Márcia Batista Ramos
Un día vi una foto en la caja de recuerdos de la abuela, las dos mujeres lindas, con ojos claros, con hermosos vestidos de noche y joyas hermosas. Pregunté a la abuela quién eran y ella tembló sus pequeñas manos. Apretó los labios mientras hizo un movimiento con la cabeza y luego dijo:
– “Las Dalilas. No fueron un buen ejemplo. De ti no son nada, -se apresuró en decir. -Prima en cuarto grado ya no cuenta, no es pariente”, – concluyó la abuela. Entonces le pregunté por qué nunca se mencionaba los nombres de las primas.
Enseguida relató:
“Trascurría el año de 1952 cuando las señoritas anunciaron en su casa que habían firmado un contrato para cantar en un club nocturno. Su padre dijo, tajantemente, que no. Ellas argumentaron que tenían más de 21 años; que se habían cansado del coro de la iglesia; que la vida es bella; que se irían de la casa a vivir solas si él se oponía; que era una decisión tomada; entonces su padre exclamó:
– “¡Es lo último que me faltaba!”
– “¡No te falta nada! ¡Ahora somos cantantes!”- Contestaron en coro, las señoritas.
Su madre sintió profunda tristeza y siempre repetía a sí misma dónde se había equivocado, porque sus hijas fueron muy bien educadas, estudiaron en el colegio de monjas, siempre tuvieron todo, eran muy prendadas. Si no fuera su rebeldía, seguramente serían maravillosas esposas, madres y amas de casa… La señora no comprendía en qué momento ellas se desviaron. Era cosa de locos el revoltijo que ocurrió en aquella casa. Seguramente eso era culpa de la televisión, puesto que ellas tenían televisión desde que ese aparato maldito llegó al país. Su padre, con el cabello canoso, tenía una tienda de telas y lamentaba el día que compró un piano para que sus hijas aprendan a tocar desde niñas. Como les gustaba cantar, les puso una profesora particular (uno nunca sabe para quién trabaja el diablo). El hombre lamentaba que sus únicas hijas le hubiesen defraudado. También lamentaba el haberlas enseñado a conducir el automóvil. Lamentaba haberlas mimado tanto, para que, siendo adultas, abandonen el camino del bien para transformarse en “mujeres de la noche”. Ellas ensayaban por las tardes, salían a cantar por las noches y decían que era su trabajo, su arte. Definitivamente ser cantante no era una profesión digna para una mujer en aquellos años. Dormían hasta media mañana. ¡Era todo un caos! Salían en el auto del padre para ir a su famoso trabajo, porque era mejor que manejen al retornar a que tomen un taxi a altas horas de la noche (en horarios imprudentes para dos mujercitas). Seguramente, los vecinos hacían todo tipo de comentarios y los padres de las Dalilas estaban abochornados. Era muy lamentable… Las señoritas se hicieron muy independientes. No hacían caso. La madre, por tanta vergüenza, evitaba visitar a los parientes, conversar con los vecinos o atender a los clientes en la tienda. Apenas salía para ir a la misa con su cabeza agachada.
Un día, los padres vedaron casi todas las ventanas y puertas de la casa mientras sus hijas salieron a su trabajo de cantoras y en la madrugada, cuando regresaron, terminaron de vedar, por a dentro, la puerta principal y la puerta del garaje. Mientras sus hijas dormían abrieron el gas… Toda la familia se fue junta a una mejor vida en segundos, sin sentir dolor.”
Después de tantas injusticias, con mucha tristeza, digo adiós a mis primas Dalilas.