Varias competencias y responsabilidades burocráticas en el ámbito público boliviano son asumidas por personas mediocres.
De acuerdo a la jerga popular son individuos que “no tienen uñas de guitarrero” para el cargo obtenido merced a su trabajo ajetreado en la campaña electoral, por la suerte de tener un padrino que puso plata para el candidato, formar parte del club de “amiguetes” del representante electo, o tener una organización social que lo respalda. Sin embargo, más allá de las condiciones en que obtuvieron la “pega”, muchos funcionarios están cerca del poder y tienen capacidad de influir en la principal autoridad para direccionar el trayecto de la gestión pública. De esta forma, el esquema: mediocridad, burocracia y poder, se establece en los diversos niveles del Estado sin la motivación de producir un cambio institucional que responda eficazmente a las demandas ciudadanas, pero sí con la pretensión de mantener el statu quo por más injusto e ineficiente que sea, como sucede con el poder judicial.
Esther Peñas en su artículo Cuando la mediocridad es el triunfo (ethic, 2021), hace referencia al ensayo Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder del filósofo Alain Deneault, para referirse específicamente a su conclusión, que en palabras de la articulista es terrorífica, a saber: “según el tiempo, cada cual acata las reglas imperantes, sin cuestionarlas, con el único propósito de mantener su posición, o bien las sortea de manera taimada sin que trascienda que no es capaz de respetarlas.
Solo estas dos actitudes se enfilan hacia la esfera de poder”. Digamos que la segunda actitud se ha establecido como una típica conducta burocrática boliviana que refleja la debilidad institucional del Estado en todos sus niveles, cual se explica en el incumplimiento de las normas vigentes por la escasa voluntad del burócrata para actuar con principios éticos.
Respecto a la burocracia, es pertinente recordar que es un término que se institucionalizó en el lenguaje común para referirse críticamente a la proliferación de normas y reglamentos, al ritualismo, la falta de iniciativa, y al desperdicio de recurso tanto de organizaciones públicas como privadas. Empero, no podemos considerar teóricamente a la burocracia como una anatema. Desde la concepción del sociólogo Max Weber, la burocracia es una variante moderna y específica de las soluciones dadas al problema general de la administración.
Desde esta perspectiva, es fundamental para el funcionamiento del Estado porque es el poder administrativo con capacidad de hacer y terminar cosas.
Volvamos con Alain Deneault y su crítica sobre la mediocridad para aclarar que no se circunscribe a la burocracia estatal. De acuerdo al filósofo, no existe ámbito político, académico, jurídico, económico, mediático o cultural libre de mediocridad.
Es decir, pululan en diferentes espacios y tiempos.
Por tanto, los mediocres no solamente han colonizado el Estado, donde tienen la habilidad táctica para influir en las decisiones políticas que afectan a las mayorías, también habitan en diferentes lugares y ámbitos como actores relevantes e influyentes (y muchas veces no nos damos cuenta).
Con todo, la mediocridad y burocracia están institucionalmente estructuradas y socialmente naturalizadas. Mientras no se constituya una masa crítica de meritocráticos que se animen a cambiar el estado mediocre del Estado en todos sus niveles para, como lo propone Weber, dar soluciones a los problemas de la administración pública, seguiremos de forma indefinida bajo el dominio de un poder burocrático mediocre e impávido que ha tomado vida propia en la historia de Bolivia.