Partió al viaje sin retorno la periodista Loida Clavijo, viuda de Daniel Rodríguez, y con ella se acaba la generación de oro del periodismo boliviano femenino; aquel periodismo del combate cotidiano: desde la sala de redacción, el hogar, la calle, el exilio. Partió como vivió, en silencio, sin molestar a nadie y con la firmeza que le permitió enfrentar la persecución política, una viudez temprana, una maternidad de abuela y una enfermedad compleja.
Loida tenía sangre cochabambina por todos los poros, reflejada en su porte y en su rebeldía, desde sus estudios secundarios. Fue seguramente la primera boliviana con título en periodismo, graduada en la Escuela de Periodismo de la Universidad del Brasil (Río de Janeiro), cuando acá no existía ninguna carrera similar. Aprendió en “Radio O Globo” las técnicas y metodologías de la opinión pública, también hizo cursos de postgrado en la Universidad Internacional de Estudios Sociales Pro Deo de Roma y en la escuela de CIESPAL para mejorar sus conocimientos en radiofonía.
Cuando regresó a Bolivia ocupó la jefatura de prensa de “Radio La Cruz del Sur”, en la época de esplendor y de compromiso social de esa emisora. También fue corresponsal de “El Diario” en Cochabamba. Desde esos tempranos años continuó un largo recorrido en varios países latinoamericanos, como productora de programas especiales, siempre vinculados a la problemática social, o como corresponsal para crónicas en profundidad de las agencias IPS y Prensa Latina.
Por varios años trabajó en el área de difusión de entidades públicas y de organizaciones no gubernamentales. Ahí consolidó su conocimiento para completar los trabajos de extensión entre los sectores más vulnerables, con los modernos soportes de comunicación. Estuvo varios años en UNITAS, en SEMTA, en FOBOMADE. Ahí amplió su interés por las temáticas de género y de medio ambiente.
Más allá de su trayectoria profesional, Loida se convirtió en una persona imprescindible en las constantes batallas de los periodistas por la libertad de expresión. Alentó el sindicalismo, estuvo en varios cargos en la Asociación de Periodistas, ocupando en este último directorio la presidencia del Tribunal de Honor.
Fue parte impulsora de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia y es en esas trincheras donde su vida se enlaza para siempre con la de su compañero Daniel, paceño, dirigente influido por las revoluciones de los años sesenta. Ambos conocieron la persecución durante las dictaduras militares y el exilio. Al retornar a Bolivia, Daniel murió y ella quedó a cargo de sus dos pequeños: Katia Rodríguez, futura notable periodista y Daniel Rodríguez, ingeniero agrónomo, nacido en el exilio.
Es acá donde más admiré a la mujer porque Loida decidió que su apuesta de vida era el ejercicio de la maternidad y construyó un frente interno de paz y seguridad para sus hijos. La vida quiso que también tuviese que ser abuela madre de los nietos por la pronta partida de su nuera. Son en ellos en los que más pienso este momento, en Matías que era su cómplice inseparable y en la pequeña Tonka que la acompañaban a todas las actividades de la APLP.
Ella les enseñó que la vida es un camino que se hace caminando, sin temblores, sin debilidades. Sin quejarse, sin cansarse, dejando huellas y, como dice el poeta, sembrando “estelas en la mar”.