Márcia Batista Ramos
“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Julio Cortázar
Cada mañana cuando despiertas, no importa, en cual flanco estés, sabes que tienes que trabar una batalla y como en cualquier guerra, por más insignificante que sea, nadie te pregunta si quieres ir a la lucha, ¡qué espanto! Nunca te dijeron, pero sientes que estás en el corazón del mundo, que no es más que el infierno. Escuchas un sonido y es un misil que pasa en el cielo para explotar más allá, sobre otros, que igual a ti, con el brazo medio dormido y con los recuerdos confusos del sueño de la noche, también habían despertado.
Ahora ellos ya no están. No sé a dónde retornaron. Tú tampoco lo sabes. ¿A la nada del antes del nacimiento? ¿A la nada del después de la muerte? Dicen que solo sin cuerpo podemos experimentar el tiempo infinito y el no – tiempo y no – espacio. Siempre queda el vacío de la incerteza que habita la finitud de la existencia humana que llamamos vida.
Te miras al espejo y abres el grifo para lavar tu miedo y espanto, justo al momento que acaban los recuerdos confusos del sueño de la noche. Así, sin los recuerdos de los sueños, empiezas maquinalmente el día. Creyendo que fuiste tocado por la gracia, ya que ningún misil cayó sobre ti y más allá, no sobró ningún cristiano para contar la historia. Aunque tal vez fuera más exacto decir por desgracia, ya que tienes que vivir la pesadilla constante de escuchar los misiles sin saber cuándo te tocará. Mientras esperas tu misil, repites los trayectos de ayer, vas por las mismas calles para llegar al lugar de siempre, trabajas todo el día para volver por la misma ruta por la noche, llegas por fin a la casa y buscas tu cama para poder soñar un poco, al menos, antes de dormir. Mientras, los que viven más allá, van a pasar la noche entre pesadillas marcadas a sangre y lágrimas.
No entiendo cómo es posible ser uno con el todo y encontrarme con tantos fragmentos a cada paso. Y sigo caminando, mismo cuando sé que, solo voy a encontrar astillazos en el camino y algún cristal me hará sangrar a cualquier momento.
Con el recrudecimiento de los ataques en las últimas jornadas, ahora los bombardeos son incesantes, vienen de cientos de aviones y tanques, y del avance de fuerzas terrestres, pero no te olvides, que, si no te cae un misil, igual al que pasó por el cielo está mañana, para explotar más allá, en dos días debes tener en manos el dinero del alquiler del piso donde vives.
Sabes que la soledad se alza indefectiblemente, con la intención de cubrirte con su manto, pero no te importa, porque para cada pie chueco, habrá un zapato viejo un día, pero un día, tal vez, mientras te encamines mecánicamente para el trabajo o a lo mejor, cuando estés trabajando o retornando a casa, cansado, queriendo dormir, un misil, de esos que siempre pasan por el cielo para explotar más allá, explote sobre los sueños que tenías que soñar y todo se vuelva añicos, como los vidrios, edificios y vidas de más allá, donde explotó el misil de la mañana.
Ya te olvidaste del misil de la tarde y de la media mañana y de la noche y de la madrugada que te despertó y aprovechaste para ir al baño a orinar…
Ni los sagrarios son inmunes a la guerra. Lo hagiográfico, también se vuelve cenizas cuando el misil explota y mi pensamiento que no está echo de protones, ¿flota? ¿Dónde queda la mente?
El terror crece a cada instante, nadie dijo, cuando fuiste a la escuela, que el terror se basa en la incomunicación, en el aislamiento. Ahora ya no te permiten hablar con nadie en la calle o sonreír a quien te dé la gana. Tus vecinos casi no salen de sus cubículos, tienen miedo y cumplen todas las reglas de prohibición. Recuerda que antaño fueron personas felices y que ahora son seres completamente desbaratados que miran con angustia cómo su vida se desdibuja rápidamente. Ellos son las verdaderas víctimas de la guerra, son pasivos y están destrozados, sus vidas están devastadas por algo que ni siquiera entienden. Casi todos trabajan en su casa y cuentan cuantos misiles pasaron sobre sus cabezas en los últimos días. Todos ya se olvidaron de sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.
Hay un tono febril y delirante que impregna el aire. Debe ser el frenesí del miedo constante, que te hace ver visiones; y es resultado del desquiciamiento que el miedo constante produce.
De manera extraña cada quién arrastra sus propios misterios, memorias que queman como brasas, ya que todos se han vuelto locos con la guerra.
Tú sabias que ya nada es demasiado indispensable, solo el aire. Pero mientras abrías el grifo, después de mirarte al espejo, para lavar tu pánico y aprensión, ellos, sin el recelo de quien sabe lo que es ético, en un gesto suave, como quien no está presente, robaron el aire. Te prohibieron ir a la calle y te encerraron en tu casa. Ahora no puedes mirarte al espejo para ver tu cara de terror y pánico. Ya no verás tu cara. Solo tienes los ojos descubiertos…
No sé quiénes son ellos. Pero sé que ellos se lavan las manos con la sangre ajena y deciden a cada mañana donde va a caer el misil y quien va a retornar a la nada de antes y después de la existencia.
Tú sabes que, en la hora más dura, no queda nada, ni el muro infranqueable resiste para contar la historia más tierna que escribiste, antes, con dos palabras. Además, ya no importará para aquellos que vengan después a juntar los escombros, comprobando que nadie es imprescindible, que todos son pasajeros. Sin importar, en cual flanco estés, siempre tendrás que luchar en una guerra cualquiera, que no es la tuya.
…
Nadie te dijo, ni a mí, que la vida es un cuento perverso, donde siempre estamos atrapados, especialmente cuando se vuelve completamente mala. por eso, sé que el misil que escuchas, en éste momento, viene hacia mí. ¡Heme aquí! Ya no hay aire y me falta una palabra.