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Los daños que tenemos que reparar

El 22 de enero de 2006, en su primera posesión como Presidente de la República quien fugaría en 2019 y hoy es prófugo por cargos de estupro, pronunció un discurso plagado de mentiras, simplista y parcializado, con la cuestión indígena como único eje histórico. Simplificación malintencionada, marcó dos líneas estratégicas del proyecto diseñado desde el Caribe: la suplantación de la historia y la confrontación. Sus consignas: mentir para dividir y dividir para reinar.

Paradoja, pues la ascensión del MAS al poder se produjo gracias a la institucionalidad democrática construida por el sistema político desde 1982. Con todas sus imperfecciones, los partidos políticos, en función de gobierno y de oposición, cultivaron la cultura del diálogo para lograr consensos que impulsaron el avance de la inclusión y la democracia en el país. Sobre ella cabalgaron los jinetes de la confrontación, la violencia y la muerte en su camino hacia la toma del poder para tirar abajo, ladrillo a ladrillo, esa construcción.

Asimismo fue. El 23 de enero de 2006, “luego de posesionar a su primer gabinete de ministros, el nuevo Gobierno anunciaba el pase a retiro de 24 generales que se aprestaban a comandar las tres fuerzas”, informaba eju.tv. Tres promociones de oficiales de las FF.AA. fueron expulsadas del servicio activo, primer paso de la cooptación de la institución “tutelar de la Patria”. Ya luego llenarían la boca de los uniformados con el grito del ejército invasor derrotado en Ñancahuazú, instrumento de liquidación de autoestima individual e institucional. Preparación subjetiva para la sumisión de oficiales, clases y tropa ante la usurpación de mando ý la ocupación territorial por extranjeros.

El desmantelamiento del Estado no paró. En 2007 comenzó una campaña de desprestigio contra los ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Tribunal Constitucional, con acusaciones de corrupción sin base y sin pausa. Los aludidos reaccionaron como previó el libreto del poder: a diciembre de ese año renunciaron casi todos, en defensa de su honra y fama. 

Lo mismo sucedió en las Cortes Superiores de Justicia, Juzgados y Ministerio Público. Se decantaron juristas y esbirros. Los primeros renunciaron. Los otros se quedaron cumpliendo la tarea sucia de mantener apariencia de institucionalidad en pro del autoritarismo. Su paciencia y desvergüenza les procuraron beneficios espurios al manejar procesos de diferentes juzgados a su sabor y antojo. Se saben los negociantes de fallos y sus tarifas. Algunos saltaron a cargos supremos donde habrán ganado más administrando injusticia.

Se despojó de su majestad a la justicia y el estado de derecho fue cancelado. Se abrió camino a la violación sistemática de los derechos humanos, otra línea estratégica de la dictadura: el terror, dejando claro que “se hace por las buenas o las malas”, porque “yo le meto nomás”. Esa es la causa de la podredumbre judicial creciente cuyo hedor envuelve el reinado del crimen y la violencia, afuera y dentro de las cárceles. 

En paralelo, se asaltó el Registro Civil. Ahí yace una gran parte de la limpieza o la mugre de los procesos electorales. Los experimentados demoledores de la institucionalidad democrática llegados desde Venezuela comenzaron la instalación de esta clave del fraude, componente fundamental del vaciamiento de la democracia para la erección del potente simulador.

Jimena Costa, politóloga de prestigio, como Juan Bautista en el desierto alertó temprano sobre esta situación. En vano. La caterva azul gritaba con los puños en alto: “¡A Barrabás, a Barrabás!”. Era hegemónica. Y no pudo ser de otra manera porque el aparato de propaganda instalado desde 2006 funcionaba a toda máquina 24/7, con una red de “radioemisoras comunitarias” de cobertura territorial completa. Se sumó tal recurso a la línea del canal 7, el de mayor alcance en el país. 

El desmantelamiento de la democracia y el estado de derecho fue completado con la patraña constitucional, uno de los mayores engaños de la historia montado y ejecutado a ojos vistas y bocas cerradas. El resultado se simboliza en la tenebrosa imagen de la fálica construcción llamada “casa grande del pueblo”, tan parecida a “Barad- Ur”, la “Torre Oscura” donde mora Sauron en el reino de Mordor, en la novela “El señor de los anillos”. Su sombra cae sobre el Palacio Quemado, el del Gobierno de la República. Sí, de la República agonizante pero viva, para la cual finalmente se ve una luz de esperanza porque hemos abierto los ojos, sabemos por quienes no vamos a votar, estamos decididos a cuidar la victoria democrática y a tener paciencia en la enorme empresa que es levantar a Bolivia desde las cenizas.

Es que los desafíos son tremendos: recuperar la memoria histórica para fortalecer nuestra identidad, el orgullo de nuestro mestizaje; poner en pie el estado de derecho como base de la cohesión social y desde allí, salir del foso del derrumbe económico provocado por la canalla que asoló a Bolivia los últimos 20 años. 

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