Maurizio Bagatin
12 caballos blancos y blanco el carruaje. Montesilvano frente al mar en el año 1987. Una boda de gitanos, gitanos creyéndolos originarios de Egipto. Hasta Heródoto los conoció y los creía llegados de muchos más lejos, con el solo idioma llevado entre cachivaches y artes simples, magos, adivinos, domadores de caballos, carruseles y la debilidad por el brillo del oro.
Salían de un hotel de muchas estrellas gritando y bailando y cantando como en las películas de Kusturica, piel morena y una caricia de brillantina en el pelo, mujeres bigotudas y con tacos altos; todos los instrumentos acompañaban bandas sin fin, un ritmo que llevaba el pasaje de todos sus viajes, los colores de los paisajes vistos, del esperma no dejado y la sangre no derramada. Adentro de miles de rostros una soledad que se estrangula con naipes que vuelan en un “solitario” juego al final de la noche. Caballos peinados y perfumados para la feria del verano, cantos y bailes en las borracheras hasta madrugadas llena de silencio, de perros que buscan un hueso y niños que encuentran a sus madres.
Los recuerdo hoy al recibir dos estupendas fotos desde Dublín: Joyce gozaría y así Brendan Behan, nómadas ellos también, como la negra Dublín de Oscar Wilde y de Samuel Beckett. Como las narró George Bernard Shaw, y como los recuerda hoy a los travellers irlandeses, pueblo viajero y sin tierra, sin territorios y sin banderas. Pueblos de la libertad y de paz, siempre en camino.
Los encontré en Saintes-Maries-de-la-Mer, en la Camargue francesa, peregrinaje de un increíble sincretismo, ahí festejan a final de mayo Santa Sara Kali, la virgen negra, la patrona del pueblo romaní. Y en la memoria de Graciela que viviendo en Carcaje me contaba de cuando vivió entre ellos y viajó con ellos; miles de fotografías perdidas adentro de un baúl terminado en plena mar.
Cuando en junio llegaban en mi pueblo temblaban las mojigatas y cargaban los rifles de caza los hipócritas; los mirábamos mientras se acampaban cerca del rio y en las noches cuando alrededor de una fogata iban preparando sus humildes cenas. Después de quince o veinte días ya habían levantado su campamento y seguían el interminable camino hecho de esperanza y desesperación. Tal vez un día mirarán atrás, sus raíces inciertas e imposibles, la memoria frágil de Auschwitz, una mirada al color de la piel y otra a la eterna sonrisa, unos dientes de oro, el trago fuerte y las interminables danzas.
La libertad es como el viento, una khorakané cantaba el poeta De André, un idioma y ninguna escritura, una cocina hecha de viajes, de sabores y saberes adquiridos en el tiempo. Pueblos libres, por eso siempre perseguidos.
Foto: Nicoletta Bagatin, Boda travellers en Dublín, noviembre 2023