Blog Post

News > Etcétera > Las niñas

Las niñas

Christina Ramalho[1]


No conocí todas las niñas de un tirón. Ellas entraron en mi vida de diversos modos y en diversos momentos, una de cada vez o en dúo, a veces en trío o cuarteto. Por indicación, por amistad, por curiosidad, por necesidad, por soledad, por alegría. No importa. Solas o acompañadas, en verano o en otra estación cualquiera, cada cual, desde la primera palabra cambiada, cuando empezó la clase de pintura, marcó su imagen dentro de mí de forma absolutamente única.

¡Y qué hermosas eran mis chicas! Negras, rubias, morenas, mestizas, flacuchas, gorditas, más gorditas todavía, espontáneas, en sus ropas sencillas, vanidosas, en sus ropas casi de fiesta, sensuales, en sus escotes; señoras, en sus gafas para las vistas cansadas; juveniles, en sus carcajadas de niñas – aunque fuesen niñas, adolescentes, mujeres jóvenes, cuarentonas y por ahí va. Bienhumoradas, silenciosas, repletas de historias, discretas, guiadas por la fe, desinteresadas de dioses, amadas por sus compañeros, se amando sin ellos, partes de familias curiosas y enredadas en afecto y conflicto, como son todas las familias. Amantes de perros y gatos y pájaros; explícitamente contrarias a la presencia de animales; exageradas en miedos y culpas, exageradas en generosidad y perdón. Eran, de hecho, ocurrentes como nadie, mis niñas.

Habilidosas, hay que decir. Unas eran reposteras de mano llena, siempre rellenando nuestras almas con los sabores de chocolate y los azúcares coloreados que brotaban de las muchas travesías en las muchas fiestas. Otras, reinas de los bocadillos, siempre inundando nuestros espacios con canapés creativos, de receta antes secreta lista a ser generosamente ofrecida. Algunas, modistas fabulosas, a cada paso, a cada instante presentando creaciones coloreadas y competentes, cargadas de estilo y personalidad. Tantas artistas de colores delicadas y pasión por flores; otras tantas, artistas de forma viva y variada. Cuántas veces las vi trémulas, ensayando los primeros pasos para, luego, pasar a enseñarme su danza. Cuántas veces las oí inseguras, llenas de dificultades, para, rápido adelante, me revelar toda su capacidad de superación. Habilidosas, sí, y mucho, mis niñas. Cada cual, a su modo, con aguja, lápiz, pinceles, espátulas, textos o aderezos. Cada cual en su ritmo. Cada cual de forma absolutamente única.

Yo me divertí demasiado con las niñas. Pues porque una bromista lanzaba la palabra cómica en medio de los gestos concentrados de ojos y manos; pues porque la vida es mismo chistosa en el encuentro de las coincidencias y de las situaciones idénticas que revelan nuestra humanidad. reímos de los artistas, de las personas públicas, de los niños, de las gracias de nuestras crías, de los equívocos y gafes nuestros y ajenos, de nosotros mismas. Y, está claro, reímos mucho de los hombres. Esos hombres tan complicados y obvios, tan inseguros y fuertes, tan nuestro y ajenos a nosotros. Definitivamente, reímos mucho de la vida y dejamos, en el aire del ambiente que nos acogía, una risa perpetuo que siempre encenderá lo presente.


También lloré con las niñas. Y las vi llorar y ellas así también me vieron. Más que eso. Además de presenciemos los llantos unas de las otras, tuvimos las palabras ciertas para hacerlos más suaves, menos dolorosos. Sufrimos por los motivos más variados: de la muerte a la separación; de la enfermedad a traición; de la dificultad financiera al conflicto familiar; de la soledad a la invasión de privacidad. Y nuestros llantos, muchas veces, ni siquiera tenían lágrimas. Eran llantos secretos, que desbordaban en el alma y revelaban sombra en vez de luz. Cómplices, guardábamos en los abrazos la certidumbre de la lágrima escondida que moraba en la otra, pidiendo regazo y gesto fraterno, pidiendo fuerza para secar y hacerse esperanza.


Crecí con las niñas. Crecí apoyada por ellas, que fueron hermanas, hijas, madres, sobrinas, tías, madrinas, consejeras, adivinos, ángeles, brazos de Dios en la tierra las veces mucho resecada en que vivimos.

Hoy me derramo en gratitud por esas niñas. Cargo cada una, absolutamente única, en la pauta musical que rige mi pecho, haciendo vibrar las cuerdas de mis emociones. Traigo cada una, absolutamente única, en el panel colorido por las tintas del recuerdo bueno que atraviesa tiempos y espacios como una flor permanente nunca alcanzada por el añejamiento. Celebro cada una, de forma absolutamente única, feliz por el hecho de haber vivido la experiencia de, un día, tenerlas recibido en mi vida.


Hoy me derramo en añoranza, pero no de añoranza sufrida, de quien perdió y lastima… Mi añoranza es límpida como un cristal tornasolado, que guardián, en las pinturas más lindas, las caras de las niñas.


Hoy me preparo para estar más distante, en lo que existe de leguas en la palabra distancia. Sin embargo, también hoy me alegro con el reencuentro que reafirma lo que en la palabra distancia extrapola las leguas para ser amistad verdadera.


Absolutamente únicas, mis niñas, las alumnas de mi taller de pintura, mis compañeras, viajan conmigo. Para siempre.


Amo vosotras mis niñas.


[1] Christina Ramalho (1964) es natural de Rio de Janeiro, Brasil. Doctora en Letras por (UFRJ, 2004), con tesis sobre la poesía épica escrita por mujeres. Profesora-asociada de la Universidade Federal de Sergipe (UFS). Autora y organizadora de más de 35 libros de historia de la literatura, teoría y crítica literarias, además de poesía, cuentos y crónicas. Participa del grupo musical Acrópole Sergipana – https://www.youtube.com/channel/UCrb6-arzs1EgP4wSetZ0E1w. Sus libros, ebooks y creaciones están disponibles en su página web: www.ramalhochris.com. E-mail: ramalhochris@hotmail.com.

error

Te gusta lo que ves?, suscribete a nuestras redes para mantenerte siempre informado

YouTube
Instagram
WhatsApp
Verificado por MonsterInsights