El Ministro de Gobierno, muy suelto de cuerpo, ha informado con tufo triunfalista y paternalista que la niña de 11 años violada y embaraza por su abuelastro ya no está embarazada (“gran hazaña”). Otras autoridades de Estado han hecho lo propio, mientras que, por otro lado, la Iglesia Católica y los defensores de la vida han pegado el grito al cielo porque se haya procedido a extraer al bebé cuando el embarazo cursaba el sexto mes; ciertamente una decisión desatinada considerando el desarrollo de la criatura, y posiblemente, el deseo de la madre.
Lo cierto es que la desdichada niña, víctima de abuso sexual, ha sido una y otra vez usada y abusada, maltratada y violentada no solo por un violador, sino por el Estado, la Iglesia, la prensa y por cada uno de quienes hemos levantado su caso para opinar, juzgar y/o criticar desde un abanico de posturas que van desde las más conservadoras y moralistas hasta las más liberales y descontraídas; pero lo penoso del “fenómeno comunicacional” donde todos opinamos y juzgamos es que el gran ausente del debate es precisamente el principal responsable: el violador, el enfermo sexual, el delincuente, el abusivo, el libidinoso, el atrevido, ese sujeto que, llevado por su más asqueroso y primitivo instinto animal, transgredió la norma del hombre y de la moral. De este sujeto nadie habla por lo que nadie sabe quién es, nadie le ha visto la cara porque la prensa está prohibida de mostrarla, y no se conoce si realmente está privado de libertad, si alguien ha iniciado un proceso penal por el delito cometido, en qué instancia estaría el proceso…no se sabe nada, curiosamente.
Es que parece ser que es más rico poner el ojo en la niña, la víctima. Parecería que es más interesante entrar al juego de quién tiene la mejor moral, quién es el más correcto, el que tiene la razón, el que argumenta mejor. También resulta más fácil culpar a la madre de la niña por “no haberla cuidado bien”….o por estar de acuerdo en que el bebé nazca…o por dejar, finalmente, que interrumpan el embarazo de su hija. Por todo, por cualquiera que sea la decisión, la madre de la víctima parece ser parte del problema. Y una vez más, nadie reclama por la falta de cuidado del padre, del padrastro (hijo del violador en este caso), nadie observa la responsabilidad que tiene la familia, el entorno, los vecinos. No, la mirada de culpabilidad está puesta en la propia víctima y en su madre.
Intento poner en evidencia que la institucionalidad (llámese Estado, Iglesia, educación, salud, familia), la ley y la justicia, la prensa y la cultura popular son proclives a invisibilizar al victimario. ¿Por qué?
En Bolivia cada día se viola y embaraza a 6 menores de 15 años, ¡CADA DÍA! Y porque precisamente invisibilizamos a los culpables desde la propia ley y las opiniones públicas, es que estos hechos siguen y suman. Estas violaciones no provienen de desconocidos, no se dan porque las mujeres caminaban solas por la calle o merodeaban antros y puteros, sino porque conviven con sus victimarios pues resulta que, en la mayoría de los casos, los abusivos pertenecen al entorno familiar y/o cercano. Se las abusa en sus propias casas donde se supone deberían estar protegidas y seguras.
Ahora, los informantes, los “jueces” civiles, los sentenciadores, los moralistas, la Iglesia, los pro vida, los pro aborto, las feministas, el Ministro de Gobierno, la Defensora del Pueblo, la de la Niñez, deben ser consecuentes con su enojo y moral y exigir que se conozca, se procese y se castigue al violador de la niña de 11 años.
La ley debe permitir que se muestren los rostros y nombres de estos monstruos que se atreven a acabar con la vida de estas mujeres (cuesta llamarlas así cuando son apenas niñas). Y las opiniones públicas deben juzgar, sentenciar, criticar, mancillar la figura del violador; no pueden gozar del silencio de una crítica que se relame de placer revictimizando a las víctimas… y a sus madres.