Blog Post

News > Comunicación y periodismo > Más allá del mar

Más allá del mar

Hace pocos años, junto a un fotógrafo y a un chofer, nos metimos en una camioneta y empezamos una travesía que partió en Santa Cruz rumbo a territorio chileno. Ingresamos por Pisiga (Oruro), y bajamos por el tirabuzón de una carretera que nos llevó hasta las costas del mar de Iquique. Y de ahí, mirando siempre el agua marina, para llegar a cada pueblo o puerto que habían sido de Bolivia hasta antes de los años de la guerra del Pacífico.

El objetivo era ese. Visitar las tierras y las aguas que antes se llamaban Bolivia, y conversar con los compatriotas que en la actualidad hacen patria a orillas del mar. Pero también sentir el pulso de los chilenos, sobre cómo ven y conviven con los bolivianos. Cómo se miran a las caras y sobre qué conversan, si comparten las playas los fines de semana y si es que el enclaustramiento marítimo de Bolivia afecta en sus vidas cotidianas.

Ahí me enteré que el alcalde de una ciudad costera tenía entre sus empleadas de confianza de su casa a una boliviana, la dueña de un hotel de Mejillones había contratado a una pareja de bolivianos para que le administren el negocio y que el puente del Topater en Calama, ahora no se parece en nada al puente épico que yo imaginaba con mi mente de niño durante los años de escuela.

En aquel periplo entendí que pelearse con Chile o que Chile se pelee con Bolivia era un asunto de gobiernos, una enemistad histórica y diplomática que lleva o quita agua a sus molinos dependiendo de los momentos políticos que se viva en cada país.

En Bolivia, tocar el sentimiento marítimo puede generar una afinidad hacia el Gobierno, de una buena parte de la población que creció con la frase: El mar nos pertenece, recuperarlo es un deber, que estaba grabada en las libretas escolares. ¿Quién no se va a querer bañar en aguas bolivianas?, me ha respondido un montón de gente. Muchos de ellos, compatriotas que no conocen el mar, que jamás han pisado una playa, que nunca han visto ocultarse el sol en el horizonte azul.

Pero si de bañarse se trata –me dijeron otros- es posible hacerlo en una vacación. Hacer maletas y viajar hasta Iquique o Arica es posible en pocas horas, incluso si se lo hace por tierra.

Con esos testimonios también entendí que la cotidianidad y las aspiraciones diarias de los bolivianos van más allá de las peleas de alto nivel de las cancillerías, que a la hora de comer o de bañarse lo que cuenta es cuánto dinero tiene la gente en su bolsillo y no cuántas discusiones o alegatos se han registrado en las sanas intenciones de retornar a las costas del Pacífico. 

En Iquique hay una calle que se llama Esmeralda y que se parece a las tantas calles que tiene Bolivia. Ahí florecen las agencias de viajes, los alojamientos y los hoteles, los restaurantes que ofrecen picante de gallina y majadito. Ahí uno se topa con benianos y cochabambinos, con tarijeños y cruceños, con paceños y chuquisaqueños. Muchos han llegado para hacer negocio, para comprar en la zona franca o para zambullirse en aguas saladas, lejos de las peleas políticas que hacen noticia de rato en rato.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights