otro hombre, con una sonrisa amable, insistió hasta convencer al otro, quien a pesar de todo no creyó en aquel. El segundo hombre echó manos a la obra y en minutos compuso el motor y el auto arrancó. El primer hombre preguntó: “¿Cómo pudo arreglar mi auto si usted no lo conoce como lo conozco yo?”. “Verá… mi nombre es Félix Wankel… Yo inventé el motor rotativo que utiliza su auto”.
La historia puede o no ser cierta, pero es ilustrativa para que entendamos que para salir de nuestra mediocridad necesitamos crecer, reflejándonos en quienes ya son grandes.
La cortedad de miras nos está ganando en todos los terrenos. En general, es uno de los problemas del país que están carcomiendo cada día más a nuestra sociedad. Pero esa percepción es muy general, porque lo que ocurre en nuestro contexto es mucho más preocupante. En realidad, es desconsolador porque en Bolivia estamos acostumbrados a ser primeros en corrupción en el mundo; un país donde se bebe mucho alcohol, pero no se nutre el cerebro, donde se da rienda suelta al carnaval, pero no se cultiva el espíritu.
Mientras en París se concentra lo más granado del deporte y hay performances soberbias de los atletas de casi todo el mundo, acá en Bolivia, empezando por los fanáticos del futbol, los periodistas y los dirigentes del deporte en general, hacemos demasiados aspavientos porque alguna vez un equipo boliviano llegó a cuartos de final en la Copa Libertadores de América, al tiempo que en todos los demás países de la región sus equipos aspiran todos los años a ganar ese torneo.
Recientemente un entrenador de futbol de los más destacados en el mundo dijo que el futbol dejó de ser un deporte de pobres. Y es que, en la actualidad, esta que en el pasado fue una disciplina reservada para las clases medias bajas, ahora es un negocio lucrativo, y entonces si no se invierte generosamente en la capacitación de los deportistas desde niños, es lógico pero mediocre no aspirar a nada importante. En medio de esa mediocridad, el adversario más enconado responde que ellos nunca descendieron de categoría; pero ambos solo ganan en un campeonato en el que son buenos, pero del montón, sin más méritos que ganarles a los demás que deportivamente son nada. Pero no solo son los actores del deporte, entre los que quizá pueda justificarse tales conductas por la rivalidad que anteponen ante razonamientos que puedan merecer más consideración. Pero ya es vergonzoso que en los últimos días se hagan ruidosas extrapolaciones por la obtención de una medalla de oro por parte de un deportista nacido acá que representa a la Argentina. Los periodistas deportivos, más que cualquier ciudadano ajeno a la actividad, tienen que saber que se da mérito a quien obtiene un galardón en el nombre del país que representa. No es ningún mérito ser tierra de quien luego de la gloria recién se acuerden de su cuna. El ciclista que ganó oro olímpico es argentino y punto. Mediocres también son los titulares de los periódicos nacionales que, en medio de todo aquello que responde a un esfuerzo menor del que la velocista boliviana es capaz de ejercer si tuviera una dirección técnica adecuada, se pondera exageradamente una clasificación a una etapa que no significa nada porque ni siquiera superó su propia marca. ¿Tiene ella la culpa? Claro que no.
No últimamente, pero hasta hace unos meses, la prensa deportiva quiso transmitir al lector un inmotivado orgullo porque una mujer cruceña es esposa de un futbolista africano que brilla en Europa, como si la pareja de quien triunfa en su equipo fuera la que juega o la valía de esta compatriota se midiera por su condición de pareja de esa estrella del deporte.
Entonces ¿por qué nuestras autoridades, dirigentes o periodistas del ramo no conducen políticas que ayuden a nuestros deportistas a que aspiren a ganar el campeonato mundial de cualquier deporte, a que todos los equipos de fútbol sean competitivos y no se acostumbren a ser los eternos menos malos del torneo, a tener una estrella que brille en Europa para elogiar a ella y no a su pareja o a que nuestros atletas disputen finales y no celebren clasificaciones preliminares únicamente?
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor