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Lluvia

Sagrario García Sanz

Miró a través de la ventana salpicada de gotas de lluvia. Fuera había poca luz y el cielo estaba gris, pero percibía su leve reflejo en el cristal, podía apreciar claramente sus marcadas ojeras como oscuros surcos bajo unos ojos inexpresivos.

Veía cómo la lluvia caía implacable sobre todo lo que encontraba a su paso y cómo limpiaba el aire y le aportaba ese olor a humedad tan familiar, sabía que cumpliría con su triste función de llevarse la contaminación y la suciedad, y que también regaría las tierras sedientas tras largos meses de sequía. Se preguntó si también se llevaría el dolor, la pena y el hastío.

Entonces, salió fuera y miró hacia el cielo dejando que la lluvia empapara su cuerpo, sintió que, apenas en un instante, estaba completamente mojada. Notó frío, pero también una leve renovación, ¿habría sido la lluvia capaz de arrastrar aquello que no quería? Pero descubrió que no, no dependía de la lluvia acabar con su dolor y ella se sentía incapaz de lograrlo por sí misma.

Volvió al interior de la casa mientras dejaba un abundante reguero de agua tras de sí. Tardó unos segundos en percatarse de que estaba tiritando, así que comenzó a secarse lentamente y, mientras la toalla absorbía el exceso de agua, trató de transferirle todo aquello que no quería. Cuando la toalla quedó empapada y ella totalmente seca, la arrojó por la ventana para que recibiera más agua de lluvia. Entonces, ya no sintió frío, ni dolor, ni pena, ni hastío, ya no sintió absolutamente nada.

Cuando él regresó varías horas después, encontró su cuerpo inerte y mojado sobre la acera. En el interior de la casa y junto a la ventana, había una toalla mojada tirada en el suelo.

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