Sagrario García Sanz
Se frotó los ojos para mitigar los efectos del sueño recordando, poco después, que esa mañana se había delineado los ojos y puesto máscara de pestañas negra. Tras mirarse en el espejo, pensó en ir a hacer compañía a los mapaches del zoo para camuflar el desastre.
Se había quedado la última en la oficina y, en el aseo, intentó mitigar el desaguisado de su cara con un poco de agua y jabón. El resultado fue peor todavía: ojos enrojecidos y restos oscuros más esparcidos y difuminados. Ya ni siquiera los mapaches la aceptarían.
No le quedó más remedio que salir a la calle de esa guisa; de noche ya y con la cabeza baja a lo mejor pasaba desapercibida. Sin embargo, las crueles luces del metro no tuvieron piedad de ella y motivaron las miradas curiosas de los viajeros con los que se cruzaba.
—Si al menos hubiera sido Halloween. —pensó.
Cuando por fin llegó a su casa tras un trayecto digno de olvidar, coincidió en el ascensor con el atractivo vecino del quinto por el que bebía los vientos desde hacía meses. Él la miró divertido.
—¿Un mal día o es que te has vuelto siniestra? —preguntó él.
—Quizá ambas cosas. —respondió ella sin saber muy bien por qué.
—Tienes un punto muy interesante. Cuando quieras te enseño mi discografía gótica. —dijo él con una sonrisa enigmática y, sin esperar respuesta, salió del ascensor.
Ella continuó hacia el octavo piso con una sonrisa en la cara pensando que al fin y al cabo no había sido tan malo su día. Nada más entrar en casa, encendió el ordenador para documentarse sobre la música gótica.