Su felicidad está encapsulada en la misma magia del tiempo y en la crueldad y la paciencia de la tierra. “Un rato me duermo y cuando me despierto meto las manos en la tierra, acaricio mi perro; miro al cielo si es de noche, miro la tierra si es de día”, Doña Miguelina es un libro abierto, y con ella vas leyendo aventuras que saben a verde naturaleza y a sufrimientos del alma; el cuerpo resiste embriagándose de trabajo, sin el sudor y las lágrimas, sin los callos en las manos Doña Miguelina ya se hubiera muerto. Tiene dos ojos más vivos que la luz del sol, más despiertos que el amanecer del día. Revive en mí el recuerdo del mundo campesino de ayer, un ayer así tan lejano y así tan cerca, patios llenos de vidas, animales y plantas; en la noche las luciérnagas y el canto de la cigarra que silenciaba la canícula del verano.
Razón y magia siguen viviendo al mismo nivel: no hay distinción entre religión y paganismo. Hoy que la viveza criolla se introduce con nuevas formas de persuasiones, respiramos cuanto una invasión genocida pertenezca al tribalismo de ayer, cuanto el padrinazgo vaya consignando a nuestro imaginario las mismas tragedias vividas en el pasado. La credulidad espanta cuanto de divino estaba firme en la inocencia y en el miedo que eran sencillas pruebas de un mundo infinito.
Cierro los ojos. Faunos, sátiros, dioses del agua y de la tierra, de la primavera que invoca la lluvia. Fuimos paganos, paganus en aquella lengua cuando todo tenía más significado. Éramos paganos porque éramos campesinos. No sé, tal vez no creíamos en Cristo, y la herejía era la sola verdad. A la injusticia, hambre, al miedo, la fuerza, a la ignorancia, la palabra. Fuimos Juan Tenorio y el Don Quijote, sin miedo, Sancho Panza y el Juan de la Rosa.
Los pueblos conservan el silencio. Doña Miguelina va recordando de “un retorno al pasado”, de maridos borrachos y violentos y de hijos que han emigrado lejos de aquí, en las pampas de Argentina y en aquella Virginia, en los Estados Unidos, donde la bandera es el rojo, amarillo y verde. Palabras que salen a voz plena, sin detenerse ni para respirar, se toca la frente, espanta al susceptible y desdeñoso gallo, les habla a sus ovejas con una cantilena firme, melódica, la que nos invitaría a una siesta en esta tarde calurosa. Macario ha pasado por aquí, Juan Rulfo vive en estos pueblos y en otros pueblos, en todos los pueblos donde “no se puede contra lo que no se puede”. El minimalismo en las construcciones ha ido borrando todo el pasado, la remesa de occidente se ha invertido para cancelar el viejo mundo, ya no hay el adobe y el higo, inmensos galpones de una imponente fealdad hacen de chicharronerias en los domingos polvorientos y de salones de eventos cuando el vil metal deba ser expuesto a la vista de todos. Doña Miguelina se quita una lagrima de emoción y otra del desencanto, sin el campo ya se habría muerto. Cosecha un manojo de manzanilla para Don Celso que ha llegado de Charagua, mira las nubes que el viento se está llevando hacia la ciudad: “Tampoco hoy lloverá, la sequía nos está agotando también este año”.
Cuando llegué la primera vez al pueblo no encontramos ni un pan, las calles desiertas de octubre y una sola tiendita con Coca-Cola y Nucita, agua Cayacayani, única presencia viva del lugar. Alcalde era Don Tomas Campero un anciano locutor de la radio, el cual entretenía sus oyentes con un programa radial en quechua. Era su hija la que dirigía el municipio entonces, él quedaba casi siempre en su casa de la Avenida Republica. Aquí nació el hombre más rico de Bolivia, Simón I. Patiño, aquí la Historia aún no se ha escrito, el Pachakuti es solamente un nombre abstracto, la esperanza viene de la tierra y por mucho desde el cielo en forma de nuevas iglesias evangelistas, poderosas ya como la de Roma.
El runasimi sale tan dulce como el néctar del valle, tan fuerte como la llajwa hecha en el batán. Doña Miguelina nos conduce entre habas y alfa alfa, árboles frutales y arboles forestales, maíz y papas, una síntesis de la riqueza de esta tierra.
Hoy se come sopa de maní, el plato elegido a plato nacional. “Que no sea l’aka por favor, ponle harta llajwa y paren de sufrir”.
Maurizio Bagatin