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Llamados a ser amor: despertar la conciencia

 “Dejemos de engañarnos, creo que no se puede ser humano y mucho menos llegar a ser, el ser que uno quiere ser porque se pertenece y debe quererse, sin poseer voluntad de aprender a reprenderse”.

Hay una mancha en nuestra percepción colectiva, que hemos de clarificar cada cual consigo mismo, a fin de alcanzar el sentido de responsabilidad que pesa sobre la humanidad. Nadie puede hoy en el mundo ignorar el volcán de sufrimientos que se desparraman por los rincones vivientes. El acceso a nuestra propia subsistencia es cada vez más preocupante. Los diversos Estados deben mantener un espíritu ético y no un doble rasero. También las políticas, con sus líderes al frente, han de ejemplarizar las actuaciones con un destino armónico común. Sin duda, es fundamental tener una concepción positiva de la solidaridad. Por otra parte, hace falta que los gobiernos promuevan la coherencia entre el decir y el hacer; sin obviar las medidas correctoras necesarias para injertar a las generaciones futuras las bases morales fundamentales, especialmente ayudándoles a formarse y a luchar, con la acción y la palabra, contra los males sociales que nos amortajan la quietud. Desde luego, lo sustancial radica en no abandonarse, en el obrar de cada jornada y no en dejar hacer sin más, como requiere nuestra pertenencia a la familia del género humano.

Todo debe importarnos, también la plaga de conflictos que nos está dejando las entretelas empedradas. Urge trabajar, pues, para mantener viva esa lámpara interna de fuego celeste. A poco que trabajemos en comunidad la razón, superaremos los condicionamientos interesados o partidistas, haciendo valer el espíritu donante, reconociendo los bienes universales que todos los seres humanos necesitan. Entre estos apoyos, la paz y la conciliación tan requeridos, vinculados no únicamente a un marco legislativo justo y adecuado, que también, sino además a la calidad pudorosa de cada ciudadano. La personalidad, una vez despierta, es un instinto que nos lleva a reorientarnos en cada amanecer; siendo el mejor juez que tiene un ser de bondad y de bien. Fácilmente estará gozoso y sosegado aquel que, ciertamente, tiene sus interiores limpios y sus hazañas son honestas. Sigamos entonces este rastro de luz y vida. En efecto, nada es fácil de conseguir, el hecho de tomar gnosis, de transformar la cognición en ejercicio, igualmente toma su tiempo. En ocasiones, necesitamos más ambición. Frente a una acción, una reacción de la misma magnitud, y luego también alzar nuestras voces, escuchándonos todos desde el respeto más absoluto.

La pasividad no es saludable, somos seres en movimiento permanente que debemos evolucionar, para descubrir y no encubrir, la interdependencia entre semejantes. Indudablemente, esta tarea nos fomenta el cuidado y la disposición de lo que ocurre a nivel global, nos abre la mente y eso, de igual forma, nos ayuda a entendernos y a comprendernos mejor. Tenemos que sacudir de nosotros el deseo individualista, egoísta a más no poder, para poner en práctica, medidas decisivas y conjuntas de un desarrollo que reactive los hogares hacia el bien colectivo. Fuera exclusiones, por tanto. Es el momento de la sensatez, de plantarse y no dejarse aterrorizar y desorientar por guerras, revoluciones y calamidades, porque esas también forman parte de los escenarios cotidianos. Lo significativo es trabajar para reconstruirnos, unirnos y reunirnos para entonar otros tonos y timbres más conciliadores, permaneciendo firmes, en la certeza de que nuestra historia nos la labramos nosotros con el servicio que prestemos a los demás. Dejemos de engañarnos, creo que no se puede ser humano y mucho menos llegar a ser, el ser que uno quiere ser porque se pertenece y debe quererse, sin poseer voluntad de aprender a reprenderse.

En consecuencia, por muchos conocimientos adquiridos, o ciencia sin conciencia atesorada, por cuantiosas letras y palabras bebidas, todo esto es una borrachera para el alma, sino le volcamos ecuanimidad; puesto que no hay más que una satisfacción: el genio al servicio de la verdad y de la bondad, el único deber cumplido. Ante este confuso ambiente, tenemos que estremecernos y rehuir de soplos inhumanos. Normalizar las barbaries es deshumanizarse por completo. Debemos adoptar medidas audaces y urgentes, ya no sólo para reducir los riesgos que la degradación ambiental y el cambio climático producen, sino también para estar en paz con nosotros mismos y con aquello que nos circunda. De lo contrario, padeceremos la mayor inestabilidad e inseguridad vivida como linaje, lo que confirma el urgente aprieto de soluciones coordinadas, sustentadas en una coherente visión espiritual del orbe.  Puede que nos falte amor y nos sobre indiferencia para reconquistar lo estético, que es lo que en realidad es nuestro fundamento existencial. Repensémoslo. Sobre la base de este principio supremo, se puede percibir el valor de cada cual, llamados a formar y a conformar en concordia el gran poema interminable, el poema más perfecto, el corazón más puro.

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