El próximo 23 de diciembre mi padre, Luis Suárez Guzmán, hubiera cumplido 81 años si la dictadura no le apagara la vida en 1981. Hay muchas facetas suyas que no están exploradas. Hoy me dedico a su relación con lo escrito.
Lucho hizo de la palabra –escrita y oral– su medio de expresión. La escritura la usó al menos en tres ámbitos. Por un lado, las reflexiones sociológicas en forma de ensayos. Analizó la pedagogía, la cultura y la teoría social (algún día escribiré al respecto). Por otro lado, fue su instrumento de intervención política y coyuntural; publicó artículos de opinión en distintos medios de su época procurando influir en los problemas colectivos. Pero también usó las letras para expresar sus emociones más profundas en varios soportes.
Las cartas, aquellas que se escribían a mano en papel delgado y que cruzaban océanos en sobres demorando semanas para llegar al destinatario, fueron las receptoras de sus pensamientos. Como vivió un tiempo en España, escribió a su abuelo, a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus amigos. Conservamos la mayoría de aquellas epístolas llenas de inteligencia y cariño. Ahí plasma su opinión sobre una película recién vista, su reflexión sobre la paternidad, sobre el destino, su sensación de vacío por estar lejos de su familia, su indignación ante la política. En las cartas vemos un Lucho franco, sincero, tierno, profundamente humano.
Lucho también abrazó la poesía. Escribió varios poemas, esas hermosas letras dedicadas a su madre, o a su esposa aquel 27 de mayo de 1969:
“¿Un abrazo en este día? /
no, yo te abrazo noche y día. /
Nada puedo regalarte /
todo es ‘nuestro’ ¿qué obsequiarte?…”
O los versos tan universales que le surgieron el 17 de julio de 1980, el mismo día del golpe de Estado que cobraría su vida seis meses después:
“Adolorida está la tierra/
y adolorida la semilla que da fruto, /
mientras que el bruto la pisa, /
sin saber que si ella muere/
morirá también él /
más tarde o más de prisa. /
Adolorida la razón /
pero no muerta, /
porque fluye el pensar /
aún frente a palabra sin puerta”.
Los acrósticos visitaron a Lucho, guardo uno que me hizo a mí y otro a mi hermana Patricia. También publicó un cuento corto sarcástico titulado “El comunista”, en el que mostraba cómo desde el poder se construía la imagen negativa de quienes se inscribían en aquella corriente. Finalmente, Lucho, que tenía la música por dentro, escribió dos canciones: Réquiem para un guerrillero, acompañada de la melodía de “Funeral de un labrador” de Chico Buarque; la otra, una canción en portugués reflexionando sobre la apatía que tituló “Soy demasiado tranquilo.
Lucho perteneció a la generación de intelectuales íntegros que atravesaban la política, la poesía, la música, la docencia, la sociología, sin necesidad de mostrar pasaporte. De hecho su pensamiento buscaba los caminos adecuados quedando impreso en carta, canción, o verso.
Luego de su muerte, mi madre recopiló una buena parte de sus escritos en el libro “Los cuatro días de mi eternidad” (disponible gratuitamente aquí).
Algunos textos se perdieron y otros cayeron en equivocadas manos. Queda pendiente una antología que muestre la complejidad y riqueza de aquel pensador eliminado antes de que alzara vuelo. Es una tarea, es una promesa.
Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.